14/10/12

VIVIR ENTRE LA RAZÓN Y LA IGNORANCIA

La hora es de actuar como consecuencia de nuestra elección, porque el hombre puede ser tan libre como es posible que lo haga la libertad. El tener conciencia nos lleva a ser creadores y dueños de nuestras acciones. Somos libres para determinarnos en una dirección razonada,  pero no para indeterminarnos. En la “adoración perpetua” que los sumisos chavistas pretenden esconder su mediocridad buscan hacer del ser imperfecto que es el hombre una especie de dios, nublándose así el entendimiento y la visión de la libertad y de la felicidad. Alejándose del “estado natural” ..., el chavismo desecha principios, derechos y deberes por los que el hombre debe regirse, enajenando su organización política, desconociendo la historia (única luz que tenemos en muchos casos) y sus muy útiles verdades. Este desvío se descoca más confundiendo con un único “Señor” soberano a un desfasado que se cree omnipotente e infinitamente sabio, considerándonos servidores que existimos por orden suya y mientras a él le plazca, y no a otros.



VIVIR ENTRE LA RAZÓN Y LA IGNORANCIA

   Detrás de la palabra “hombre” tenemos la idea de un cuerpo organizado. Para la filosofía política de Locke,  la diferencia entre hombre y persona resultó fundamental. ¿Qué entendía el filósofo por sustancia material y sustancia espiritual (o alma)? Sensibilidad y reflexión dan a la mente sólo ideas simples, que subsisten en algún substratum (el soporte corporal que suponemos sirve a las cualidades sensibles de los cuerpos) que denominamos sustancia, como “mera suposición”, ya que no se corresponde con ninguna idea clara y distinta. Igual nos sucede ”en lo que se refiere a las operaciones de la mente, es decir, el pensamiento, razonamiento, el temor, etc.” , y que llamamos espíritu: “tenemos una noción tan clara de la sustancia del espíritu como la que poseemos del cuerpo, ya que suponemos que la una es (sin saber lo que es) el substratum de aquellas ideas simples que tomamos del exterior; y que la otra pensamos que es  (con igual ignorancia de lo que es) el substratum de aquellas que experimentamos en nuestro interior”. Sustancia corporal y sustancia espiritual (cuerpo y espíritu) vienen a ser ideas complejas formadas a partir de la cohesión de las partes sólidas y el impulso, la primera,  y del pensamiento y la voluntad, la segunda.
     Con el término “persona”, decía Locke, se indica “un ser pensante e inteligente, provisto de razón y reflexión...una misma cosa pensante en diferentes tiempos y lugares; lo que tan sólo hace porque tiene conciencia, porque es algo inseparable del pensamiento... pues es imposible que uno perciba sin percibir lo que hace”. El tener conciencia une las acciones dentro de la persona... sea la sustancia “espiritual o material, simple o compuesta, que es sensible o conciente del placer o del dolor, capaz de felicidad o de desgracia...” Tal identidad personal será el sujeto moral y “en lo que están fundados el derecho y la justicia”, por lo que el término persona (el sí mismo) “pertenece únicamente a agentes inteligentes que son capaces de una ley y de ser felices o desgraciados”.
    Hoy nos toca recordar, para exaltar la política en su dimensión superior y detener los impulsos autoritarios, que el “agente inteligente” tiene libertad de acción, es capaz de conducirse por su propia razón y de crear sus propias acciones. La persona, directamente relacionada con la acción, será de la que puede disponer el hombre en estado natural, junto con su libertad y sus bienes. No es la identidad de las sustancias (cuerpo y alma) la que determina la identidad personal, sino la identidad de tener conciencia; esta “sustancia individual inmaterial” es la que afecta a aquellas. El hombre está sometido a las leyes naturales y cuando examinamos a los individuos de la especie humana, comprobamos que buscan la felicidad, usan la razón y siguen sus pasiones.
    La política autoritaria olvida que la felicidad, entendida como búsqueda del placer y evitación del dolor,  es lo que busca todo el mundo de una manera constante, y todos los hombres persiguen lo que pueda producirla. El fin de toda acción humana es la felicidad, ella es la que mueve el deseo, particularmente cuando se diferencia y no se limita al regodeo de los lujos del poder. Debemos exaltar los juicios erróneos sobre la felicidad que está ofreciendo el hedonismo individualista radical que gobierna y que ha apelado a la sinrazón para alcanzar sus fines, incapaces de detenerse o refrenarse ante la posibilidad de suspender la consecución de cualquier deseo. Decía Locke: “Así pues, como la más alta perfección de una naturaleza intelectual consiste en la búsqueda cuidadosa y constante de la verdad y la felicidad estable, de la misma manera, el cuidado que debemos tener de no confundir la felicidad imaginaria con la verdadera es el fundamento necesario de nuestra libertad”.
    La razón es “esa facultad por la que se supone que el hombre se distingue de las bestias”. Tal facultad tiene por función la ampliación y regulación de nuestro conocimiento, cosa diferente a quienes se limitan a los sentidos y la intuición. La racionalidad –facultad esencial del hombre- es el punto de partida de todo el proceso humano. Pero la ley de la razón no es innata, debe construirse día a día; es posible en la dimensión política y moral por la capacidad que tiene el hombre para deliberar, para poder detener una conducta instintiva y comprobar si nos conduce o no a la felicidad; el deliberar, facultad para suspender la acción y satisfacción inmediatas, viene a ser la raíz de la libertad.
      “En esto radica la libertad del hombre; y de su empleo inadecuado se originan toda una serie de errores y equivocaciones en las que incurre nuestra conducta al buscar la felicidad, pues rápidamente nos apresuramos a determinar la voluntad, sin que haya habido el examen debido a la cuestión... Creo que esta es la fuente de toda libertad, y en ello radica... eso que se llama ‘el libre albedrío’, pues mientras se mantiene esa suspensión de cualquier deseo, antes de que la voluntad  quede determinada a esa acción y antes de que la realice (lo cual haría después de su determinación) tenemos la oportunidad de examinar, y de mirar y de juzgar sobre la bondad o maldad de aquello que intentamos hacer”.
Locke.
    La hora es de actuar como consecuencia de nuestra elección, porque el hombre puede ser tan libre como es posible que lo haga la libertad. El tener conciencia nos lleva a ser creadores y dueños de nuestras acciones. Somos libres para determinarnos en una dirección razonada,  pero no para indeterminarnos. En la “adoración perpetua” que los sumisos chavistas pretenden esconder su mediocridad buscan hacer del ser imperfecto que es el hombre una especie de dios, nublándose así el entendimiento y la visión de la libertad y de la felicidad. Alejándose del “estado natural” (hipótesis de trabajo utilizada por Hobbes, Spinoza y Locke), el chavismo desecha principios, derechos y deberes por los que el hombre debe regirse, enajenando su organización política, desconociendo la historia (única luz que tenemos en muchos casos) y sus muy útiles verdades. Este desvío se descoca más confundiendo con un único “Señor” soberano a un desfasado que se cree omnipotente e infinitamente sabio, considerándonos servidores que existimos por orden suya y mientras a él le plazca, y no a otros.
    El hombre fue dotado de idénticas facultades, en estado de igualdad e independencia –de libertad, que no de licencia- donde la razón encuentra leyes naturales que marcan los deberes y derechos que rigen y obligan a todos. De ahí que nadie pueda (deba) dañar a otro en su vida, salud, libertad o posesiones. Surgen así dos deberes fundamentales: la propia conservación (¿propiedad de Dios?) y la protección a los demás (y a sus propiedades) hasta el límite de su propia vida. Hay un tercer principio de la razón: buscar y mantener la paz, el medio más idóneo para cumplirlos.  Junto a otros deberes y derechos está el derecho a cambiar el orden establecido cuando éste, de una manera flagrante, ha sido alterado o no sirve para mantener la paz y el orden. Los deberes y derechos propios del estado natural son anteriores a la organización civil, por lo que no deberían ser conculcados.

     La razón conduce al hombre y lo hace ver la necesidad de organización para lograr una felicidad estable. El correcto desarrollo del hombre necesita de la convivencia con el resto de los hombres, porque el hombre es natural y espontáneamente social. La organización social (que apareció al alterarse el estado natural con la aparición del estado de guerra) está al servicio del mejor cumplimiento de las leyes naturales y de la conservación de la felicidad estable, finalidad de todas sus acciones. Siendo la razón facultad fundamental del hombre y sus acciones, se justifican las diferentes racionalidades en la organización social; nos adueñamos de la tierra para ponerla en condiciones útiles para la vida, y le agregamos algo propio: el trabajo, sentido moral al que todo hombre tiene acceso. En esto cabe recordar que entre el trabajo y la apropiación, la racionalidad plena no puede estar más en la apropiación que en el trabajo; justicia y propiedad las encontramos en la naturaleza y en el estado natural, anteriores al orden social; el derecho positivo ha de estar de acuerdo con ellas.
    Las leyes de la naturaleza obligan a los seres naturales como el hombre; la libertad viene condicionada por la razón que guía al hombre hacia la justicia, que se convierte en orden humano conforme a la naturaleza; la justicia es el orden de la naturaleza, desarrollada o realizada por el hombre, por la ley natural y por su razón.
    En todo lo anterior dilucidamos, brevemente, aspectos universales básicos que nos permiten resaltar que en el presente venezolano se ha relajado –oficialmente- la observación estricta de los mandatos de equidad y de justicia, resultando todo ello en un estado de inseguridad y de amenaza donde está mal salvaguardado el disfrute de los bienes que cada quien posee en ese estado natural.  El estado absolutista roba los bienes y la felicidad del hombre, así como la finalidad máxima y principal que los hombres buscan al reunirse en Estados o comunidades; el absolutismo prefiere someter al hombre a una forma de gobierno muy particular que no salvaguarda su bienestar general y que es ajeno al entendimiento humano superior.

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