Rafael Poleo - Revista Zeta
Durante los próximos tres años y en un proceso que se acelerará a partir de los próximos meses, Hugo Chávez intentará contrariar antecedentes históricos según los cuales en cualquier parte del mundo un régimen como el suyo no se puede mantener en las condiciones económicas que al suyo le son dadas.
Esta verdad general es particularmente efectiva en Venezuela, donde la economía depende del gasto público, el cual a su vez depende del ingreso petrolero, situación que he caricaturizado con la frase de “En Venezuela no hay buenos ni malos gobiernos, sino buenos y malos precios del petróleo”. En el caso particular de Chávez, el cuadro se agrava porque el presidente ha basado su política de poder absoluto interno y alianzas internacionales contra Occidente, en ese ingreso petrolero que de repente se volvió insuficiente para sostenerlo. En el caso de un gobernante con un equipo capacitado y unas relaciones internacionales normales, esta situación pudiera manejarse con alguna esperanza de sobrevivir a la recesión mundial que apenas está comenzando. Pero ese no es el caso del gobierno venezolano, régimen sin crédito externo –los bonos de su deuda se rematan a la mitad del valor facial-, representado por funcionarios sin calificación por sus conocimientos o experiencia en la materia económica y financiera y en muchos casos poco respetables en el plano moral.
Para los analistas reconocidos ya es un hecho que la actual recesión es la más grave desde la Segunda Guerra Mundial y que si no se la maneja adecuadamente pudiera volverse peor que la de los años treinta. Sería la mayor de los tiempos modernos, agravada por las características actuales de la Economía. Digámoslo en términos llanos y domésticos: en la sociedad semi-rural de los años treinta los caraqueños vivían en casitas con traspatio donde había alguna gallinita ponedora y matas de cambur y aguacate. Ahora viven en apartamentos y dependen del cheque semanal para ir a un automercado que no fía, como sí fiaban los bodegueros de antes. El problema se agrava por los ceros a la derecha que pone la superpoblació n. El resultado será una alta explosividad de las sociedades urbanas.
Nadie alienta la esperanza de que esta crisis pase rápido. En los países consumidores de energía se agravará en un círculo vicioso donde los empleadores seguirán despidiendo trabajadores quienes al no tener dinero no podrán comprar lo que produzcan los pocos que queden trabajando, y al bajar las ventas estos también serán despedidos. Esta contracción general de actividades redunda en inmediata reducción del gasto de energía, casi único producto de exportación venezolano, el cual se encontrará sin mercado. Los más optimistas dicen que se tocará fondo a finales del próximo año (2010). No se sabe cuánto tiempo se permanecerá allí, porque el rebote no es inmediato. La verdad es que tampoco hay ideas serias acerca de cómo reactivar. Sólo hay mediciones que marcan una duración superior a cinco años, suficiente para causar cambios políticos en todo el mundo.
El párrafo anterior se refiere a economías fuertes, países con masa de maniobra para subir impuestos e imprimir moneda con mediano respaldo. En una economía precaria como la venezolana, debilitada por el programa económico de Pérez II y derruida por la insanía de los últimos diez años, todo será peor y sucederá más rápido. Las fuentes de trabajo fueron destruidas o disminuidas cuando Chávez se creía capaz de asumir toda la Economía, lo cual supuso echarse encima la responsabilidad de pagar los sueldos de la mayoría de los venezolanos. En Estados Unidos y Europa los trabajadores insultarán a los banqueros y a empresas como las automotrices. Aquí protestarán frente al Palacio de Miraflores, donde vive el único gran empleador. Y lo harán con la desesperación de quienes tienen hijos pasando hambre. El único modo físico de contener esas grandes manifestaciones de desempleados que conmoverán a Venezuela a partir de un plazo relativamente breve, será la represión brutal. Chávez se está preparando para eso. Como los militares no se echarán ese muerto encima, Chávez necesita controlar gobernaciones y alcaldías, de las cuales depende la fuerza policial. Las milicias también serán usadas para disparar contra el pueblo hambriento, a cambio de ser sus integrantes los pocos que reciban algunos bolívares devaluados, para matarse el hambre.
La contracción de ingresos petroleros nos deja sin divisas para comprar lo que comemos, ya que la producción agrícola interna fue desmantelada primero por la globalización perecista y luego por la invasión y confiscación de fincas productivas en los últimos diez años. Tampoco producimos medicinas, porque Chávez espantó a los laboratorios. Ni ropa, ni manufacturas elementales e indispensables para una vida normal –es significativa la escasez de papel sanitario.
No se puede ignorar la ínfima calidad del equipo económico del régimen. Una muestra es la designación de Nelson Merentes para presidir el Banco Central, cuya importancia siempre fue capital pero ahora es clave. Para presente del Banco Central siempre se buscó a una figura altamente respetada, absolutamente inobjetable. A Merentes se le acusa públicamente y por escrito de delitos concretos por valor de miles de millones de dólares en detrimento del tesoro público. La Fiscalía le tiene investigado porque pareció que en un momento determinado Chávez quiso usarlo para escarmentar a los zamuros del régimen. ¿Por qué ahora Chávez entrega el control del problema monetario a una persona así cuestionada? La respuesta tiene dos vertientes. La primera es que Chávez está dispuesto a romper todas las normas que impiden a un gobernante manejar el dinero público cual dinero propio -por mínimas transgresiones de esas normas han ordenado encarcelar a gobernadores y alcaldes de la Oposición. Pero sobre todo ocurre que Chávez no tiene a quién poner. A su alrededor no hay una sola persona que sepa cómo manejar las finanzas de una nación, mucho menos en medio de una crisis de grandes dimensiones.
La realidad ha cortado de cuajo el delirio de grandeza que animó a Chávez hasta ahora. El presidente de Ecuador se desmarca apenas reelegido. Advierte que no hay tal eje Bolivia-Ecuador- Venezuela- Cuba-Nicaragua. Su lenguaje se ha moderado. Cuando solicita el reingreso de Cuba al sistema continental lo hace de manera racional: si Castro hubiese estado en la reunión donde se discutió el tema, hubiera podido reclamársele su violación de los derechos humanos. Subraya que él se reúne más con Lula que con Chávez y Raúl.
El presidente del Ecuador es un economista graduado en Estados Unidos. Chávez no sabe de Economía, pero no puede ignorar que se quedó sin dinero. Por eso la significativa gestualidad de sumisión conque se ha dirigido a Obama. Éste lo ha ido reduciendo por el procedimiento de ignorarlo, modo que Chávez no pueda usarlo como enemigo a quien echarle la culpa de su desgracia. Como chivo expiatorio sólo le queda una oligarquía hace tiempo extinguida, salvo que se considere tal a la nueva clase enriquecida en su gobierno. Las únicas riquezas protuberantes que hay en este país son los Mendoza de la Polar, a quienes no puede golpear porque son los únicos capaces de manejar el abastecimiento de comida, y los banqueros, a quienes tampoco puede eliminar porque los necesita para que chupen el ahorro de la gente y lo transfieran al Gobierno bajo la forma de bonos del Estado que nunca se pagarán.
Chávez extremará esfuerzos para llegar a un acuerdo con Estados Unidos, del modo discreto como lo va logrando Raúl Castro. Eso no es imposible, pero si no lo logra, la alternativa está visible en la foto suya, tamaño colosal, que preside la sala de ingreso de viajantes que llegan a Maiquetía. Es una imagen como la de los brutales dictadores africanos que al abrigo del salvajismo circundante se permiten cualquier desvarío en cuanto al culto de su personalidad. La analogía sería con Idí Amín. Sólo habría que preguntarse qué posibilidad de éxito puede tener semejante transplante de barbarie.
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