1/8/09

Qué hacer con Chávez



Aunque la nueva crisis en las relaciones entre Colombia y Venezuela parece una escena ya vista muchas veces, el retiro -otra vez- del embajador de Chávez en Bogota y la nueva 'congelación' anunciada por el Presidente venezolano el pasado martes, tienen connotaciones que la hacen más grave. El solo hecho de que sigan sumándose hostilidades y se alargue la cadena de incidentes tiene un efecto acumulativo cada vez más difícil de manejar. La credibilidad de los llamados a la mesura se va debilitando y los efectos tranquilizadores de los abrazos de Uribe y Chávez en las cumbres se agotan más rápido. Con menos talanqueras, los discursos se desbordan y se hace obligatorio aceptar que las opciones menos deseables son más factibles de lo que se habría pensado. La crisis de esta semana tiene tres elementos muy complejos. El más inmediato, el de las armas que Suecia vendió a Venezuela que acabaron en poder de las Farc, es explosivo porque pone a Chávez contra las cuerdas. Y en especial, porque el Gobierno sueco, con distancia geográfica y neutralidad ideológica, mediante varios voceros expresó su extrañeza por el desvío en el destino de los lanzacohetes, y esto significa el acercamiento de un árbitro con credibilidad en la posición colombiana.

Ante la encrucijada, Chávez no se dio un tiempo para examinar cómo habrían llegado las armas a las Farc, ni planteó la posibilidad de que la transacción se hubiera producido a sus espaldas. De inmediato montó en cólera y echó mano de la conocida receta de congelar relaciones, llamar al embajador, amenazar con restricciones al comercio y expropiación de empresas colombianas, y denunció una alianza de Colombia con Estados Unidos en contra de la revolución bolivariana.

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