Carlos Blanco - El Universal
"El país rojo está tan cansado como el variopinto que está en la otra orilla"
Hugo era como tú
Pero, ¡cómo ha cambiado el hombre! El filistrín aventurero, con su trajecito puyado, inspirado por Douglas Bravo y Alí Primera en sus delirios, que se debatía entre el beisbol, la locución en Elorza, la administración de la cantina en el batallón, y los fantasmas del poder, ahora es el gordo potentado, rendido a los pies de unos zánganos que lo expolian emocionalmente y que expolian a Venezuela materialmente; frágil ante la adulancia, intolerante frente a la crítica, contumaz en el ejercicio inmune e impune de la mentira, cruel con los que lo abandonan, y henchido de un odio cerval contra los que difieren. El hombre ya no es como tú. Esa humanidad, difícilmente contenida en los trajes de marca, embutida en chalecos antibalas que más parecen camisas de fuerza, es el dueño de un país que lo produjo, que lo encumbró y que ahora no encuentra cómo salir de él.
Los presos, exiliados, enjuiciados y perseguidos, así como ese vasto pueblo disidente, saben del odio que este personaje les prodiga. Lo curioso es saber cómo piensan los que lo han seguido y, por las razones que sean, siguen allí, sin poder lanzar una mirada crítica; saben que les puede salir caro.
El Aplauso Va Por Fuera.
Hace poco este narrador observaba un video de una de las infinitas alocuciones del jefe, interrumpidas por aplausos muy curiosos. Los que aplauden se miran los unos a los otros para que se compruebe, sin sombra de duda, que han aplaudido. Buscan notariar su aplauso; nadie podrá decir luego que se mostraron remisos a la ovación palmípeda. Hay excepciones, como la de aquel militar, metido entre dos colegas que aplaudían con desgano, que se negaba a acompañarlos y apretaba su gorra, y estrujaba un folleto como si estuviera impedido de sumarse al coro por una acción en marcha que sus manos habían emprendido con el trozo de papel arrugado. Era terrible; sabía que debía, pero no podía; lo peor es que no advirtió que la cámara indiscreta estaba allí para testimoniar su desgano.
El drama de los ministros y altos funcionarios no es menor. Varios de ellos confiesan al amigo de toda la vida, al primo o al cuñado, que creen que el jefe enloqueció. Así como suena; piensan que el tipo está loco, cucú, con las tejas rodadas. A pesar de lo agraviante, prefieren decir que está chiflado antes que decir que está equivocado. Desean creer que su política es correcta pero que se le quemaron los fusibles. La locura del de arriba es una coartada para el fracaso. No; no es que se ha fracasado -afirman- sino que, en la bajada, se le fueron los frenos. La jefatura suprema está acompañada por un círculo de hierro que procesa las informaciones que vienen de la "inteligencia". Alegoría que encubre al ejército de sapos y vividores que cobra por aquí y por allá, capaz de denunciar la mirada aburrida de un diputado, el chiste de un ministro o la sonrisita de un coronel cuando pronuncia el mantra de "socialismo y muerte".
Emprecartón. Un poco más allá se encuentran los empresarios de cartón, los de Emprecartón. Estos constituyen el monumento imperecedero a la estulticia del bolivarianismo convertido en chiste. Son personajes de modestas y antiguas pulperías que un buen día encontraron un entierro de morocotas en la forma de una amistad con un enviado de Dios; es decir un regalo de Dios o un Dios-dado. Allí se montaron en la máquina de hacer billetes. Tú compras un banco endeble, el Gobierno le hace depósitos mil millonarios, el dueño usa esos recursos para comprar un segundo banco, con los préstamos de este segundo banco se compra un tercero y así hasta llegar a Nueva York.
Lo más gracioso de esta historia es cómo a partir de un nivel de varios cientos de millones de dólares los tipos quieren borrar la huella de sus deposiciones sucesivas. Instalan una oficina en el primer mundo, hacen donaciones, le dan unos reales a una universidad que los invita a ser oradores de cierto evento, y poco a poco ya no usan la franela roja, dejan a un caporal a cargo del business en Venezuela y así desaparece la bastardía financiera que les dio origen. Los más genuinos productos bolivarianos son los de un liderazgo hinchado por los esteroides del poder y el dinero, y unos ricos que le hacen la barba al líder, mientras se ponen buchones en dólares. Son socialistas de confesionario del esternón para arriba; y sátiros capitalistas de la cintura para abajo.
"Que Odien Mientras Teman". Los de abajo ven lo que significa la revolución. El lento avance de la igualación hacia la ruina y, sobre todo, la adaptación al horizonte microscópico. El asesinato, el robo, el maltrato, la palabra insultante desde las magistraturas, el miedo, el tráfico inclemente, la amenaza, son los nuevos ingredientes del paisaje ciudadano. Al líder se le subieron los humos, de magistrado se transformó en tirano; el país se transformó en su posesión; los recursos colectivos se transformaron en su propiedad privada. Le cogió el gusto a la riqueza y al poder. No vacila en arruinar a los que trabajan, en quebrar a las empresas que producen empleo, en lanzar al limbo de la no-ciudadanía a quienes se le oponen, y en provocar una guerra con Colombia.
Sus políticas conducen a tragedias fiscales, económicas y sociales, pero no vacila en nombrar cónsul y sacerdote a su caballo, como hizo Calígula con Incitatus, y requerir, orientado por la máxima del romano, "que odien mientras teman".
Ellos Saben. Los que lo rodean saben todo esto. En cierta forma, son tan víctimas como los disidentes. La nueva clase se está comprando las urbanizaciones más encumbradas de Caracas en nombre del socialismo. Los trabajadores se encuentran cada vez más asediados por el rencor oficial. La oposición no tiene espacio alguno y el que tiene lo ocupan sus rencillas. Los del PSUV lo saben y andan en busca del tiempo perdido; algunos con una voracidad que no les permite una digestión sana de lo que engullen con premura y temor. Tragan sin masticar: mucho "cash" a palo seco. Hay diputados y ministros que saben que se les aproxima la hora de la molienda inmisericorde. También ellos carecen de libertad de expresión, apenas musitan una queja, viene la cuchilla que les trocea la lengua y el atrevimiento. Entre las memorables víctimas de todo tirano se cuentan sus inmediatos colaboradores. El silencio, la aquiescencia y la complicidad son sus armas defensivas; pero cada vez son más exigidos, así es como para la iniciación las mafias requieren de un asesinato a sangre fría para que no haya posibilidad de regreso.
Las tiranías todo lo controlan, pero lo único que no pueden controlar son las fuerzas que su propia opresión desata. El país rojo está tan cansado como el variopinto en la otra orilla. Un día, por su propia cuenta, esos dos países se van a encontrar y harán lo que tienen que hacer. Y será duro.
No hay comentarios:
Publicar un comentario