La pregunta de esta semana podría ser: ¿por qué Carlos Illich Ramírez es un luchador revolucionario y Luis Posada Carriles es un torturador y un
asesino, un terrorista?
E l presidente Chávez parece desesperado por esconder la realidad. Ya no sabe con qué meterse, a quién más lanzarle otro petardo, qué nueva batalla multiplanetaria inaugurar. Corre, manotea, grita. Al paso que vamos, quizás celebre la Navidad anunciándole al mundo que Santa Claus es de la CIA, que
el Niño Jesús en verdad nació en Capaya, que Obama y Uribe son gays y se casaron en secreto en Lima. Sin embargo, detrás de todo este espectáculo, contrariamente a lo que se proponen, cada vez más siguen apareciendo las preguntas cruciales que desnudan su forma de estar y de ejercer el poder. La pregunta de esta semana podría ser: ¿por qué Carlos Illich Ramírez es un
luchador revolucionario y Luis Posada Carriles es un torturador y un asesino, un terrorista? Es imposible responder a esa interrogante sin hundirse en el fango de un moralismo utilitario. No existe otra posibilidad que imponerle al prójimo la certeza de que Carlos Illich Ramírez es bueno. Que todo lo que hizo fue por una noble causa. Que es de los nuestros. Y, entonces, por el contrario, Posada Carriles es fundamentalmente malo. Actuó
de la misma forma que Ramírez, pero en el bando contrario, bajo las órdenes del mal. Lo demás no importa. Lo demás son sólo crímenes. Lo demás son muchos muertos.
Lo mismo podría decirse de la natural y generosa referencia a Idi Amín. Chávez pone en duda el juicio histórico que señala al ex gobernante como responsable de la muerte de entre 300.000 y 500.000 ciudadanos de Uganda. No es un chiste. Es una muchedumbre enterrada. Pero Chávez, no obstante, deja colar otras posibilidades, piensa que quizás Amín era un patriota. En el fondo, relativiza cualquier cuestionamiento al poder para situar el debate en otro ámbito, en un nuevo paradigma moral: hay un terrorismo liberador y bolivariano.
También se puede masacrar a un pueblo y ser un patriota.
Una de las elaboraciones más perfectas de esa nueva ética del poder la ofreció esta semana Carlos Escarrá. Confrontado, en un programa de televisión, sobre el proceso de elecciones internas del partido de gobierno, el diputado afirmó: "El dedo del PSUV es el dedo del pueblo, el dedo de ellos (la oposición) es el dedo del imperio". No es la primera vez que alguna de las voces oficiales sale rápidamente a proponer este juego de manos como argumento. Es un acto de fe que pretende presentarse como una
ideología. Todo se sostiene sobre el dogma de que Chávez es la encarnación del pueblo. No hay más discusión. O crees o no crees. No hace falta nada más. La revolución no necesita más cuerpo que la anatomía del Presidente. Esa, al final de todo, parece ser la verdadera dimensión de la nueva democracia participativa y bolivariana.
He repetido en varias oportunidades que lo más contundente que tiene el chavismo es su funcionalidad eclesial. Es un movimiento, y un partido, centrado en la devoción. No importa lo que diga o proponga el poder único. La coherencia está en la fidelidad con la que sigue el planteamiento y no en
el planteamiento mismo. Ahora, por ejemplo, en medio del conflicto con Colombia, es insólito escuchar a tanto apóstol repetir el absurdo del Mesías: "La mejor forma para alcanzar la paz" es "preparar la guerra". Bajo este mandamiento, Bush es un chavista de pura cepa. La única manera de garantizar la paz en la tierra es vivir en combate.
En su novela Estrella distante, Roberto Bolaño propone un relato en el que conviven la dictadura militar chilena y la poesía, dejándonos abierta la perturbadora posibilidad de que exista una combinación entre una refinada búsqueda literaria y una práctica represiva tan eficaz como salvaje. Se trata, como refiere Juan Villoro, de una inquietud moral: "El arte más excelso puede coincidir con el oprobio". Pero Latinoamérica, lo sabemos, es
un clima ideal para los estereotipos. A veces, resulta difícil repetir que en nuestros países tampoco las cosas son lo que parecen.
Ni siquiera aquí, la dialéctica de la historia sólo es una confrontación entre buenos-buenos y malos-malos.
Las asociaciones religiosas suelen ser simples y engañosas. Escamotean la realidad, siempre más compleja y difícil. Esconden, también, un proyecto autoritario e intolerante. No tienen otro argumento que su propia vehemencia: ¿Por qué Carlos Illich Ramírez puede ser un luchador revolucionario? ¿Por qué Idi Amin puede ser considerado como un patriota?
¿Por qué el dedo del PSUV es el dedo del pueblo?... ¡Porque lo digo yo! ¡Por mis cojones! ¡Porque me da la gana! ¡Porque es así y se acabó!¡Viva la revolución!
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