Roberto Giusti
El Estado putrefacto
Once años después estamos ante un gobierno podrido en la ruina moral
Después de once años no muchos deben recordar que una de las consignas
fundamentales del entonces candidato presidencial Hugo Chávez era la guerra
contra la corrupción y el saqueo de las arcas públicas por parte del
entonces denominado régimen bipartidista adeco-copeyano. Cual terrible ángel
purificador el teniente coronel golpista tronaba contra "las cúpulas
podridas" del viejo sistema político y su discurso golpeaba duro y profundo
a una clase política colocada a la defensiva y carente de argumentos ante la
contundencia y veracidad de sus denuncias.
Apertrechado en un pasado impoluto y ante un país fascinado por su verbo
agresivo, Chávez hacía gala de una autoridad moral que utilizó como
plataforma para hostigar a los corruptos como nadie lo había hecho hasta ese
momento. En un país donde el robo al estado era visto como un hecho normal,
llegó a ofrecer que freiría en aceite la cabeza de adecos y copeyanos y
desarrollaría una proba doctrina administrativa, fundamentada en la
austeridad y en el uso honesto de los recursos públicos a favor de las
mayorías desprotegidas.
No le resultaba difícil poner el dedo en la llaga cuando señalaba como una
de las causas de la pobreza y de la creciente injusticia social el
enriquecimiento escandaloso de los jerarcas de la cuarta república y de sus
comisionistas, amparados en una impunidad tan flagrante que sólo el chinito
de Recadi y el ex presidente Pérez (sometido a un juicio político y
condenado por malversación de fondos) habían purgado condena por delitos de
supuesta corrupción administrativa. La juiciosa administració n de lo
recursos, dirigidos a remediar los males sociales obró como el gran
movilizador de un país necesitado de un revulsivo que recuperara el orden,
aplicara la ley con severidad y nivelara los graves desequilibrios
económicos. Montado sobre ese caballito de batalla Chávez llegó galopando a
Miraflores.
Once años después estamos ante un gobierno podrido en la ruina moral,
carcomido por el ansia depredadora de su cabecilla y la avaricia incansable
de sus acólitos. En todo este tiempo desvalijaron al Estado, no hicieron una
sola obra, dilapidaron 900 mil millones de dólares, traicionaron a los
pobres, crearon una burguesía emergente parasitaria y negadora palpable de
cualquier principio o valor revolucionario y ahora se pelean a cuchillo
limpio por los despojos sin ningún tipo de rubor, perdidas ya la vergüenza y
sepultadas en el olvido las promesas de redención social. Y ahí siguen,
protegidos por la impunidad, cometiendo desafueros contra la democracia y
haciendo maromas ya no sólo para continuar con la compulsiva destrucción del
país, sino para sostenerse, como sea, en el poder, persuadidos, como están,
de que tanta bajeza e ignominia tendrán su castigo algún día.
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