Existe un dicho muy común por estos lados que reza: “Después de muerto, todo el mundo es bueno” y se aplica a los difuntos que no se distinguieron precisamente por una vida, bien sea decente, bien sea tranquila, bien sea justa. Siempre aflora en el velorio una vieja que para quedar lucida proclama con tono ceremonioso: “aaay! él si era bueno…”, lo que arranca miradas de incredulidad en el resto de los asistentes que como los atletas cuando oyen el disparo comienzan en sordina y con sorna a rememorar las “hazañas” del pro-hombre cuyos restos reposan en el cajón en medio de la sala de la casa, de tal manera que si no le conocías la vida, ahora se la conoces, o si te faltaba algo, ahora completas el cuadro de vagabunderías y marramucias del que, una vez muerto, por arte de magia se ha convertido en el santo varón, héroe de grandes y chicos a mas no poder.
Recuerdo la anécdota de dos actrices de Hollywood quienes a lo largo de sus carreras se manifestaron una aversión mutua, Bette Davis y Joan Crawford. Cuando la Crawford murió, la prensa del espectáculo corrió a buscar las declaraciones de Bette Davis, quien, parsimoniosamente comentó:
Nunca se debería hablar mal de los difuntos, solo bien… ¿se murió Joan Crawford? QUE BIEN!!!
La cosa no es muy justa que digamos, porque ciertamente las personas no son ni totalmente buenas ni totalmente malas, así que en el féretro caben todas sus virtudes y todos sus defectos; Sin embargo nuestra apreciación inclinará la balanza de la vida de un lado o del otro dependiendo de nuestra relación con el fenecido y su actividad.
Ni siquiera la Historia y el Tiempo son muy justos que digamos… el ignoto, el desconocido, jamás tendrá la oportunidad de ser reivindicado o confirmado en su inutilidad con el paso del tiempo, no así las figuras públicas cuya vida es y será objeto de estudio y cuyos alcances sólo se apreciarán cuando, con el pasar del tiempo se confirme que lo que hicieron o dejaron de hacer en realidad sirvió para algo.
Hoy en la madrugada murió Rafael Caldera. Dos veces presidente de la República; junto con Jóvito Villalba y Rómulo Betancurt co-creador de la doctrina de alternabilidad democrática en el llamado pacto de Punto Fijo (no porque el pacto hubiera nacido en esa población Falconiana sino porque la casa de Caldera en Caracas se llamaba así). Como presidente (1º período) impulsó la industrialización del país (“El Tablazo” marca el paso), ofreció construir 100.000 casa por año (al finalizar su período de 5 años no había llegado a cumplir ni 90.000). Acabó con las escuelas técnicas, allanó la Universidad Central de Venezuela en el 69 con un balance de 10 estudiantes muertos y 85 entre presos y torturados.
Al decir de muchos, su soberbia lo llevó a asfixiar políticamente a sus “delfines”, a quienes les cercenó las posibilidades reales de acceder a la presidencia de la República (Eduardo Fernández y Oswaldo Álvarez Paz). Cuando el partido que él fundó se cansó de tenerlo como “eterno candidato” pues hundió a Copei y creó el tristemente famoso “chiripero” aprovechando la coyuntura de la destitución de Carlos Andrés Pérez y el mediocre gobierno interino de un gran hombre como Ramón J. Velásquez y llegó de nuevo a la presidencia de la República para adjuntar a su record la quiebra del Banco Latino (de su examigo Pedro Tinoco) y la debacle económica de la crisis bancaria que arrastró a una decena de bancos mas (y sus miles de ahorristas), precisamente por la ineptitud de los organismos públicos al no fiscalizar ni manejar con efectividad la actividad bancaria.
Y lo que la mayor parte de los venezolanos recordamos, el INSULTO, perdón, el INDULTO a los golpistas que sacó de Yare y lanzó a la vida pública a Chávez, multiplicando por 1000 todo este proceso de descomposición política y social que vive Venezuela.
Yo no se como tratará la Historia a Rafael Caldera dentro de 20 años; no se cual lado de la balanza se inclinará, si la de a su favor o en contra, pero lo que es hoy, a escasas horas de su fallecimiento estos son los recuerdos que vienen a mi memoria, lo cierto es que nunca se debería hablar mal de los difuntos, solo bien. ¿se murió Caldera?...
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