3/2/10

Ansiedad revocatoria

El país se despedaza y el hombre, lejos de asumir su responsabilidad -¡qué lejanos están los tiempos de aquel “por ahora”!- plantea que se discuta, se hable y se decida sólo sobre lo que a él le interesa y le ha interesado siempre con exclusividad: si permanece en el poder o no.
Gonzalo Himiob Santomé

Ansiedad revocatoria

“Cuando el hombre se mira mucho a sí mismo,
llega a no saber cuál es su cara y cuál es su careta”
Pío Baroja

Ya son muchas, quizás demasiadas, las expresiones de Hugo Chávez llamando a la oposición a activarle un Referendo Revocatorio en los términos en que lo pauta el Art. 72 de la Constitución. La consigna desesperada es objeto, como siempre, de acrítico coro por parte de los acólitos del oficialismo a guisa de “reto” lanzado al vuelo contra la disidencia y contra la oposición. Sin embargo las mayorías democráticas han demostrado mucha madurez política y, a diferencia de lo que ha ocurrido en otras oportunidades, no han pisado la resbalosa concha de plátano que se ha dejado caer desde el oficialismo como un guante manchado en la ruta hacia el rescate de la AN.

Todo el embrollo revela mucho de cómo es que Chávez se ve a sí mismo y a su permanencia en el poder, pero más allá, revela una clara estrategia oficial dirigida a sacar el debate político de la senda por la que debe transitar: la que nos imponen la ciudadanía y nuestras mas acuciantes necesidades. Aunque al poder le duela, el tema central -Chávez lo sabe y eso le genera una inmensa ansiedad- no es hoy por hoy si el presidente se queda o no en el poder. El tema central es Venezuela. Lo importante no es colocar el foco sobre si conviene o no activar un Referendo Revocatorio contra Chávez, sino poner el dedo, y la atención, sobre las terribles llagas que la inseguridad, el desempleo, la devaluación de la moneda, la prisión política, la falta de acceso a los servicios básicos, los ataques a la libertad de expresión y el asesinato de estudiantes -oficialistas y opositores por demás- en las protestas recientes han dejado en la piel de nuestra patria y que costará mucho lograr que cicatricen. Esto, aunque a Chávez le incomode, es lo inmediato, lo puntual, lo significativo.

Y todo eso lo sabe Chávez que, prendado de sí mismo hasta la ceguera como siempre, lee feliz en la TV cartas de Berlusconi y juega a que “nada nos pasa” mientras el país se nos va por las cañerías de su cada vez más olorosa -por no decir hedionda- y patente ineficiencia. Chávez pretende hacernos creer que “toma medidas concretas” para enmendar el capote cuando lo cierto -el que tenga ojos, que vea- es que juega a mover las mismas fichas de siempre en los tableros de lo cotidiano sin percatarse de que eso sólo demuestra que, al igual que lo hicieron algunos de los líderes políticos de la mal llamada “IV República”, no tiene ni idea de qué hacer con los problemas del pueblo. Y también evidencia que está corto de talentos ya que no ha hecho más que descabezar a cuánto sucesor pudiera representar una alternativa distinta, no sólo para él y para su “revolución”, sino además para carteras ministeriales y oficios públicos en los que son más necesarias la preparación, las credenciales y la idoneidad que la simple y obtusa lealtad absoluta. Por eso juega -o intenta jugar- el único juego en el que, aunque de manera cada vez más débil, lleva ventaja: el que convierte a todo el país en un desfigurado reflejo de sí mismo.

No vamos a caer en la trampa “relegitimadora”. A Chávez en su egoísmo le interesa que la gente deje de pensar en los problemas reales que todos -oficialistas y opositores- padecemos y que se vuelva la mirada a la distorsionada visión, que él promueve para sí mismo con desparpajo, de “víctima” de “oscuras” -y siempre inexistentes- “fuerzas ocultas”. Allí, como le encanta ser el centro de atención, se solaza ya que según él, su cargo y el poder que le apareja -el país no le importa en lo absoluto- están en riesgo merced unos siempre improbables complots que no pretenden más que desalojarle del puesto. Por eso, en vez de hacer lo que le toca, que es gobernar, propone que se decida si debe seguir gobernando o no. La diferencia es sutil, pero importante. Para él, en su incompetencia, es más fácil quejarse de que “el mundo está contra él” y echarle la culpa a los demás de todo lo que nos pasa que trabajar y ocuparse de la solución -que no conoce ni está interesado en conocer- de nuestras cuitas.

Pero la mueca le sale mal al presidente. Dos cadáveres más de jóvenes víctimas de la violencia política que él mismo ha creado y defendido -”mi revolución es pacífica, pero está armada”- le reclaman hoy desde sus tumbas la felonía. Así, esta intención desesperada de Hugo Chávez de que se le haga el centro de toda atención -tal y como lo ha hecho las ya más de 20 veces que ha dicho en los últimos años que “lo quieren matar”- es lo más parecido a un muy inoportuno “pescueceo” que hemos visto en años. El país se despedaza y el hombre, lejos de asumir su responsabilidad -¡qué lejanos están los tiempos de aquel “por ahora”!- plantea que se discuta, se hable y se decida sólo sobre lo que a él le interesa y le ha interesado siempre con exclusividad: si permanece en el poder o no.
Mala movida compañero. La factura electoral, con intereses, deberás pagarla igual cuando te toque.

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