El marxismo-leninismo y el maoísmo proceden de análisis falsos. La historia de los fracasos está bastante documentada. Venezuela no puede candidatearse para revivir las “glorias” de los guetos, encantados por la hediondez perfumada de una “revolución bonita” que importa un charco de sangre.
La política como ocio y negocio de hampones
(o cuando la grandeza está en otra parte)
-Alberto Rodríguez Barrera-
“Que en un Estado bien ordenado los ciudadanos deben tener ocio y no tener que proveer sus diarios deseos es generalmente reconocido, pero hay dificultad en ver cómo este ocio debe ser obtenido.” Aristóteles
Entre las tentaciones totalitarias del oficialismo está la utilización de bandas armadas callejeras y motorizadas para defender lo indefendible que es la implantación a la diabla de una “revolución” que hubiese indignado a Simón Bolívar y que, además, implica la negociación con el ocio de los sicofantes del hamponato, y un fin cuya trascendencia histórica se calificará como de lesa humanidad. Si bien ya esta sombra gira en torno al chavismo, consolidarla con un asesino cubano de experiencia en el ramo será el colmo de la estupidez. Tal defensa del botín –similar a las de Stalin y Hitler- permanecerán como imborrables en el tiempo.
Lo contrario del término ocio es negocio, y a veces el negocio se desvía como tiempo libre, no ajustado a la legalidad. Se ha dicho con acierto que “una revolución es un movimiento de contestación que consigue tomar el poder”. No se debe tomar el poder para el ocio y el negocio, ni aplicar el facilismo de gobernar rudimentaria y centralizadamente. Como en las estructuras de las grandes obras de arte literario, los fundamentos deben impregnarse de complejidad y coherencia.
La guerrilla urbana, que a ratos nos insinúa el chavismo en su gesta regresiva, es una contestación que nada tiene que ver con revolución; es una intensificació n –no una mutación- de su forma de accionar, de contestatarios belicosos, como los anarquistas de fines del siglo 19 que mataban a bombazos a los consumidores en los cafés de Paris. No hay peor cosa que el acceso al poder por la nulidad. Y no podemos quitarle el ojo a los deseos descontrolados del chavismo para permanecer en el poder exacerbando el fanatismo hacia una guerra civil. Para y por el cambio, no es el momento de permanecer como una mayoría silenciosa.
A las Fuerzas Armadas y a la Policía hay que reimplantarles rigurosamente las conveniencias del consenso constitucional, por encima de las hipótesis novelescas con que la SS nazi hizo historia, junto con la muerte en masa del stalinismo y el sapeo letal inter-vecinal de Cuba. Además, no están dadas las condiciones sociológicas para tan simple locura, aunque locos siendo psíquicamente manipulados hay. La conveniencia de ajustar a tiempo el desplazamiento es fundamental para el cambio; puntos previsivos de control para evitar el desborde violento en el juego político democrático, cuyos muertos no son generalmente puestos en la cima sino en los de abajo, cruel y obtusamente, camaradas.
La lucha de “clase contra clase” no es una lucha de clases, sólo es un maniqueísmo operando en la imaginación díscola de algunos engordados por el ocio de los negocios, lejos de ser “víctimas del capitalismo”. Cuando impera la miseria en medio de la abundancia, hay que estremecer con fuerza el optimismo de una legalidad que supera a la muerte. Debemos modificar la placentera cama en que retoza el oficialismo, desdeñando la pobreza con peligrosos mareos y armas de represión. Revísense las tácticas para incrementar los pobres tras cortinas de hierro. El problema de la pobreza no coincide con el de las minorías oligárquicas del chavismo. Si la partida para frenar el cambio se juega en el terreno de la pura violencia, sin ningún código subyacente, la pérdida es para todo el pueblo venezolano.
Las revueltas deben circunscribirse a la cima, donde los políticos –si lo son de verdad- no tienen otra salida que emplearse a fondo dentro de las nada despreciables posibilidades de la participación democrática, que van poniendo en jaque al chavismo, cuya no integración por el bien nacional adquirirá entonces títulos o estatus de criminalidad, mercadería vendida al mejor postor. Aquí la lucha es codo a codo, con los vientos todos soplando hacia la Venezuela querida; esta es una solidaridad no opcional.
Cuando no se juega y juzga limpiamente, la democracia es “abstracta” y el servilismo gana apelativos y acciones más fuertes. Los mochos que se aparten, por favor, cuando se pase a medir “la tasa de funcionamiento de la legalidad existente”; y que no haya “directivos” escondiéndose tras “masas silenciosas que gritan”. Esa tasa debe conducir a modificar la apreciación y la acción de los recursos inherentes a cada situación. El “mojoneo político” que ocupe su lugar en la poceta de la historia.
Cuando en la década de los 70s las Panteras Negras gringas se pusieron en armas contra su gobierno en norteamérica, tenían libertad incluso para ofrecerle al gobierno norvietnamita un voluntariado que tomaría parte en la guerra y ayudaría a combatir “al cobarde agresor norteamericano”. Aquí por una huelga se apresa y condena al Presidente de la Confederación de Trabajadores de Venezuela. No se puede pretender que –además de no permitir otras panteras- las Panteras Rojas del chavismo sean las únicas reinas del patio. La cobardía es algo muy difícil de oficializar, ya que enseguida se traduce en asesinato con premeditación y alevosía, como hemos visto.
La acción armada como “única acción revolucionaria” es ruptura contra el sistema establecido, y sin esperanza de negociar la paz, sólo el “vencer o morir”, que fue el esquema del siglo 19 de los regímenes autocráticos, allá atrás en la historia. Los negros norteamericanos no hubieran podido salir adelante con este esquema. Nosotros tampoco. El marxismo-leninismo y el maoísmo proceden de análisis falsos. La historia de sus fracasos está bastante documentada. Venezuela no puede candidatearse para revivir las “glorias” de los guetos, encantados por la hediondez perfumada de una “revolución bonita”.
Nuestros “revolucionarios” son como los hippies de Mao (los hippies norteamericanos fueron más revolucionarios en su nota trascendente de paz y amor). Impregnados de vagos slogans carentes de análisis serios, Mao también se perfumaría con consejitos prudhomianos: “Se progresa cuando se es modesto”, “Lo difícil es actuar bien toda la vida”, y perogrulladas: “Un ejército sin cultura es una ejército ignorante”, cosa que un inflado rojo engorda: “la sangre es roja”. Pero bajo la panza roja estaba el “gusto por los placeres” y la fenomenología suprema de que “nuestras tropas se dirigen hacia las grandes ciudades”. Como siempre con estos especímenes, la grandeza estaba en otra parte...
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