5/3/10

La creación de nuevos campos de historicidad

Teódulo López Meléndez



No se puede seguir hablando de democracia pensando que es un sistema donde se vota o donde hay representatividad o participación. A la democracia tenemos que hincarle los dientes, revisar todo y ahora mismo debemos ir sobre el concepto de política. Indispensable entrar en él porque en este país la gente dice estar “harta de política” cuando en verdad lo que está es harta de falta de política. Política es participar en la actividad social. Es necesario terminar con la desnaturalizació n del concepto mismo, con la creencia generalizada de una particularizació n “profesional”. Toda acción sobre la vida pública o, dicho de otra manera, sobre los intereses colectivos, es una acción política. Otra cosa distinta es lo que podríamos denominar “actividad política” (proselitismo, búsqueda del poder, etc.) que es propia de los activistas políticos.



La sociedad venezolana está omitiendo el replanteamiento de que es la democracia. Lo que no se renueva perece; lo que ante los ojos de la gente es ya conocido, con sus virtudes y vicios, carece de la atracción de la novedad. Hay que conceptuar para la demostración práctica de una democracia sin adjetivos, sólo ubicada en un contexto de tiempo: siglo XXI, con todo lo que ello implica.



La sociedad venezolana está atomizada por muchas causas: desvío y confusión por la profusión de “aprendices de brujo” que pululan en los medios radioeléctricos, la conversión de los encuestadores en analistas con las consecuentes barrabasadas, la determinación de los medios de “escoger” cuidadosamente quienes asisten a sus programas de entrevistas, los negociantes que se dirigen a sobrevivir en el actual régimen. La sociedad venezolana ha perdido la capacidad de reacción, está sentada frente al televisor esperando que la pantalla le diga como debe comportarse. La sanación del cuerpo social implica un largo proceso que debe partir de la inserción en la cotidianeidad.



La escasa influencia del pensamiento sobre la democracia en la democracia misma se debe a la crisis de todo pensamiento trascendente en un mundo de bodrios repetitivos, de insubstancialidad y a la ausencia de lo que diagnostica de modo diferente a como se construyeron las ideologías derruidas. No se trata de un plano que se proclame poseedor de la verdad ni pretenda proclamar la solución de los problemas del hombre. Se trata de un conjunto de diagnósticos y de advertencias. Las clases medias, actores claves en toda acción política, sólo se movilizan cuando creen amenazados sus derechos. Son las clases medias el ejemplo de inacción funcional inducida por la pantalla-ojo o por los activistas políticos colapsados o el instrumento manipulable para los intereses particulares disfrazados de colectivos.



Bien podría argumentarse que la sociedad civil se ha convertido en un simulacro de lo social. La democracia, por ejemplo, parece alejarse de su marco de drenaje y composición, para elevarse por encima de las fuerzas conflictivas que se mueven en su seno. El poder que amenaza con surgir en el siglo XXI trabaja –ya lo hemos dicho hasta la saciedad- con la velocidad y con la imagen, más con la velocidad de la imagen. Su alzamiento por encima de una sociedad civil débil le permite recuperar el sueño del dominio total, de la modelación de los “contemporáneos” (antes ciudadanos) a su leal saber y entender. Así, el poder de la dominación se hace total. En el campo del sistema político la democracia comienza a ser mirada como un impedimento, como un estorbo.



Ya no estamos, pues, y a veces mucha gente no se da cuenta, en una sociedad industrial. En consecuencia las formas de poder son otras. En consecuencia, las viejas formas (sindicatos, partidos políticos, asociaciones empresariales y todas aquellas “instituciones” de la sociedad civil) se derrumban, al igual que los sistemas de valores tradicionales, la familia, los sistemas de poder (la democracia en peligro). Hay nuevas formas de poder y también nuevas formas de política, sólo que la tendencia es a la eliminación de esta última, es decir, a un neo-totalitarismo. Si vemos, por ejemplo, la inutilidad de los sindicatos y la impotencia absoluta de los partidos para unir en torno a ideologías, debemos admitir que la nueva estructura política pasará por un entramado de redes de acción y presión política. Lo que hay que entender es que la política dejó de ser un espacio de acción individual o uni-organizativo para convertirse en una gran red de redes de transmisión de información, creación de coaliciones y alianzas y en articulación de presión política.



En su postdata sobre Las sociedades de control, Gilles Deleuze nos recuerda el proceso, con Foucault, de las sociedades disciplinarias de los siglos XVIII y XIX, en plenitud en los principios del siglo XX, donde el hombre pasa de espacio cerrado a espacio cerrado, esto es, la familia, la escuela, el cuartel, la fábrica y, eventualmente, la prisión, que sería el perfecto modelo analógico. Este modelo sería breve, apenas sustitutivo de las llamadas sociedades de soberanía, donde más se organiza la muerte que la vida. Deleuze considera el fin de la II Guerra Mundial como el punto de precipitación de las nuevas fuerzas y el inicio de la crisis de lo que llamamos sociedad civil. En otras palabras, entran con fuerza las sociedades de control que sustituyen a las sociedades disciplinarias. Virilio habla así de control al aire libre por oposición a los viejos espacios cerrados. El gran diagnóstico sobre este proceso lo hace, qué duda cabe, Foucault, pero es a Deleuze a quien debemos recurrir para entender el cambio de los viejos moldes a lo que él denomina modulaciones. La modulación cambia constantemente, se adapta, se hace flexible. La clave está en que en las sociedades disciplinarias siempre se empezaba algo, mientras que en las de control nunca se termina nada, lo importante no es ni siquiera la masa, sino la cifra. Es decir, hemos dejado de ser individuos para convertirnos en “dividuos”. No hay duda de la mutación: estamos en la era de los servicios, la vieja forma capitalista de producción desapareció. He definido esta era como la de la velocidad, pues bien, el control es rápido, cambiante, continuo, ilimitado. Si algunos terroristas colocan collares explosivos a sus víctimas, la sociedad de control nos coloca un collar electrónico.



Esta república desanda, retrocede, recula, repite. Esta república marcha hacia cuando no era república. Volvemos a ser una posibilidad de república, una harto teórica, harto eventual, harto soñada por los primeros intelectuales que decidieron abordar el tema de esta nación y de su camino. Nos están poniendo en un volver a reconstruir la civilidad y en el camino de retomar el viejo tema de civilización y barbarie. Por lo que a mí toca tengo una negativa como respuesta. Hay que plantear una democracia del siglo XXI, hay que dotar a este país de herramientas que le permitan salir de la inconsciencia de los retrocesos, hay que extinguir la mirada biliosa. Aquí la única risa que cabe es sobre los esfuerzos miméticos del caudillo, sobre el viejo lenguaje y los viejos planteamientos regresados como si aquí no hubiese habido cuatro décadas de gobiernos civiles. Aquí lo que cabe es reconstruir las ideas, darle una patada en el trasero a la Venezuela decimonónica y a la Venezuela “sesentona” para hacerle comprender que estamos en el siglo XXI. Este país necesita pensamiento, no abajo-firmantes; esta nación necesita quien la tiente a la grandeza de espíritu, no amodorrados en silencio; este país necesita quien proyecte un nuevo sistema político, no quienes vengan a repetir el viejo lenguaje podrido o a convertirnos en objetos de estudio psiquiátrico. Hay que crear nuevos “campos de historicidad”, para utilizar palabras de Alain Touraine. Ello implica abandonar viejos temas que se insisten en poner sobre el tapete evitando una discusión seria sobre los nuevos modos del deber ser del cuerpo social.

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