El Gobierno persiste en su política de control del sector agroindustrial privado, a sabiendas de que fracasará en este nuevo intento de manejar a sus anchas la fabricación, importación y distribución de alimentos con fines electorales. Todos recuerdan que, desde la cuarta república hasta hoy, estos esfuerzos realizados desde el poder terminan creando no sólo una gran deuda imposible de cuantificar y pagar, sino que generan simultáneamente un mar infinito de corrupción.
Estos mega-intentos de consolidar redes alternativas de producción y distribución de alimentos manejadas por altos funcionarios generan, al principio, la falsa sensación de bajar o detener el alto costo de la vida. Pero, a la larga, tanto por impericia y desconocimiento del negocio como por las corruptelas, se terminan por ocultar las pérdidas y maquillar las cifras del desastre.
Esto no es nuevo en los bolivarianos, cuyo famoso Plan Bolívar de compra y distribución de alimentos creó más ricos en el Ejército que el petróleo en el Zulia. No pocas investigaciones se hicieron al respeto pero esas fortunas mal habidas no fueron nunca recuperadas por el Estado venezolano: se quedaron en el exterior a buen resguardo.
No está de más recordar también como Mercal, Pdval y todos los mamotretos creados para vender desde leche en polvo, lavadoras y neveras hasta motocicletas chinas, han fracasado sistemáticamente en hacer funcionar una red que atienda a la gente de una manera cómoda y decente.
Las largas e interminables colas y la persistente escasez de ciertos rubros básicos son características permanentes de estos mercados cerrados o a cielo abierto. Una semana hay pernil para regalar, otra semana pollos brasileños, otra leche en polvo o harina de maíz, pero jamás coinciden en una sola jornada los cuatro productos. Es la demostración más clara de ineptitud burocrática de quienes manejan "el negocio", no sabemos si con criterio particular o colectivo.
El Gobierno insiste en seguir los pasos de la "época loca" de la economía cubana cuando hasta vender helados era considerado una venenosa actividad del capitalismo. La revolución arrasó con la producción privada de azúcar y redirigió la agricultura como si fuera una actividad exclusivamente del Estado. Persiguió a los grandes, medianos y pequeños cultivadores y cerró los mercados populares donde se vendían al detal los productos del campo.
¿Cuáles fueron los resultados de estas políticas? Hambre, pobreza, desabastecimiento y ruina del campo. Hoy Cuba importa cerca de 87% de los alimentos que consume, y los trae principalmente de Estados Unidos. La producción de azúcar apenas abastece el consumo interno mientras que la leche, la carne vacuna y el pollo son productos esporádicos en los expendios del Estado.
¿Es ese el camino que queremos? Como advierte Conindustria, "no hay ni una sola experiencia exitosa de empresas que hayan sido tomadas, confiscadas o expropiadas por el Ejecutivo".
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