En puridad sociológica, no me calo la leyenda de “pueblo noble y generoso” que difunde la literatura sobre el pueblo venezolano. Los ciento cincuenta mil homicidios en 10 años, casi 16.000 durante 2009 son un mentís demasiado contundente como para seguir con la farsa, y sobre todo para negarnos a decir la verdad con todas sus letras: En el pueblo venezolano ya hay demasiada maldad entronizada como para seguir con la indiferencia y la justificación por la pobreza, que pobres hemos sido todos en estos tierreros latinoamericanos.
La inmensa carga de violencia que lesiona las relaciones cotidianas de la ciudadanía es preocupante y es indicativa de conductas esquizofrénicas. Porque no afecta solamente a los delincuentes. Por cualquier nimiedad un loco saca una pistola y la usa. Los conductores les lanzan los vehículos a los desprevenidos transeúntes en calles y avenidas del país. Cualquier reclamo intrascendente puede generar una riña con muertos y heridos. El maltrato a la mujer y a los niños califica como actos de alta criminalidad.
El miedo es el sentimiento colectivo que une a los venezolanos. La aparición de Chávez en la escena pública ha agravado esta situación, pues lo hizo a través de un charco de sangre inocente, y su primer discurso político, luego de la traición a la Constitución que significó su liberación sin haber sido condenado por su felonía, fue un manifiesto bárbaro que removió la sentina del resentimiento social bajo la bandera del odio, lo que generó – ante el asombro de los ingenuos que creen que todo viejito es inofensivo y toda viejita una santa – el despojo del disfraz de “gente buena” de un impresionante sector de la sociedad, que en un santiamén estaba dispuesta – y lo sigue estando – a matar, despellejar y freírle la cabeza en aceite a cualquier cristiano que no se le parezca, en nombre de la “justicia social” y el protagonismo popular.
Esto significa que esa conducta violenta y criminal estaba agazapada en la psiquis de la buena señora que nos servía el desayuno o del amable vendedor de verduras del mercado o del chofer que les hacía transporte a nuestros hijos o el diligente joven que cortaba la grama en nuestro jardín. Porque esos franelascolorás violentos, excluyentes y despóticos no vinieron de Marte con Chávez. Ambos estaban aquí. Disimulados en el paisaje. Bastó una gota de odio de un estigmático – condena política para todo carismático - para que el terror asolara la pradera.
Y es importante destacar esto, pues los monstruos que en el mundo han sido, a quienes se adjudica la culpa de crímenes horrendos, no hubieran sido peligro para nadie sin los miles o millones de desalmados dispuestos a cumplir sus órdenes por crueles que éstas fueran, sin el menor gesto crítico ni el más ligero asomo de humanidad – allí está “Los Jueces del horror” para probarlo - estos desalmados son los verdaderos culpables, delatores y verdugos que pasan desapercibidos en la historia mezclados con sus víctimas mientras su venerado líder se pega un balazo como Hitler o su pudre en una cárcel de máxima seguridad como Milosevic o se desvanece en diarrea como Fidel o simplemente se muere delirando de miedo como Stalin.
Destino fatal de todos estos psicópatas elevados al poder por la ignorancia, el fanatismo y el miedo, con la complicidad de los intereses económicos nacionales e internacionales, que siempre creen que pueden controlar la bestia sedienta de poder que ayudan a encumbrar.
El pueblo alemán en su totalidad – incluyendo eminentes intelectuales - apoyó con entusiasmo los crímenes de Hitler contra el pueblo judío, para quedarse con sus propiedades, que fue la autentica razón. El ladronismo. Fueron muy pocas las excepciones y se dieron sobre todo en las élites. Y, lo más asombroso, como descubrió un psiquiatra en Nuremberg, los asesinos eran profundamente religiosos y amorosos padres de familia, degenerados de doble moral que encajan perfectamente en mi definición de humaniformes.
La juventud fanatizada por el discurso revanchista – más que justicialista – suele ser el más poderoso instrumento criminal de estas satrapías, aunque al llegar a la vejes bajo palio de la miseria, se da golpes de pecho como en Cuba, por su insensatez.
Venezuela, pueblo violento
El venezolano tiene entre sus ancestros la oscura criminalidad del bajo español que fue reclutado a la fuerza o por el hambre para correr la aventura aterradora del Nuevo Mundo, que lo enfrentaba a sus más recónditos terrores ancestrales; la violencia congénita, por imperativo de la supervivencia de los aptos, del africano arrancado de su tierra y vendido como esclavos por los reyes de sus tribus, regularmente por delincuentes, y los indios caribes, el primer imperio invasor de estas tierras a quienes las tribus pacíficas asentadas con anterioridad, les tenían pavor por su ferocidad criminal.
Un ejemplo de este aserto es la psicopatía del delincuente venezolano que asombra al mundo. En todas partes hay ladrones pero los de aquí asesinan sin la menor piedad. Someter a la víctima a la humillación de un atraco no les es suficiente, deben arrancarle la vida. Y eso no es nuevo.
Los héroes de las Queseras del Medio fueron asesinos sanguinarios, que cuando estaban al servicio de Boves degollaban mujeres en los altares de las iglesias de la patria y pasada la guerra, muchos – como Aramendi – tuvieron que ser cazados como animales por las fuerzas del gobierno para detener sus fechorías.
Y aquí debo señalar la responsabilidad del discurso político de Chávez en el recrudecimiento del crimen en Venezuela, pues estas personalidades psicopáticas, que, ya de por sí, suelen despojar al otro de sus atributos como persona, para valorarlo como cosa, “becerro”, “muñeco”, para no sentir remordimiento alguno, se han visto reforzadas por la estupidez de un líder ignorante, sobreestimado por la adulancia servil y por la idiotez de los que confunden astucia con inteligencia, que identifica como “escuálidos” es decir, no-personas, a quienes no comulgamos con la rueda de molino comunista – que es una secta de asesinos – lo que confiere autorización tácita para desarrollar con total desparpajo la elevada patología criminal nacional.
Por eso debo insistir en que es necesario responder con contundencia - cualquiera sea su jerarquía – a quien nos señale como “escuálidos”, pues nos está despojando de nuestra condición humana para convertirnos en blanco impune de sus enfermos mentales.
La ruptura del pacto social
La mano de hierro de las dictaduras del Siglo XX logró esconder en un pacto social tácito, esta patología del pueblo venezolano, que se manifestaba ocasionalmente en bárbaros crímenes, tanto pasionales como familiares – incluidos parricidios, fratricidios y filicidios – hasta por una botella de ron o un juego de truco. Durante los 40 años de democracia, aunque el irresponsable clientelismo partidista, relajó la norma y propició el aumento poblacional del lumpen hasta niveles alarmantes, la criminalidad se mantenía dentro de parámetros manejables.
Pero ese pacto social se rompió con el discurso violento de Chávez, la impunidad y el crecimiento de la hostilidad del medio de subsistencia, y ahora vemos como el crimen forma parte de nuestra azarosa realidad con una cotidianidad que le ha conferido visos de “normalidad”, lo que define la decadencia moral de la sociedad.
El hecho de encontrar criminales de doce o menos años actuando como sicarios, evidencia la crueldad que los afecta como síntoma del padecimiento esquizofrénico, situación que puede detectarse a temprana edad si incluyéramos exámenes psiquiátricos en los requisitos para ingresar a la escuela básica. Si se hiciera, esos niños pudieran llevar una vida adulta normal bajo medicación estricta.
En conclusión
La patria es la gente y si queremos mejor patria es imperativo la formación de mejor gente – Chávez marcha en sentido contrario armando débiles morales - seguramente muchos de ellos afectados con patologías mentales - a quienes se señala al opositor como cómplice de supuestos invasores extranjeros para activar el odio hacia todo quien se atreva a cuestionar su trastorno delirante de salvador del mundo.
La situación amerita seriedad. Ya basta de hablar con eufemismo ridículos y de esconder, como los gatos, la podredumbre social tras el lenguaje gourmet de la gente con virtudes públicas y vicios privados, como la película de Miklós Jancsó.
Es hora de reconocer que un elevado porcentaje del pueblo venezolano sufre de serios desórdenes antisociales que lo convierten en uno de los pueblos de mayor criminalidad del mundo. Y eso hay que encararlo científicamente sin falsos pudores. Por la calle del medio.
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