viernes 12 de noviembre de 2010 05:30 PM
La capacidad de asombro de los venezolanos está siendo retada con una frecuencia inusitada. No nos hemos recuperado de algún shock cuando se nos anuncia otro evento tan pasmante como el anterior. No es posible mantener en Venezuela un clima de estabilidad, no es posible acostarse sin preguntarnos qué ocurrirá en la madrugada pues cualquier momento es bueno para los anuncios de impacto. Los venezolanos vivimos permanentemente debajo de la espada de Chávez (anteriormente de Damocles).
Recientemente el primer mandador nacional declaró a los cuatro vientos que, palabras más palabras menos, en un eventual triunfo electoral de la oposición en el 2012, el pueblo y la milicia lo podrían desconocer. Esa grave declaración cargada de espíritu antidemocrático parece que no causó ninguna preocupación en los miembros del tan democrático foro como es UNASUR.
Si la declaración del comandante no fue convincente, uno de los más altos jefes militares, el jefe del CEO, declaró que las fuerzas armadas estaban con el proyecto revolucionario. La gravedad de esta toma de posición se magnifica pues es precisamente esta fuerza la que tiene la responsabilidad de garantizar la paz en los procesos comiciales, a través del Plan República.
Recientemente asistimos a un asombroso episodio incompatible con un Estado de Derecho donde, adicionalmente, se propala el amor como una forma de convivencia revolucionaria. En efecto, la jueza Afiuni, quien hubo de ser sometida a unos exámenes médicos propios de su género, debió exhibir la intimidad de su cuerpo frente a un grupo de carceleros quienes bajo el pretexto de la seguridad, le dieron una nueva dimensión a la humillación y al vejamen. Si en el mundo quedaba alguna duda acerca de cómo se violan los derechos humanos, la guardia nacional venezolana dio ejemplo de alto desempeño. Por cierto, qué pensarán las damas que integran el Poder Popular de esta barbarie.
Los muy graves acontecimientos anteriores ocurren en el momento en que el comandante presidente logra un nuevo afecto en su ya larga lista de amigos ilustres. En efecto en una binacional declaración, Chávez y Santos se reconocen como amigos y así lo declaran al mundo.
Yo entiendo que los países no tienen amigos sino intereses; yo entiendo que para la economía colombiana la relación comercial con Venezuela es clave; yo entiendo que esas históricas relaciones nunca se debieron romper y mucho menos en la forma en que ocurrió. Yo entiendo que se violentó el camino diplomático, vía expedita para haber resuelto muchas diferencias.
Lo que no entiendo es que si diplomáticamente el camino se estaba allanando, ahora los dos mandatarios también son amigos, más aún, ''su nuevo mejor amigo''. Entonces: ¿Qué pasó con las computadoras de Raúl Reyes? ¿Qué pasó con los campamentos guerrilleros que existen en Venezuela? ¿Qué pasó con el oligarca mafioso? En fin, ¿qué pasó?
El presidente Santos nos asombra también al declararse amigo de quien hasta no hace mucho le dio los calificativos más destemplados que quepan en boca de un jefe de Estado. Esta amistad se inicia en momentos en que su nuevo amigo acaba de declarar lo que piensa de la democracia y, con sus decisiones, lo poco que le importan los derechos humanos. Habrá que esperar el devenir de este nuevo idilio político, mientras tanto recordemos un viejo y sabio dicho: ¿amigo? …el ratón del queso.
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