A tal grado de estulticia ha llegado la Asamblea Nacional que firmó su propia sentencia de muerte institucional o, como decimos en el llano, buscaron el cuchillo para su garganta.
El artículo 201 de la Constitución vigente, segunda que aniquila el torbellino de la revolución fraudulenta, reza: Los diputados o diputadas son representantes del pueblo y de los Estados en su conjunto, no sujetos a mandatos ni instrucciones, sino solo a su conciencia. Su voto en la Asamblea Nacional es personal. No puede ser más claro y expedito el mandato y aun cuando se consideren por ignorancia o mala fe funcionarios adscritos al ejecutivo nacional estarían violando lo dispuesto en el artículo 145 de la Carta Magna: Los funcionarios públicos o funcionarias públicas están al servicio del Estado y no de parcialidad alguna. Su nombramiento y remoción no podrán estar determinados por la afiliación u orientación política…
Pues bien la Ley de Reforma Parcial de la Ley de Partidos Políticos, Reuniones Públicas y Manifestaciones recién aprobada en segunda discusión, sanciona a los diputados que desacaten la línea del partido que los lleve al parlamento, nada menos que con la pérdida de su condición de parlamentarios, error imperdonable que desvirtúa por completo el espíritu y propósito de la norma constitucional que le sirve de base a la Asamblea Nacional. ¿Cómo estos mentecatos pueden hablar de democracia participativa y protagónica?, ¿cómo pueden considerarse representantes del pueblo?, ¿cómo pueden destruir la esencia y razón de ser del parlamento
No pueden usar como argumento la célebre frase de Nicolás Maquiavelo: “El fin justifica los medios” porque estarían reconociendo su talante autoritario y hegemónico. Tienen 5 años, actuando, cobrando, vistiendo, comiendo y vendiéndose como lo que no son. En lo adelante antes de abrir las sesiones de la “honorable cámara de diputados” debían hacerse la pregunta, parafraseando a Cantinflas: ¿actuamos como diputados o como lo que somos? Pero violar la constitución y las leyes es ya una práctica común de los capitostes del poseso, no se dan cuenta que para hacer cumplir la ley es preciso cumplirla, no se dan cuenta que al perder la gracia del Mesías no tendrán asidero para defenderse de los atropellos, no se dan cuenta de que un día serán victimas de sus propios dobleces. Si la revolución se consolida les llegara el momento en que comiencen a ser incómodos al dueño absoluto del poder, si fracasa vendrá inexorable la rendición de cuentas. Cuando el destino los alcance el “no volverán” que tanto repiten resonara en sus atormentados oídos troncado en un ¡no escaparan!, ¡no escaparan! Y pagaran sus crímenes dentro o fuera de la revolución.
¡Gloria a Dios en las alturas y paz en la tierra a los hombres de buena voluntad!
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