ndignado el poeta latino Juvenal por la venalidad del pueblo romano – con derechos políticos por nacimiento – convertido en pasto para las apetencias de poder de los políticos inescrupulosos, escribió en sus Sátiras: “… Hace ya mucho tiempo de cuando no vendíamos nuestro voto a ningún hombre, (…) la gente que alguna vez llevó a cabo comando militar, alta oficina civil, legiones, todo, ahora se limita a sí misma y ansiosamente espera por sólo dos cosas: Pan y circo”. Y era que, ya para ese Siglo I de nuestra era, los políticos romanos – Julio César el primero – habían descubierto que una manera a fácil de llegar al poder - y distraer a las masas populares de sus actos de corrupción - era proveerlas gratuitamente de comida de baja calidad y entretenimientos que saciaran sus bajas pasiones.
El problema fue que el “populacho” se acostumbró a la manguangua y ya para el Siglo III no se pudo repartir trigo como hacía Julio César sino que Aureliano optó por regalar dos panes diarios a las 300.000 personas que exigían – como derecho adquirido – comer gratis. Y esta es la historia del populismo que, ahora con el nombre demagógico de “justicia social”, amenaza con disolver al hombre en sus propias insuficiencias, para honor y gloria de sujetos como Chávez.
Por eso la única justicia “social” que admito es aquella que reconoce al hombre su esfuerzo de superación, pues no puede llamarse “justicia” a proveer gratuitamente a quien no lo merece de los bienes que tanto esfuerzo les cuestan al hombre que apuesta a la movilidad social a través del trabajo, el estudio y la responsabilidad.
Consciente estoy – dificulto quien no lo esté – de la realidad de millones de seres humanos que chapotean en la ignorancia, la superstición, el fanatismo y el miedo, incapacitados para procurarse un sustento digno, que se arraciman conformando barriadas insalubre – villas miseria - sin otra posibilidad que la mendicidad, la prostitución o el crimen.
El clientelismo político ha permitido – en el caso venezolano - la reproducción irresponsable de esta clase social – denominada Clase E – que degeneró en el surgimiento de la Clase F, integrada en su totalidad por delincuentes.
Es en estos segmentos poblacionales donde el Estado debe cumplir su misión reguladora, aplicando con eficiencia el control de la natalidad – emulando a la clase media - diseñando programas especiales de educación con énfasis en la formación para el trabajo – oficionalizar – y atención a la mujer, que, en estos casos, es el sustento de sus casas repletas de hijos de distintos padres, que la sociología insiste en considerar como “hogares” en su afán de estructurar definiciones que ajusten la realidad a las normas sociales, contribuyendo a la normalización de situaciones anormales que derivan en traumas para la sociedad.
¿Qué es justicia social?
Con la adjetivación de “social” a la justicia, se pretende justificar la necesidad política de una imposible repartición proporcional de la riqueza (la que primero debe ser creada para poder repartirla es decir “la creación proporcional de la riqueza”), la que podría verificarse a través de precios subvencionados, protecciones arancelarias, excepciones impositivas, gratuidades en salud y educación, pensiones y seguridad social, programas de viviendas, sin embargo, la demagogia ha convertido la “justicia social” en filantropía ejercida por el Estado, que en el caso de Chávez ha llegado a límites estrafalarios.
Sobre el particular Michael Novak escribe: “La "justicia social" presupone: 1 - que la gente está guiada por directivas externas específicas en vez de por reglas de conducta interiorizadas sobre lo que es justo. Y 2 - que ningún individuo debe ser considerado responsable por su posición en la sociedad. Afirmar que es responsable sería "echarle la culpa a la víctima". En realidad, la función del concepto de “justicia social” es echarle la culpa a otro, echarle la culpa “al sistema”, echarle la culpa a los que míticamente “lo controlan”.
Como ha escrito Leskek Kolakowski en su magistral Historia del Comunismo, el paradigma fundamental de la ideología comunista: usted sufre, su sufrimiento es causado por personas poderosas; hay que destruir a esos opresores, lo que tiene garantizado un inmenso atractivo”. Y continúa: “Friedrich Hayek reconoció que a fines del siglo XIX, cuando el término "justicia social" ganó posición pública, se usó al principio como un llamamiento a las clases dirigentes para que atendieran las necesidades de las nuevas masas de desarraigados campesinos que se habían convertido en obreros urbanos. Pero los pensadores descuidados olvidan que la justicia, por definición, es social.
Semejante descuido se vuelve positivamente destructivo cuando el término de "social" ya no describe el producto de las virtuosas acciones de muchos individuos sino más bien el objetivo utópico hacia el que todas las instituciones y todos los individuos "deberían ser llevadas a convergir en el mayor grado posible'' mediante la coerción. En ese caso, el "social" de la "justicia social" se refiere a algo que no emerge orgánica y espontáneamente del comportamiento respetuoso de la ley de individuos libres sino más bien de un ideal abstracto impuesto desde arriba”.
John Stuart Mill en su famoso libro Utilitarismo, definió la justicia social: “La sociedad debería de tratar igualmente bien a los que se lo merecen, es decir, a los que se merecen absolutamente ser tratados igualmente. Este es el más elevado estándar abstracto de justicia social y distributiva; hacia el que todas las instituciones, y los esfuerzos de todos los ciudadanos virtuosos, deberían ser llevadas a convergir en el mayor grado posible".
Lo perverso es que la “justicia social”, al tener un uso demagógico, populista, justifica en el totalitarismo la violación de la justicia, por ello la definición de Justiniano, como “dar cada cual lo que le corresponde”, sigue siendo el ideal de la justicia general.
Para Marx y Engels (ambos mantenidos por el padre de Engels, un industrial textil y vitivinícola, es decir burgués y capitalista), “la justicia social” es una especie de prodigalidad divina, sin el concurso del compromiso personal. El hombre es un mantenido cuyo esfuerzo nada significa para su existencia, lo que deriva en parasitismo social que redunda en sumisión por la supervivencia.
Para el liberalismo la justicia es una sola, “dar a cada quien lo que le corresponda”. Cada quien tendrá el fruto de la explotación de sus capacidades y es el esfuerzo individual lo que hace la diferencia, sin olvidar lo referente a la “racionalidad social” que impida que ningún sector de la sociedad sufra la exclusión por falta de oportunidades. “Cada quien según sus capacidades” es la consigna.
La generosidad, que es un valor universal de la humanidad y que el cristianismo ha hecho dogma por la piedad, se traduce en “solidaridad” en el campo político, en el escenario donde se desenvuelve la cotidianidad del hombre, y para el socialismo/comunismo es la práctica de repartir en la masa el fruto del trabajo individual, aunque esa masa esté constituida mayoritariamente por individuos improductivos o “vivos”.
Para eso sí existe el individuo, para entregar el fruto de su esfuerzo al colectivo sin recibir más compensación que una alícuota de su propio esfuerzo. Esa forma de solidaridad es automática. No por acción voluntaria del hombre sino por imposición del Estado. Para el liberalismo, la solidaridad es orgánica y sólo se puede dar entre pares económicos, porque entre desiguales se llama filantropía.
Consecuencias de repartir lo no creado
Como certeramente lo enunció en 1931 el pastor bautista Adrián Rogers: “Todo lo que una persona recibe sin haber trabajado para obtenerlo, otra persona deberá haber trabajado para ello, pero sin recibirlo. El gobierno no puede entregar nada a alguien, si antes no se lo ha quitado a alguna otra persona.
Cuando la mitad de las personas llegan a la conclusión de que ellas no tienen que trabajar porque la otra mitad está obligada a hacerse cargo de ellas, y cuando esta otra mitad se convence de que no vale la pena trabajar porque alguien les quitará lo que han logrado con su esfuerzo, eso... mi querido amigo... es el fin de cualquier Nación. No se puede multiplicar la riqueza dividiéndola”.
En conclusión
Una cosa es que el Estado tenga una función indeclinable en la protección jurídica y social de los menos aptos, para impedir el darwinismo social – que el pez grande se trague al chico - y otra que ampare la anarquía y la violación a las leyes que protegen la propiedad privada, lo que deriva en confiscaciones e invasiones a edificaciones, viviendas en alquiler, tierras urbanas y productivas o empresas de distribución y comercialización alimentaria, constituyendo actos delictivos de apropiación indebida.
Un gobierno que apoye el delito de la turbamulta contra la propiedad privada –invocando la “justicia social” - es una oclocracia, un gobierno forajido.
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