No hay regusto por el gigantismo cuando precisamos y señalamos estos datos. No se trataba de un alarde de nuevorriquismo arquitectónico que alardeara de echar los cimientos de un edificio que fuera a superar en altura a los rascacielos de las grandes urbes. Se trataba de algo de un extraordinario sentido positivo desde los ángulos económico y social. De un pueblo insuficientemente desarrollado que tenía el coraje y la audacia de utilizar las grandes torrenteras de un río suyo para convertirlas en energía eléctrica barata para impulsar la industria, para electrificar campos y ciudades, e inclusive para exportar electricidad a países vecinos.
Alberto Rodríguez Barrera
ELECTRIFICACION : LA POLÍTICA DE PENSAR EN EL FUTURO
El 27 de enero de 1964 se iniciaron las obras de la represa del Guri, obra planeada por la inteligencia del hombre y para cuyo desarrollo se aplicó un rigurosa evaluación técnica, ya que se trataba de darle a Venezuela un vuelco histórico en tres dimensiones: la económica, la social y la cultural. Porque para mover a los pueblos en un segura conquista del futuro, nada resultaba comparable como la palanca insustituible de la electricidad.
La represa del Guri, la Siderúrgica de Matanzas y la Corporación Venezolana de Petróleo serían tres sólidos pivotes sobre los cuales se asentaba la independencia económica de Venezuela. No se trataba de una frase, sino de hechos perfectamente previsibles y seguramente realizables.
La represa iba a tener una capacidad, en su primera etapa, que se concluiría en 1967, para 1 millón 750 mil kilovatios instalados. En ese momento se iba a colocar entre las doce mayores del mundo, la sexta en todo el continente americano y la primera en América Latina, a distancia de la represa brasilera Furmas, cuya capacidad final sería algo superior al millón de kilovarios instalados. Al concluirse la primera etapa del Guri, su capacidad instalada sería superior a la totalidad de la que existía entonces en toda Venezuela, que era del orden del millón quinientos mil kilovatios.
La capacidad final de la represa del Guri, que se lograría mediante sucesivas elevaciones de los metros de altura de las paredes que almacenarían las aguas del Caroní, sería de seis millones de kilovatios instalados. Para ese entonces, solamente podría ser igualada por la represa rusa de Kranoyarsk, que en aquél momento se construía, y triplicaría la capacidad de generación de la represa alta de Assuán, en Egipto.
No hay regusto por el gigantismo cuando precisamos y señalamos estos datos. No se trataba de un alarde de nuevorriquismo arquitectónico que alardeara de echar los cimientos de un edificio que fuera a superar en altura a los rascacielos de las grandes urbes. Se trataba de algo de un extraordinario sentido positivo desde los ángulos económico y social. De un pueblo insuficientemente desarrollado que tenía el coraje y la audacia de utilizar las grandes torrenteras de un río suyo para convertirlas en energía eléctrica barata para impulsar la industria, para electrificar campos y ciudades, e inclusive para exportar electricidad a países vecinos.
La audacia y la decisión realizadoras se conjugaron con el prudente análisis de lo que significaba esa inversión. Los estudios, realizados con seriedad y conjugándose nuestro propio análisis con la asesoría técnica internacional, permitieron que esa obra se realizase sin que por ello se afectasen las necesarias inversiones del Estado en promoción económica, educación, defensa de la salud pública, reforma agraria y otras áreas de la actividad administrativa.
El financiamiento necesario para los gastos de inversión en moneda extranjera, montante a 78 millones de dólares, se logró mediante un empréstito por esa misma cantidad recibido del Banco Internacional de Reconstrucción y Fomento (Banco Mundial). Esta operación de crédito público, aprobada por el soberano Congreso de la República, se realizó en condiciones favorables para Venezuela. El plazo obtenido para el pago de este empréstito fue de 25 años, con un período muerto de los primeros cuatro años y medio, fase de construcción de la primera etapa y con una tasa de interés del 5.5% anual sobre los saldos pendientes. Y por tratarse de una obra autopagable, que al generar electricidad barata tendría dónde colocarla en un país de acelerada dinámica en su expansión económica, se estimó que siendo el costo de su construcción por un monto de algo más de 1.200 millones de bolívares, el fisco sólo habría de aportar para su financiamiento apenas 250 millones de bolívares.
Antes de emprenderse esta obra, fue objeto de análisis si convendría más utilizar en Venezuela la generación de la energía por procedimientos térmicos, en razón de la circunstancia bien conocida de las grandes reservas petrolíferas del país. Pero se llegó a la conclusión de que siendo el petróleo un producto natural perecedero y no renovable, debía pensarse en la generación hidroeléctrica de energía. Era lo indicado aprovechar otro recurso natural venezolano no perecedero, las torrenteras del Caroní, domesticadas y represadas, cuya duración depende de ciclos meteorológicos que se miden en edades geológicas, en lugar de aquel recurso agotable.
Además del aprovechamiento industrial de que sería objeto en la propia Guayana, apreciable volumen de fuerza eléctrica habría de transportarse a los grandes centros de consumo del país mediante la construcción de líneas de alta tensión. Ya para ese momento estaba en construcción la línea Macagua-Santa Teresa, que permitiría integrar la energía de Guayana a la generación de las plantas termoeléctricas del centro y que alcanzarían en el otro extremo las plantas de CADAFE en Puerto Cabello.
Guri habría de ser el punto de apoyo fundamental sobre el cual descansaría el desarrollo de un gran sistema nacional de electrificación, que con el otro pie en los Andes, habría de permitir la minimización de los costos de inversión y aprovechar más efectivamente las reservas intermedias.
Para esta misma fecha se había iniciado ya un programa de unificación de frecuencias que permitió incorporar al área metropolitana a la frecuencia de 60 ciclos, que prevalecía en el resto del país. Allí empresas privadas, con tarifas reguladas, porque la electricidad es un servicio público, distribuirían a precios razonables la energía generada en Guayana. Simultáneamente se daban los primeros pasos para la interconexión regional en el Zulia, en los Andes y en la región centro-occidental y oriental, que permitiría en lo futuro la consolidación de estos sistemas regionales dentro de un gran sistema nacional interconectado.
En Guayana la significación que tendría la represa del Guri era de magnitudes impredecibles, justificadoras del optimismo nacional. La industria moderna resultaba ya, fundamentalmente, electricidad condensada. Allí donde se encontrara electricidad a bajo costo proliferarían los centros de la producción industrializada. Esto auguraba un futuro especial para Guayana, junto con la acumulación que tenía de hierro de alto tenor, el gas natural, de petróleo, de manganeso y de potencial hidroeléctrico. Se había previsto que para 1966 ya estaríamos produciendo 1 millón de toneladas de acero, para 1975 4 millones 880 mil; en aluminio produciríamos 25 mil toneladas y 200 mil para 1975. El prodigioso desarrollo industrial de esta región, y el de las del centro y el resto de la República, sería posible porque Venezuela tendría uno de los precios más baratos de energía eléctrica, generada para 1964 en la Central de Macagua y en el futuro también en la represa del Guri.
El desempleo, planteado a los venezolanos como un desafío ineludible, podría ser respondido cuando se multiplicaran chimeneas de fábricas y mediante centros agrícolas y ganaderos, en todos ellos abaratados los costos de producción, porque contaríamos no sólo con energía térmica barata derivada del petróleo, sino, fundamentalmente, con energía eléctrica barata generada en Guri y otras plantas hidroléctricas por crearse en la República.
Este fabuloso desarrollo económico del país necesitaba de un mercado superior a los 8 millones de habitantes que teníamos en 1964 y aún a los más de 20 millones que tendríamos en el futuro. De ahí que la creación de la Corporación Venezolana de Guayana era un empresa no burocratizada y onerosa para el Estado, sino que se manejaba con sano criterio empresarial; de la misma manera estaba autopagándose la Siderúrgica de Matanzas. El aprovechamiento de los grandes recursos hidroeléctricos introducía también una variante estratégica en la utilización de nuestros recursos naturales: la energía eléctrica tendría que ser exportada incorporada dentro de procesos electromecánicos, electroquímicos y electrometalúrgicos, agregándose valor a nuestros recursos.
Dijo Rómulo: “Aprovechar ese potencial eléctrico que se incorporará a una gama infinita de productos acabados significa para el país una etapa más avanzada de la tecnología industrial, la aplicación de un mayor esfuerzo empresarial y la utilización de grandes contingentes de trabajadores en oficios más calificados… Si bien en estos campos continuaremos receptivos al aporte de la inversión foránea, es fundamentalmente el propio esfuerzo nacional, la inteligencia de nuestros técnicos, la iniciativa de nuestros empresarios y el músculo de nuestros trabajadores, lo que puede garantizarnos que esa revolución industrial produzca los mayores beneficios para el país… Guri es una empresa de interés permanente para la nación y la coyuntura de su iniciación en momentos en que finaliza un gobierno, es un ejemplo de cómo dentro de un sistema democrático lo importante es la continuidad del esfuerzo por desarrollar el país y poco interesa al gobierno iniciar una obra aun cuando corresponda a otro u otros ponerlas en servicio…”
Alberto Rodríguez Barrera
ELECTRIFICACION : LA POLÍTICA DE PENSAR EN EL FUTURO
El 27 de enero de 1964 se iniciaron las obras de la represa del Guri, obra planeada por la inteligencia del hombre y para cuyo desarrollo se aplicó un rigurosa evaluación técnica, ya que se trataba de darle a Venezuela un vuelco histórico en tres dimensiones: la económica, la social y la cultural. Porque para mover a los pueblos en un segura conquista del futuro, nada resultaba comparable como la palanca insustituible de la electricidad.
La represa del Guri, la Siderúrgica de Matanzas y la Corporación Venezolana de Petróleo serían tres sólidos pivotes sobre los cuales se asentaba la independencia económica de Venezuela. No se trataba de una frase, sino de hechos perfectamente previsibles y seguramente realizables.
La represa iba a tener una capacidad, en su primera etapa, que se concluiría en 1967, para 1 millón 750 mil kilovatios instalados. En ese momento se iba a colocar entre las doce mayores del mundo, la sexta en todo el continente americano y la primera en América Latina, a distancia de la represa brasilera Furmas, cuya capacidad final sería algo superior al millón de kilovarios instalados. Al concluirse la primera etapa del Guri, su capacidad instalada sería superior a la totalidad de la que existía entonces en toda Venezuela, que era del orden del millón quinientos mil kilovatios.
La capacidad final de la represa del Guri, que se lograría mediante sucesivas elevaciones de los metros de altura de las paredes que almacenarían las aguas del Caroní, sería de seis millones de kilovatios instalados. Para ese entonces, solamente podría ser igualada por la represa rusa de Kranoyarsk, que en aquél momento se construía, y triplicaría la capacidad de generación de la represa alta de Assuán, en Egipto.
No hay regusto por el gigantismo cuando precisamos y señalamos estos datos. No se trataba de un alarde de nuevorriquismo arquitectónico que alardeara de echar los cimientos de un edificio que fuera a superar en altura a los rascacielos de las grandes urbes. Se trataba de algo de un extraordinario sentido positivo desde los ángulos económico y social. De un pueblo insuficientemente desarrollado que tenía el coraje y la audacia de utilizar las grandes torrenteras de un río suyo para convertirlas en energía eléctrica barata para impulsar la industria, para electrificar campos y ciudades, e inclusive para exportar electricidad a países vecinos.
La audacia y la decisión realizadoras se conjugaron con el prudente análisis de lo que significaba esa inversión. Los estudios, realizados con seriedad y conjugándose nuestro propio análisis con la asesoría técnica internacional, permitieron que esa obra se realizase sin que por ello se afectasen las necesarias inversiones del Estado en promoción económica, educación, defensa de la salud pública, reforma agraria y otras áreas de la actividad administrativa.
El financiamiento necesario para los gastos de inversión en moneda extranjera, montante a 78 millones de dólares, se logró mediante un empréstito por esa misma cantidad recibido del Banco Internacional de Reconstrucción y Fomento (Banco Mundial). Esta operación de crédito público, aprobada por el soberano Congreso de la República, se realizó en condiciones favorables para Venezuela. El plazo obtenido para el pago de este empréstito fue de 25 años, con un período muerto de los primeros cuatro años y medio, fase de construcción de la primera etapa y con una tasa de interés del 5.5% anual sobre los saldos pendientes. Y por tratarse de una obra autopagable, que al generar electricidad barata tendría dónde colocarla en un país de acelerada dinámica en su expansión económica, se estimó que siendo el costo de su construcción por un monto de algo más de 1.200 millones de bolívares, el fisco sólo habría de aportar para su financiamiento apenas 250 millones de bolívares.
Antes de emprenderse esta obra, fue objeto de análisis si convendría más utilizar en Venezuela la generación de la energía por procedimientos térmicos, en razón de la circunstancia bien conocida de las grandes reservas petrolíferas del país. Pero se llegó a la conclusión de que siendo el petróleo un producto natural perecedero y no renovable, debía pensarse en la generación hidroeléctrica de energía. Era lo indicado aprovechar otro recurso natural venezolano no perecedero, las torrenteras del Caroní, domesticadas y represadas, cuya duración depende de ciclos meteorológicos que se miden en edades geológicas, en lugar de aquel recurso agotable.
Además del aprovechamiento industrial de que sería objeto en la propia Guayana, apreciable volumen de fuerza eléctrica habría de transportarse a los grandes centros de consumo del país mediante la construcción de líneas de alta tensión. Ya para ese momento estaba en construcción la línea Macagua-Santa Teresa, que permitiría integrar la energía de Guayana a la generación de las plantas termoeléctricas del centro y que alcanzarían en el otro extremo las plantas de CADAFE en Puerto Cabello.
Guri habría de ser el punto de apoyo fundamental sobre el cual descansaría el desarrollo de un gran sistema nacional de electrificación, que con el otro pie en los Andes, habría de permitir la minimización de los costos de inversión y aprovechar más efectivamente las reservas intermedias.
Para esta misma fecha se había iniciado ya un programa de unificación de frecuencias que permitió incorporar al área metropolitana a la frecuencia de 60 ciclos, que prevalecía en el resto del país. Allí empresas privadas, con tarifas reguladas, porque la electricidad es un servicio público, distribuirían a precios razonables la energía generada en Guayana. Simultáneamente se daban los primeros pasos para la interconexión regional en el Zulia, en los Andes y en la región centro-occidental y oriental, que permitiría en lo futuro la consolidación de estos sistemas regionales dentro de un gran sistema nacional interconectado.
En Guayana la significación que tendría la represa del Guri era de magnitudes impredecibles, justificadoras del optimismo nacional. La industria moderna resultaba ya, fundamentalmente, electricidad condensada. Allí donde se encontrara electricidad a bajo costo proliferarían los centros de la producción industrializada. Esto auguraba un futuro especial para Guayana, junto con la acumulación que tenía de hierro de alto tenor, el gas natural, de petróleo, de manganeso y de potencial hidroeléctrico. Se había previsto que para 1966 ya estaríamos produciendo 1 millón de toneladas de acero, para 1975 4 millones 880 mil; en aluminio produciríamos 25 mil toneladas y 200 mil para 1975. El prodigioso desarrollo industrial de esta región, y el de las del centro y el resto de la República, sería posible porque Venezuela tendría uno de los precios más baratos de energía eléctrica, generada para 1964 en la Central de Macagua y en el futuro también en la represa del Guri.
El desempleo, planteado a los venezolanos como un desafío ineludible, podría ser respondido cuando se multiplicaran chimeneas de fábricas y mediante centros agrícolas y ganaderos, en todos ellos abaratados los costos de producción, porque contaríamos no sólo con energía térmica barata derivada del petróleo, sino, fundamentalmente, con energía eléctrica barata generada en Guri y otras plantas hidroléctricas por crearse en la República.
Este fabuloso desarrollo económico del país necesitaba de un mercado superior a los 8 millones de habitantes que teníamos en 1964 y aún a los más de 20 millones que tendríamos en el futuro. De ahí que la creación de la Corporación Venezolana de Guayana era un empresa no burocratizada y onerosa para el Estado, sino que se manejaba con sano criterio empresarial; de la misma manera estaba autopagándose la Siderúrgica de Matanzas. El aprovechamiento de los grandes recursos hidroeléctricos introducía también una variante estratégica en la utilización de nuestros recursos naturales: la energía eléctrica tendría que ser exportada incorporada dentro de procesos electromecánicos, electroquímicos y electrometalúrgicos, agregándose valor a nuestros recursos.
Dijo Rómulo: “Aprovechar ese potencial eléctrico que se incorporará a una gama infinita de productos acabados significa para el país una etapa más avanzada de la tecnología industrial, la aplicación de un mayor esfuerzo empresarial y la utilización de grandes contingentes de trabajadores en oficios más calificados… Si bien en estos campos continuaremos receptivos al aporte de la inversión foránea, es fundamentalmente el propio esfuerzo nacional, la inteligencia de nuestros técnicos, la iniciativa de nuestros empresarios y el músculo de nuestros trabajadores, lo que puede garantizarnos que esa revolución industrial produzca los mayores beneficios para el país… Guri es una empresa de interés permanente para la nación y la coyuntura de su iniciación en momentos en que finaliza un gobierno, es un ejemplo de cómo dentro de un sistema democrático lo importante es la continuidad del esfuerzo por desarrollar el país y poco interesa al gobierno iniciar una obra aun cuando corresponda a otro u otros ponerlas en servicio…”
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