24/6/11

Indolencia...

Ante la evidencia de los hechos, se hace imperativo hablar nuevamente del sistema penitenciario en Venezuela. Nadie puede decir que se trata de un problema nuevo o simple. Por el contrario, es un problema extremadamente complejo y de vieja data, al igual que otros muchos males que nos aquejan. Sin embargo, al igual que la mayoría de esos males, este Gobierno es el responsable no sólo de no haberlos superado, sino de haberlos profundizado con creces, y por supuesto de crear otros nuevos.
En efecto, tal como se advirtió hace ya más de 12 años, el Régimen nos hace transitar un camino nefasto, que nos lleva al borde del abismo, sino al abismo mismo, con la agravante de que no existe propósito de enmienda. Por el contrario, cada día que pasa evidenciamos más su hipocresía y fundamentalmente su indolencia hacia los más humildes, hacia el pueblo, hacia aquellos que depositaron su confianza en él y hoy se sienten profundamente abandonados y desolados.
Lo que los venezolanos hemos venido presenciando en los últimos días en relación a la crisis desatada en El Rodeo I y II, es sencillamente abrumador, indignante, absolutamente frustrante y por su supuesto infame e inaceptable. Se terminó de destapar la olla y la podredumbre de lo encontrado nos ha dado un fuerte golpe en la cara.
Desde hace muchos años, las cárceles en nuestro país, han sido depósitos de seres humanos, donde al preso no sólo se le ha privado de su libertad, sino de la mayoría de sus derechos fundamentales, incluyendo la posibilidad de la reinserción social. Esta situación, lejos de haber mejorado, ha ido empeorando a pasos agigantados y hoy por hoy, este Gobierno, que usa como bandera la lucha contra los males del pasado, es el principal responsable de que nuestros presos pululen en condiciones infrahumanas, sean los más olvidados de la población y más del 10% no logre sobrevivir su reclusión. Por otro lado, ¿quién es el pasado luego de 12 años en el poder? Al régimen se le dio la oportunidad de arreglar las cosas y lo que ha hecho es demostrar su incapacidad para resolver los problemas y su habilidad para empeorar las situaciones y concentrar el poder.
A los venezolanos, sólo nos importan los males anteriores a la llegada de este Gobierno, para no volver a repetirlos, pero lo que nos afecta realmente es el infierno en el que vivimos desde que este Gobierno llegó. Mientras destruyen al país, siguen hablando de lo que pasó hace 20 y 30 años y lo hacen, no sólo porque son unos resentidos, sino porque si se paran frente a sus propios logros, sólo pueden encontrar un cuarto vacío y oscuro.
Para entender el problema carcelario, lo primero que debemos abordar, son las causas por las que existe una tan numerosa población reclusa. En primer lugar, porque desconociendo el principio de estado de libertad que contempla el Código Orgánico Procesal, que no es más que ser juzgado en libertad y sólo excepcionalmente privado de ella, los fiscales del Ministerio Público piden medidas cautelares privativas de libertad de manera alegre e injustificada, y en muchas ocasiones actuando de la misma manera, los jueces las acuerdan. Segundo, porque a los jueces se les hace imposible realizar las audiencias de los juicios, si no trasladan a los presos y ese traslado forma parte de una mafia de corrupción en las que las autoridades son las responsables. Y tercero, porque luego de ser condenados, los famosos equipos multidisciplinarios, encargados de evaluar al preso, para verificar si cumple o no con los requisitos exigidos para optar por los beneficios que le otorga la ley, tampoco asumen sus funciones, lo que se traduce en que en la práctica pocos reclusos tienen acceso a esos derechos que la ley consagra.
El otro aspecto que debemos resaltar son las condiciones en las que viven nuestros presos. Sin las más elementales condiciones de higiene, sin camas, sin ropas, sin agua potable y sin comida (son los familiares los que los proveen de vestimenta, alimentos y bebidas), sin autoridad legal presente, los reclusos tratan simplemente de sobrevivir. Debemos entender, que cuando una persona es privada de su libertad, el Estado es el único responsable de ella, por lo que le corresponde velar por su integridad física y moral. El artículo 272 de la Constitución es claro al señalar que le corresponde al Estado garantizar un sistema penitenciario que asegure la rehabilitación del interno y el respeto a sus derechos humanos, por lo que los establecimientos penitenciarios contarán con espacios para el trabajo, el estudio, el deporte, la recreación. Funcionarán bajo la dirección de penitenciaristas profesionales, se regirán por una administración descentralizada, a cargo de los gobiernos estadales o municipales, pudiendo ser sometidos a modalidades de privatización, mientras que, por otra parte, nuestras leyes penitenciarias vigentes reproducen las bondades ideales del sistema e incluso hablan de una clasificación de los detenidos en “condenados” y “procesados” y en “violentos” y “no violentos”.
Nada más ajeno a nuestra realidad. Ante la bomba que les explotó en la cara, el Ejecutivo con la anuencia de la Asamblea Nacional Oficialista, lejos de buscar soluciones reales, recurren a dos elementos: el uso indiscriminado de la violencia y la creación de más burocracia inútil que pretende descubrir el agua tibia, señalando la necesidad de crear una clasificación penitencia, que como se dijo, ya existe pero no se implementa.
Por otra parte, atacar a las mujeres venezolanas, madres, esposas e hijas, que con legítimo derecho y llenas de angustia, sólo rogaban por las vidas de sus seres queridos y por información sobre sus destinos, es una infamia que no puede ni debe ser perdonada ni olvidada. Nada lo justifica. Las imágenes de esas mujeres deben acompañarnos siempre, para que cuando el comandante en jefe, nos hable de “amor” sepamos a qué se refiere. Además, la manera en que la Guardia Nacional manejó el conflicto con los reclusos, si bien reconocemos no es fácil, denota la falta de profesionalismo y pérdida de valores morales. En más de un video colocado en Internet, observamos como muchos de los involucrados, cuando disparaban armas mortales, lo hacían como si estuvieran participando de un video juego, sin la conciencia efectiva de que su accionar podía ocasionar la muerte de un ser humano.
Surge ante la colectividad, la pregunta cuya respuesta grosso modo, todo el mundo sabe o se imagina. ¿Cómo entran las armas y las drogas al Penal? Luego de la requisa infame a la que son sometidas mujeres y familiares éstos quedan descartados. Las “mafias enquistadas en los centros penitenciarios” a las cuales hizo alusión una desaforada diputada psuvista, tratando de hacer ver que son responsabilidad de una golpista oposición de derecha, son mafias en las que participan las propias autoridades civiles y/o militares de dichos centros. Eso todo el mundo lo sabe, y este Gobierno lo que no puede hacer es tratar de resolver en un día lo que ha tenido abandonado por 12 años. Si este fuera un país medianamente serio ya hubieran renunciado tanto el Ministro del Interior y Justicia, como la Defensora del Pueblo, por decir lo menos.
Lo que sentimos es asco. Asco e indignación, porque la realidad de nuestras cárceles es dantesca y su supuesta “humanización” una farsa. Ante un tema tan serio y lamentable como éste, lo único que recibimos es el mismo discurso vacío, repetitivo y cansón, cuya única novedad la constituye el hecho de que los adláteres del Régimen, ahora deben hacer llamadas internacionales para recibir instrucciones, porque el que manda ya no está en Venezuela. Aunque para hacer honor a la verdad, Fidel siempre ha vivido en Cuba.

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