Los socialistas se precian de que ellos no son codiciosos como los capitalistas. Engañan con gran desparpajo a la gente. Su codicia puede ser más letal que la de los capitalistas.
El afán o apetito desaforado por riqueza y poder es parte constitutiva de la naturaleza humana. Nadie puede tirar la primera piedra a este respecto. Incluso los que llevan vida de santos, que son muy pocos, tienen que luchar contra la codicia día y noche, porque nunca los abandona.
Mientras que la codicia de los capitalistas no se esconde, la de los socialistas es hipócrita y solapada. Inversionistas, empresarios y banqueros van a lo que van. Su objetivo es generar utilidades. Para hacerlo tienen que producir unos bienes o prestar unos servicios. Si hacen bien su tarea, si quienes adquieren esos bienes o servicios quedan satisfechos, sus utilidades serán superiores y su codicia será mejor atendida. Es una codicia supeditada a una actividad específica y a unos resultados concretos, con elevados beneficios para la sociedad si tiene lugar dentro de una reglas preestablecidas de honestidad y responsabilidad.
Por codicia, los capitalistas producen los bienes y servicios que demanda la gente. Si se se equivocan sobre qué, cómo y cuánto producir, pierden o ganan menos. Se trata de un juego con las cartas sobre la mesa.
Con la codicia de los socialistas no sucede igual. Su bandera es la igualdad, la solidaridad y el bien de la humanidad. Los socialistas se ufanan de que trabajan para lograr estos loables propósitos. Sin embargo, para hacerlo tienden a involucrarse en actividades que no son cuantificables. Una de ellas es la política. Desde ahí nutren su codicia, su afán de riqueza y poder, pero lo hacen subrepticiamente. Nunca reconocen las verdaderas motivaciones detrás de sus actos.
Suceden varias cosas con la codicia de los socialistas. En primer lugar, tienden a satisfacerla desde instituciones, como gobiernos y entidades sin ánimo de lucro, desde donde es muy difícil o imposible evaluar resultados y muy fácil inventar disculpas y acusar a terceros por los fracasos. Desde estos entes pueden adquirir riqueza y poder con poca o ninguna rendición de cuentas.
Muchos de estos socialistas codiciosos se especializan en repartir lo que no producen y no les pertenece, argumentando que lo hacen no por beneficio propio, sino pensando en los demás. Con la codicia de los capitalistas la gente sabe a que atenerse. Con la codicia de los socialistas nunca se sabe por dónde saltará la liebre.
Pero además, dado que los socialistas tienden a satisfacer su codicia primordialmente a través del poder político, cuando es desenfrenada como en el caso de los comunistas, arrasa con todo lo que encuentra a su paso. Con la codicia de los capitalistas, cuyo instrumento preferido es el poder económico, hay unos límites precisos. Su poder depende de los consumidores de sus bienes y servicios. No pretenden salvar la humanidad ni el planeta. Sus abusos son relativamente controlables debido a lo concreta y específica que es su actividad.
En cambio, la historia de la humanidad muestra que en el caso del poder político, los límites se pierden fácilmente. Son incontables las historias de déspotas que han abusado del poder político con espantosas consecuencias en términos de vida humanas y pobreza. Y son increíbles las excusas que han empleado para justificar la concentración absoluta de poder en sus manos. Casi siempre lo hicieron en nombre del bienestar de los pueblos que sometieron y oprimieron.
Mientras que la codicia de los capitalistas no se esconde, la de los socialistas es hipócrita y solapada. Inversionistas, empresarios y banqueros van a lo que van. Su objetivo es generar utilidades. Para hacerlo tienen que producir unos bienes o prestar unos servicios. Si hacen bien su tarea, si quienes adquieren esos bienes o servicios quedan satisfechos, sus utilidades serán superiores y su codicia será mejor atendida. Es una codicia supeditada a una actividad específica y a unos resultados concretos, con elevados beneficios para la sociedad si tiene lugar dentro de una reglas preestablecidas de honestidad y responsabilidad.
Por codicia, los capitalistas producen los bienes y servicios que demanda la gente. Si se se equivocan sobre qué, cómo y cuánto producir, pierden o ganan menos. Se trata de un juego con las cartas sobre la mesa.
Con la codicia de los socialistas no sucede igual. Su bandera es la igualdad, la solidaridad y el bien de la humanidad. Los socialistas se ufanan de que trabajan para lograr estos loables propósitos. Sin embargo, para hacerlo tienden a involucrarse en actividades que no son cuantificables. Una de ellas es la política. Desde ahí nutren su codicia, su afán de riqueza y poder, pero lo hacen subrepticiamente. Nunca reconocen las verdaderas motivaciones detrás de sus actos.
Suceden varias cosas con la codicia de los socialistas. En primer lugar, tienden a satisfacerla desde instituciones, como gobiernos y entidades sin ánimo de lucro, desde donde es muy difícil o imposible evaluar resultados y muy fácil inventar disculpas y acusar a terceros por los fracasos. Desde estos entes pueden adquirir riqueza y poder con poca o ninguna rendición de cuentas.
Muchos de estos socialistas codiciosos se especializan en repartir lo que no producen y no les pertenece, argumentando que lo hacen no por beneficio propio, sino pensando en los demás. Con la codicia de los capitalistas la gente sabe a que atenerse. Con la codicia de los socialistas nunca se sabe por dónde saltará la liebre.
Pero además, dado que los socialistas tienden a satisfacer su codicia primordialmente a través del poder político, cuando es desenfrenada como en el caso de los comunistas, arrasa con todo lo que encuentra a su paso. Con la codicia de los capitalistas, cuyo instrumento preferido es el poder económico, hay unos límites precisos. Su poder depende de los consumidores de sus bienes y servicios. No pretenden salvar la humanidad ni el planeta. Sus abusos son relativamente controlables debido a lo concreta y específica que es su actividad.
En cambio, la historia de la humanidad muestra que en el caso del poder político, los límites se pierden fácilmente. Son incontables las historias de déspotas que han abusado del poder político con espantosas consecuencias en términos de vida humanas y pobreza. Y son increíbles las excusas que han empleado para justificar la concentración absoluta de poder en sus manos. Casi siempre lo hicieron en nombre del bienestar de los pueblos que sometieron y oprimieron.
En realidad, el único límite a la codicia de los socialistas es su auto control. Pero como eso no es confiable, su propensión es la de extender las esferas de su poder más allá de lo que aconseja una armónica coexistencia con las demás esferas de la actividad individual y empresarial.
Cuando un capitalista habla de igualdad, nadie le cree del todo y así debe ser. Pero cuando un socialista habla de lo mismo, y más si es político, sindicalista o académico, mucha gente tiende a creerle. Muchos se ilusionan con los discursos que escuchan. A varios de los seguidores les despierta su propia codicia las migajas del supuesto maná que caerá del cielo.
La codicia de los capitalistas es relativamente transparente. No tienen necesidad de esconderla y cuando pretenden hacerlo, es por lo general a costa de la rentabilidad de sus negocios. La codicia de los socialistas, en cambio, no puede ser transparente. Perdería su sustento. Entre más atractivo el engaño, mayor el éxito en sus actividades y más rienda suelta a la codicia. Y eso es precisamente lo que la hace tan pecaminosa.
Cuando un capitalista habla de igualdad, nadie le cree del todo y así debe ser. Pero cuando un socialista habla de lo mismo, y más si es político, sindicalista o académico, mucha gente tiende a creerle. Muchos se ilusionan con los discursos que escuchan. A varios de los seguidores les despierta su propia codicia las migajas del supuesto maná que caerá del cielo.
La codicia de los capitalistas es relativamente transparente. No tienen necesidad de esconderla y cuando pretenden hacerlo, es por lo general a costa de la rentabilidad de sus negocios. La codicia de los socialistas, en cambio, no puede ser transparente. Perdería su sustento. Entre más atractivo el engaño, mayor el éxito en sus actividades y más rienda suelta a la codicia. Y eso es precisamente lo que la hace tan pecaminosa.
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