Pedro el Grande debió combatir un alzamiento de nobles cuyo ejército era tan poderoso como el suyo. Al llegar al sitio de la batalla, al amanecer, los nobles iniciaron el ritual de sus oraciones y todos los oficiales se arrodillaron para orar por la victoria. Pedro no los imitó, no se unió en oración ni distrajo a sus oficiales en liturgias de Fe sino que alzando la espada ordenó a su artillería: ¡Preparen… apunten… fuego! y ganó la batalla sin perder un solo hombre. En la primera descarga el ejército enemigo quedó sin oficiales. La desbandada fue general. ¿Impío? ¿Cruel? ¿Cobarde? No vale, en la guerra se va a matar o a morir no a rezar ni a compartir ritos con el enemigo. Todo lo que afecte o debilite al enemigo hay que aprovecharlo para ganar. Eso es pragmatismo.
El chavismo es un formidable ejército de ocupación, inescrupuloso, armado y multimillonario, apoyado con decenas de miles de mercenarios ideologizados extranjeros, con un objetivo ineluctable: Imponer el comunismo en Venezuela. Y eso significa la destrucción de toda forma de libertad conocida para imponer la fórmula de la obediencia debida al gobierno para la subsistencia. Sumisión para poder comer. Y hacia ese destino marcha el chavismo, con más o menos contundencia pero sin desviarse, a pesar de los esfuerzos de la oposición.
Pero, súbitamente, su flanco más importante sufre una fisura devastadora que sume en el desconcierto y en el ritualismo espiritual – un medroso ataque de farisea religiosidad colectiva – al universo chavista hasta ayer irreligioso y procaz que descabezaba imágenes de santos y vírgenes y se orinaba en las iglesias y escupía el ataúd del humilde Cardenal Velásco, estimulado por el discurso satánico del líder, a quien los babalaos cubanos, que le chupan la cartera nacional, habían asegurado vida eterna y poder para siempre como Fidel.
Ante esta calva oportunidad, llegada de la mano de la justicia divina, lo que debe hacer la oposición oficial – para neutralizar cualquier trampa chavista o desmontarle la agenda - es aprovechar la debilidad del enemigo – que no es adversario, sino enemigo jurado de nuestra forma de vida – y actuar con rapidez y eficiencia, eligiendo ya un candidato para enfrentar el discurso comunista – cualquiera que renuncie a la reelección y prometa llamar a una constituyente, sin estar esperando primarias – para recorrer el país, aprovechando que va a estar solo en el patio, con un discurso democrático – pero denunciando la asquerosa corrupción, las mentiras y las injusticias del régimen entre otras perversiones como por ejemplo la traición a la patria que significa el manejo cubano de la cedulación biométrica de los venezolanos - y una propuesta socioeconómica atractiva, que, a la vez, restituya la dignidad y la honestidad como valores del gentilicio y nuclee al pueblo en torno a una opción de cambio para el bienestar general, con total equidad - a cada quien según sus capacidades.
Hablando claro y raspado contra el degradante facilismo parasitario – de pan para hoy hambre para mañana - que amarra al hombre al botalón de un gobierno irresponsable que declina sus verdaderas responsabilidades en aras del populismo electorero, para mantener en el poder a un predestinado, surgido de los deseos de vivir sin trabajar de una porción importante del pueblo venezolano que tiene el cinismo de llamarse “bolivariano”, cuando Bolívar los sentenció: “La sociedad desconoce al que no procura la felicidad general: al que no se ocupa de aumentar con su trabajo, talento o industria las riquezas y comodidades propias que colectivamente forman la prosperidad nacional”.
Es la frialdad racional de la inteligencia – y sus derivados la lucidez y la coherencia - lo que necesitamos en este momento histórico en el que se une al descalabro que ya viene sufriendo el gobierno en el afecto popular por su ineficiencia y corrupción, la enfermedad terminal de su caudillo – hoy rehén con firma electrónica de un gobierno extranjero, que puede ser usada para imponer decretos comunistas y liberticidas - y sin heredero probable, porque él mismo se encargó, en su infinita prepotencia, de disminuir cualquier posibilidad de competencia, mientras en la oposición surgían liderazgos eficaces, formados al fragor de la lucha política que le arrebataron no pocos espacios intermedios de poder y que lucen presidenciables, aunque su momento, por simple lucidez y porque la patria lo reclama, sería deseable fuera postergado - no vivimos, desgraciadamente, el estado democrático convencional que el ingenuo optimismo cree percibir - en pro de un político sagaz sin otro compromiso que la patria ni otra aspiración que la consolidación de la república – en pleno uso de sus facultades para leer el orden interno de la realidad - que aproveche ese caudal de votos para eliminar el fuero de los militares y devolverlos a sus quehaceres naturales en los cuarteles y llevar a los tribunales a esta cáfila de ladrones del erario y entreguistas de la soberanía nacional a un Estado extranjero, que han mancillado el honor del gentilicio, mientras enrumba el país hacia su recuperación social y económica. Ardua tarea. Pero posible. Manos a la obra.
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