5/8/11

Candidatos o textos duplicados

Las fuer­zas que se enfren­tan son como la uña y la carne. Tal como lo dice Deleuze con­for­man una uni­dad de acción y reac­ción, lo que comienza a expli­car­nos la triste his­to­ria de la cán­dida Erén­dida y de su abuela des­al­mada. Jür­gen Haber­mas nos ha dicho que todo sis­tema dis­cur­sivo está de hecho dis­tor­sio­nado, fun­da­men­tal­mente por la influen­cia del poder polí­tico. De esta manera la forma como habla ese poder se intro­duce en nues­tro len­guaje coti­diano en tal manera que las bar­ba­ri­da­des nos pare­cen suje­tas estric­ta­mente a la nor­ma­li­dad y nos ase­me­jan a un hecho de justeza.

Citar a Haber­mas y a Deleuze, es un pequeño ejer­ci­cio para la visión bino­cu­lar de un país ata­ran­tado, puesto que esta inter­co­mu­ni­ca­ción dis­tor­sio­nada que nos mues­tra el maes­tro suizo des­ba­rata los res­tos de racio­na­li­dad que uno podría supo­ner aún entre tanto repe­ti­dor de la nor­ma­tiva impuesta por la parte domi­nante del cuerpo.

Se trata de una for­ma­ción ideo­ló­gica que se clau­sura, que se cie­rra sobre sí misma, impo­si­bi­li­tando de ese modo la exis­ten­cia de toda posi­ción “exte­rior” a ella. El “uni­verso del dis­curso” se per­cibe y fun­ciona enton­ces como efec­ti­va­mente uni­ver­sal: fuera de ese “uni­verso” no hay nada, solo vacío. Adviene, enton­ces, el com­por­ta­miento neu­ró­tico de un cuerpo social que parece impe­dido de encon­trar su pro­pia for­ma­ción y sus pro­pios órga­nos exte­rio­res. Se ali­menta de las ilu­sio­nes y se solaza en lími­tes que harían ape­lar a Freud, sólo que podría rom­perse el saco si lo inclu­yé­se­mos, saco ya lleno con Haber­mas y Deleuze.

Las con­tra­dic­cio­nes pato­ló­gi­cas debe­mos atri­buír­se­las al men­saje de la parte domi­nante que ha sido asu­mida por la parte domi­nada. Los estu­dio­sos ase­gu­ran que el orga­nismo habla y que se puede pro­cla­mar la defensa de algo mien­tras se hace exac­ta­mente lo con­tra­rio, muti­lar lo que se dice defen­der. He hablado de la desa­pa­ri­ción de pala­bras como sig­ni­fi­cado y sig­ni­fi­cante, pero me veo obli­gado a men­cio­nar las “con­di­cio­nes gené­ti­cas del des­ve­la­miento del sig­ni­fi­cado”, lo que podría­mos tra­du­cir como la nece­si­dad de rec­ti­fi­car este texto dis­tor­sio­nado que es la Vene­zuela de hoy y hacer algu­nas refe­ren­cias con­cre­tas a esta dis­tor­sión textual.

De aquí es nece­sa­rio pre­ci­sar que los can­di­da­tos no son más que un pro­ducto del mono­po­lio tota­li­ta­rio con­ce­dido a los par­ti­dos polí­ti­cos para pos­tu­lar y que, en con­se­cuen­cia, no son más que unos ins­tru­men­tos cir­cuns­tan­cia­les que el país puede usar como tales para un momento pun­tual que lla­ma­re­mos espa­cio de simu­la­ción demo­crá­tica de la dic­ta­dura. No encar­nan el futuro por­que son una expre­sión dis­tor­sio­nada, son lagu­nas, repe­ti­cio­nes, omi­sio­nes y ambi­güe­da­des. Podría­mos, de esta manera, decir que son tex­tos dupli­ca­dos de las vie­jas mane­ras de ser par­la­men­ta­rio, puesto que ale­gan en sus afi­ches “somos mayo­ría”, lo que equi­vale a moti­va­cio­nes incons­cien­tes tras un dis­fraz sim­bó­lico, más o menos lo que le ocu­rrió a la mal lla­mada cuarta repú­blica cuando se estaba hun­diendo en el tre­me­dal auto­cau­sado y se montó en un caba­llo a reco­rrer sus pro­pias con­di­cio­nes de producción.

Con­si­de­ra­dos como una infle­xión obli­ga­to­ria debe­mos pre­ci­sar que no son el futuro y que ni siquiera alcan­zan el grado que lla­ma­re­mos tran­si­ción. Una dis­tor­sión tex­tual no puede encar­nar el len­guaje del tiempo por venir. Está con­de­nada a su rela­ción de cuerpo único con la fuerza domi­nante, lo que implica que cuando la fuerza activa des­apa­rezca la fuerza reac­tiva par­tirá con ella.

En con­se­cuen­cia pode­mos defi­nir el momento como un lap­sus lin­güís­tico que habrá que suplan­tar con la pro­duc­ción de nue­vos sig­ni­fi­ca­dos. La obli­ga­to­rie­dad a la que hemos sido some­ti­dos la cobra­re­mos con ese extra­or­di­na­rio pro­ducto que lla­man “lápiz correc­tor blanco” y sobre el resi­duo áspero escri­bi­re­mos la his­to­ria que vendrá.

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