Citar a Habermas y a Deleuze, es un pequeño ejercicio para la visión binocular de un país atarantado, puesto que esta intercomunicación distorsionada que nos muestra el maestro suizo desbarata los restos de racionalidad que uno podría suponer aún entre tanto repetidor de la normativa impuesta por la parte dominante del cuerpo.
Se trata de una formación ideológica que se clausura, que se cierra sobre sí misma, imposibilitando de ese modo la existencia de toda posición “exterior” a ella. El “universo del discurso” se percibe y funciona entonces como efectivamente universal: fuera de ese “universo” no hay nada, solo vacío. Adviene, entonces, el comportamiento neurótico de un cuerpo social que parece impedido de encontrar su propia formación y sus propios órganos exteriores. Se alimenta de las ilusiones y se solaza en límites que harían apelar a Freud, sólo que podría romperse el saco si lo incluyésemos, saco ya lleno con Habermas y Deleuze.
Las contradicciones patológicas debemos atribuírselas al mensaje de la parte dominante que ha sido asumida por la parte dominada. Los estudiosos aseguran que el organismo habla y que se puede proclamar la defensa de algo mientras se hace exactamente lo contrario, mutilar lo que se dice defender. He hablado de la desaparición de palabras como significado y significante, pero me veo obligado a mencionar las “condiciones genéticas del desvelamiento del significado”, lo que podríamos traducir como la necesidad de rectificar este texto distorsionado que es la Venezuela de hoy y hacer algunas referencias concretas a esta distorsión textual.
De aquí es necesario precisar que los candidatos no son más que un producto del monopolio totalitario concedido a los partidos políticos para postular y que, en consecuencia, no son más que unos instrumentos circunstanciales que el país puede usar como tales para un momento puntual que llamaremos espacio de simulación democrática de la dictadura. No encarnan el futuro porque son una expresión distorsionada, son lagunas, repeticiones, omisiones y ambigüedades. Podríamos, de esta manera, decir que son textos duplicados de las viejas maneras de ser parlamentario, puesto que alegan en sus afiches “somos mayoría”, lo que equivale a motivaciones inconscientes tras un disfraz simbólico, más o menos lo que le ocurrió a la mal llamada cuarta república cuando se estaba hundiendo en el tremedal autocausado y se montó en un caballo a recorrer sus propias condiciones de producción.
Considerados como una inflexión obligatoria debemos precisar que no son el futuro y que ni siquiera alcanzan el grado que llamaremos transición. Una distorsión textual no puede encarnar el lenguaje del tiempo por venir. Está condenada a su relación de cuerpo único con la fuerza dominante, lo que implica que cuando la fuerza activa desaparezca la fuerza reactiva partirá con ella.
En consecuencia podemos definir el momento como un lapsus lingüístico que habrá que suplantar con la producción de nuevos significados. La obligatoriedad a la que hemos sido sometidos la cobraremos con ese extraordinario producto que llaman “lápiz corrector blanco” y sobre el residuo áspero escribiremos la historia que vendrá.
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