En lo personal no puedo entender racionalmente -si se piensa en Venezuela y en los intereses de nuestro país- por qué el Presidente Chávez une nuestro destino común como pueblo, con el de un dictador quien por cuarenta y dos años ha subyugado a su gente, humillándola, sometiéndola a su voluntad exclusiva, y silenciándola con la muerte, cuando se atreven a disentir. ¿Qué justifica que seamos el único país en el mundo que respalda aún hoy a Gadafi, en los términos en que lo hace el Presidente de Venezuela? Ese respaldo encierra un algo más que desconocemos cabalmente, debe haber una razón que lo lleva a expresarse sin escrúpulo de ninguna naturaleza.
Uno tiene derecho a hacer conjeturas sobre la motivación de este respaldo, y a preguntarse por qué nuestro Presidente visitó al lejano Coronel Gadafi seis veces en doce años, quien también nos ha visitado. ¿Quién sabe a plenitud el alcance de los convenios suscritos entre ambos mandatarios? Se habla de acuerdos secretos; de venta de uranio y otros minerales de manera clandestina; de ayuda nuclear de Irán a Venezuela, y hasta del respaldo para que también nuestro país disponga de bomba atómica. ¿Será esta la razón para ese resteo inconveniente?
Pero no es solo el respaldo al sangriento Gadafi -del cual se hartó el pueblo libio- es también el respaldo a cuanto verdugo hay en el mundo, a dictadores y asesinos que por prolongados años, por décadas, han subyugado a sus pueblos, han matado la democracia y la iniciativa privada, se han burlado de los Derechos Humanos, pateándolos a su antojo, sometiendo a sus conciudadanos a la fuerza.
Robert Mugabe, dictador de Zimbabwe desde el momento en que nació como país libre -luego de su independencia- somete a su pueblo con una dictadura brutal; asesina sin piedad a sus gobernados, maneja la hacienda pública como le da la gana y se ha enriquecido de manera grosera, sin importarle el hambre de sus compatriotas. Nada distinta es la situación de Ahmadineyan, quien somete a los iraníes después de décadas, bajo un régimen despótico y corrupto donde la cúpula constituye una burguesía enriquecida al amparo del silencio de los tribunales que, de rodillas ante el amo, ni ven ni oyen. Igual ocurre con la admiración a la tiranía de los Castro, con más de medio siglo de dominio absoluto, de paredón y fusilamientos. “Fidel es mi padre”, ha dicho una y varias veces Chávez, mientras califica a la maltrecha Cuba como “mar de la felicidad”.
Se dice -con sobrada razón- “dime con quién andas y te diré quién eres”. El Presidente Chávez, ya con doce años y medio en el poder, al igual que sus amigos amenaza con perpetuarse; rompió el indispensable equilibrio de los poderes públicos, sin los cuales no hay democracia, ni libertad: genuflexos ante él están los Poderes “sin poder”, Judicial, Legislativo, Ciudadano y Electoral. Hoy en Venezuela la corrupción no se condena, el enriquecimiento ilimitado de familiares y seguidores del Presidente Chávez, recuerda las mansiones de Gadafi, de sus hijos y del cogollo del régimen, recubiertas de oro. Las riquezas de unos pocos, en detrimento de las mayorías.
El Presidente Hugo Chávez Frías le debe una explicación a Venezuela. Por supuesto que tiene derecho a tener como amigos personales a quienes él desee, pero no tiene derecho alguno de unir el destino de nuestros pueblos al de verdugos de sus propias patrias.
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