Una de esas operaciones es, por ejemplo, la participación iraní en una nueva mega-estructura radial oficial -de cobertura nacional- en Bolivia que transmite al aire las veinticuatro horas del día, al servicio de la prédica de Evo Morales y del MAS, el partido boliviano que el activo dirigente indígena lidera.
Concentración en Venezuela
No obstante, pareciera que lo sustancial de la creciente presencia y actividad iraníes en América Latina parecería ocurre en territorio de la patológica Venezuela de Hugo Chávez. Allí es donde parecería estar concentrada la apuesta más intensa de la teocracia iraní de penetrar en nuestra parte del mundo.
Irán y Venezuela están ahora unidos por frecuencias de vuelos regulares semanales, cuando no parece haber tráfico turístico de una dimensión que así lo justifique. Y los venezolanos e iraníes circulan por ambos países sin necesidad de visas, lo que hace que la llegada de iraníes a Venezuela genere toda suerte de enigmas respecto de sus actividades.
Hace apenas unos días, el Ministro de Vivienda y Hábitat del país caribeño, Ricardo Molina, anunció la suscripción de un nuevo convenio bilateral para impulsar la construcción de 10.000 viviendas populares, con un costo de u$s 1.000 millones que se terminarían en el plazo expedito de dieciocho meses a construir en tres diferentes estados. Fue el segundo acuerdo sobre este tema, que se suma a la creciente actividad conjunta en el sector automotriz en especial y en el industrial, en general.
En rigor, la relación bilateral venezolano-iraní se profundizó mucho este año, a partir mayo pasado.
El propio canciller venezolano, Nicolás Maduro, así lo certificó luego que los EE.UU. sancionaran a PDVSA por sus estrechas vinculaciones con el sector energético iraní. Venezuela, con su empresa petrolera estatal y con algunas de las entidades de su sistema financiero, parecería -según algunos- estar disimulando algunas transacciones y, además, hasta estaría de alguna manera envuelta en el “tránsito” de dinero para así posibilitar “triangulaciones” con el propósito de que Irán efectivamente pueda percibir el producido de sus ventas de hidrocarburos al exterior, a pesar de las sanciones económicas occidentales.
Un acuerdo llamativo
Pero la verdadera “perla” de la opacidad que cubre la relación pareciera ser el acuerdo para producir alimentos conjuntamente. Como si alguno de los dos países fuese una potencia o tuviese tecnología “de punta” en ese sector, siendo que ambos países son importadores de alimentos.
No obstante, el convenio referido dice que Irán -con su tecnología- ayudará a Venezuela a aumentar la producción, la manufactura y la distribución de alimentos, generando una cadena de comercio socialista, en Venezuela.
Como si Irán fuera una suerte de Argentina o de Brasil.
Para justificar tan patológica relación se dice que ella apunta a: (i) controlar la inflación en Venezuela (impulsada por el aumento de los precios de los alimentos); y (ii) a combatir la especulación con un flujo de alimentos producidos a precios bajos y distribuidos de manera masiva. Pura retórica, que huele a engaño.
La idea básica del acuerdo supone esencialmente que se debe trabajar conjuntamente en tres capítulos distintos de esta actividad: la producción, la industrialización de las materias primas agrícolas, y el consumo (en rigor, presumiblemente quisieron decir, la venta minorista).
En materia de producción, se propone organizar una “cadena” de producción cooperativa, como ocurriera en la fracasada reforma agraria del ex dictador peruano, el general Velasco Alvarado. Nada nuevo, entonces. Para esto Chávez expropió -caprichosa y previamente- una serie de presuntos “latifundios” durante todo el 2010. Probablemente, como en su momento sucediera también en el Perú, esas tierras, luego de una breve euforia inicial, dejarán de pronto de producir en un contexto que estará plagado de ineficiencias y sostenido por toda suerte de subsidios, cada vez más caros.
En lo que tiene que ver con la industrialización de los productos del agro, serán, se dice, las mismas cooperativas quienes industrialicen su propia producción, utilizando para ello maquinaria que será comprada, según se nos anuncia, a los fabricantes iraníes, conformando un sector al que pomposamente se bautiza como el de la “agro-industria”. Veremos muy pronto si esto, como sospechamos, es algo más que pura declamación.
La venta minorista utilizará, a su vez, las bocas de expendio de la cadena de supermercados llamada: “Abasto Bicentenario”, que no es otra que la cadena “Éxito”, también expropiada.
El acuerdo comentado parecería ser poco más que un biombo o una gran pantalla. Para quizás disimular otras cosas u otras actividades.
Pero, para nosotros, los argentinos, lo sucedido tiene un perfil aún peor. Porque somos importantes deudores de Venezuela, país que -en tiempos de Néstor Kirchner- comprara muchos de nuestros bonos -generando así un flujo de inmensas comisiones y utilidades grises para algunos- no hemos siquiera podido -estratégicamente- generar y poner exitosamente en marcha un acuerdo comercial con Venezuela para el sector agropecuario como el logrado, en cambio, por Irán.
Pese a que lo cierto es que en materia agropecuaria Irán está lejos de ser un país importante.
La Argentina -que podría seguramente hacer mucho mejor lo que Venezuela ha encargado a Irán- ha sido así dejada de lado, lo que suena también llamativo y extraño. Aunque nuestra confiabilidad externa pueda, por nuestras propias conductas, estar muy deteriorada también respecto de Venezuela.
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