7/9/11

. Separados al nacer

Separados al nacer, desubicados, desorbitados, alejados de la realidad de sus pueblos, asociados con el lumpen de la humanidad, defendiendo lo indefendible, aferrándose al borde del abismo y creyendo aún que son poderosos, mientras uno huye por el desierto cargando con las reservas en oro de su país (¿les suena conocido esto?), el otro elucubra en sus cuarteles cómo permanecer en el poder aún después de muerto.

Charito Rojas
Notitarde/ ND 7 Septiembre, 2011

“La ambición de poder es una mala hierba que sólo crece en el solar abandonado de una mente vacía”. Ayn Rand (1905– 1982), filósofa y escritora estadounidense de origen ruso.

Separados al nacer

Si los hubiera parido la misma madre no serían tan idénticos. Ellos se llaman hermanos, se apoyan y defienden. Son antiimperialistas, dictatoriales, abusadores del poder. Parece que el menor calcara acciones, criterios y excentricidades. Se dicen socialistas pero sus cortesanos medran en un fasto faraónico que insulta la pobreza de sus pueblos. Vamos a echarles el cuento del hermano mayor para demostrar las asombrosas semejanzas con quien pretende emularle.

Muamar El Gadafi nació en el seno de una familia beduina errante en el desierto libio en 1942. Superando las dificultades económicas de su infancia, estudio e ingreso muy joven en la Universidad. A los 21 años estaba graduado de abogado pero prefirió hacerse militar. Hizo cursos en Inglaterra, donde se dio un baño de civilización occidental. Sus extraordinarias agallas le ganaron la confianza de sus superiores que lo colocaron en puestos “salidores” debido a su carisma y facilidad de palabra. Era apuesto, occidentalizado y estudiado. El 1º de septiembre de 1969, contando el coronel Gadafi 27 años de edad, dio un golpe de Estado al Rey Idris y se quedó con el poder, desplazando a la plana mayor del Generalato libio.

Mareó a sus conciudadanos con el discurso antiimperialista, anti monárquico y con la promesa de repartición de las riquezas de esa nación que comenzaba su auge petrolero. Se negó a que le dieran cargo alguno y prefirió el título de “Líder de la Revolución”. Formado en las doctrinas panárabes, antisemitas y anti norteamericanas, expulso a los norteamericanos y a los británicos de bases y compañías en Libia. En la década de los 70 nacionalizó la empresa privada, las tierras, los bancos y la industria petrolera, siguiendo los pasos de su admirada revolución cubana. A Gadafi lo llamaban el “Ché Guevara árabe”. Bajo las banderas de la unidad nacional, convocó un Estado supuestamente gobernado por el poder popular al que llamó ” Jamahiriya” (Estado de las Masas), logró convocar a las tribus bajo su mando e inició una purga sistemática y jamás detenida en 40 años, de todos los opositores a su régimen, quienes desaparecían misteriosamente, resultaban muertos misteriosamente o perecían en oscuros calabozos después de años de olvido tras las rejas.

Gadafi publicó su Libro Verde: tres escritos donde establecía las bases filosóficas socialistas de la nación que gobernaba con mano de hierro. Mientras lograba elevar el PIB de los libios, incursionaba en un terreno peligroso: el del financiamiento de grupos terroristas para que luchasen contras los países que consideraba enemigos. Mientras se presentaba en los foros internacionales como un gran defensor de la unidad árabe y de la justicia social de esos olvidados pueblos, al mismo tiempo conspiraba contra la estabilidad de gobiernos occidentales. En los años 80 ya Gadafi era considerado una perturbación para los países democráticos. Envió 3.000 soldados a defender el régimen del dictador Idi Amin en Uganda; propuso la unión de los árabes para apoyar a Palestina en su guerra contra Israel; intervino militarmente en el Chad y trato de derrocar a su Presidente para apoderarse del uranio de ese país. Ya se sospechaba que Libia estaba fabricando armas de destrucción masiva, por lo cual fue calificado de “Estado paria” por la comunidad internacional. Estados Unidos le aplicó sanciones económicas, dejo de comprar su petróleo e impuso severas restricciones a los capitales libios. Gadafi estuvo detrás de los atentados terroristas en los aeropuertos de Viena y Roma en 1985; del saboteo del avión de Pan Am que cayó en Lockerbie, Gran Bretaña, y del atentado contra el vuelo UTA 772. La respuesta del gobierno de Ronald Reagan contra quien consideraba un terrorista fue un ataque con misiles al palacio de Gadafi en Trípoli. Entre los fallecidos estaba una niña, Hanna, a quien dicen que Gadafi adoptó después de muerta para acusar a Estados Unidos por esa muerte.

Ante esta seria advertencia de que sus intentos terroristas no serían tolerados, Gadafi dio un giro a su política exterior: se declaró pacifista, renuncio a las armas nucleares y comenzó a tener relaciones comerciales con occidente, especialmente con países europeos. Su “rehabilitación” lo integró nuevamente a la comunidad internacional. Pero los más de 40 años de feroz dictadura y el evidente agravamiento de la condición mental del líder, comenzó a estallar en 2006, cuando una revuelta de un pueblo pidiendo libertad fue sangrientamente reprimida por el dictador, que ya para ese momento se vestía y coronaba como un emperador, aparecía en público rodeado de una pompa oriental y con una guardia pretoriana de ” amazonas”: muchachas presuntamente vírgenes (ahora algunas de ellas dicen que el líder y sus hijos las violaban), expertas en artes marciales y dispuestas a dar la vida por su amo. El lujo grosero con que vivían los hijos de Gadafi, sus palacios, yates, aviones, cuentas en Suiza e Inglaterra, las inversiones en Italia, todo ello hablaba de una inmensa corrupción mientras la mayoría de las calles de Libia son aún polvorientas, las casas sin agua y las libertades nulas.

Gadafi apeló nuevamente con su encendido discurso al patriotismo, al antiimperialismo, llamó “perros” a los más de 60 países que votaron por la intervención en Libia de la OTAN para impedir el baño de sangre que contra el pueblo ejecutaba este dictador que dijo que incendiaría al país si intentaban derrocarlo. Los gobiernos que antes hacían negocio por el petróleo libio, ahora reconocen como autoridad al Comité de la Transición, que funge como un gobierno fáctico. Las mansiones del dictador han sido arrasadas por el mismo pueblo que antes lo aclamaba como si fuera un dios. Le vieron la locura, la ambición, la indiferencia ante la muerte de su pueblo con tal de permanecer aferrado a su trono tiránico.

Una lista de más de cuatrocientos opositores asesinados por el régimen fue tomada en cuenta por la Corte Penal de La Haya para ordenar la detención de Gadafi. Ningún gobierno firmante del Estatuto de Roma (y Venezuela lo es) puede recibirlo o ayudarlo. Pero en Caracas esa corte de mantenidos que se escudan bajo el mamotreto llamado “ALBA” está considerando aprobar un acuerdo de apoyo al dictador que ha sido condenado por casi todas las naciones del planeta por sus delitos de lesa humanidad. El hermano menor así lo ha pedido, para apoyar de esta manera a ese líder que según él ha sido atacado porque “le dio la gana a la OTAN”.

Separados al nacer, desubicados, desorbitados, alejados de la realidad de sus pueblos, asociados con el lumpen de la humanidad, defendiendo lo indefendible, aferrándose al borde del abismo y creyendo aún que son poderosos, mientras uno huye por el desierto cargando con las reservas en oro de su país (¿les suena conocido esto?), el otro elucubra en sus cuarteles cómo permanecer en el poder aún después de muerto.

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