Venezuela vive uno de los momentos más bizarros de su historia: levante una piedra, asomarán sus cabecitas dos docenas de candidatos. A cualquier cosa. Coja el telescopio del Monte Palomar para buscar un líder, resultará profundamente decepcionado. Si acaso, un par. Y tan distantes en el tiempo y en el espacio, que parecieran pertenecer a otra galaxia.
Hay una sorprendente carencia de líderes, lo que es lógico. Un líder no se improvisa, es producto de una laboriosa, ardua y tenaz elaboración no sólo individual, sino colectiva. Y es precisamente su ausencia la que coadyuva a la devastadora emergencia de las crisis. Pues en tiempos de crisis, mientras se constata una apabullante ausencia de líderes, se verifica una sobreabundancia de candidatos.
En efecto, el submundo de nuestras poblaciones pulula de candidatos. No terminan sus estudios y ya son candidatos. No han terminado el bachillerato. Y ya son candidatos. No acaban de mudarse, y ya son candidatos. Venezuela vive la más aguda de sus crisis, en todos los órdenes de su vida social. Particularmente en el de la generación de personalidades capaces de pensar en grande, de auscultar sus latidos profundos y proyectar soluciones de mediano y largo plazo. Pero basta que se presente un proceso electoral, sea para llenar las vacantes del poder legislativo o para colmar alcaldías y gobernaciones para que se amontonen a tal grado los postulantes, que se hace necesario apartarlos a sombrerazos.
Es precisamente la sobreabundancia de candidatos lo que ha impuesto la práctica de las Primarias. Las próximas elecciones presidenciales no podían ser la excepción. Más de una docena de postulantes, incluyendo dos mujeres, varios gobernadores y dirigentes políticos de vieja y nueva data se precipitaron a postular sus nombres. Sólo la necesaria discreción nos impide mencionar cuántos de ellos cumplen con los más elementales requisitos para ocupar la primera magistratura. Difícilmente encontraremos más de dos líderes en el pelotón.
A esos dos líderes, vale decir: personalidades capaces de dirigir los asuntos públicos con visión de estadistas y responsabilidad de alta gerencia pública, les recomendaría no entremezclarse con la docena de candidatos. Dejarles el terreno libre de obstáculos para que comiencen su curso de adversidades y luego de salir con las tablas por la cabeza, aguarden el tiempo de su cosecha para llegar a ser líderes útiles a su Patria. Nuestro par de Grandes debieran guardarse para momentos de excepcionales crisis de gobernabilidad, seguir compenetrándose de la vida de la república, seguir acerando sus voluntades, enriqueciendo sus espíritus y fogueándose en el ejercicio del Poder.
Los soldados, alebrestados en el caos y la desunión, requieren de un comandante supremo capaz de inspirar obediencia, serenidad y confianza. Los Jueces, bajar la cabeza y someterse al imperio de las leyes. La policía, cegar sus apetencias y volver al redil de la moralidad pública. Los enemigos de la ley y el orden, aprontarse a recibir el castigo ejemplarizante y pagar con cárcel por los millones robados, trampeados, malversados.
Será el momento de los líderes. Que no se destacan en el concurso de beldades designadas por encuestadores inescrupulosos ni cuentan con el beneplácito de dirigentes y funcionarios partidistas. El país se atosiga de elecciones, se abruma de candidatos y está sediento de un líder. Sólo nos enrumbaremos por la senda segura de la estabilidad y el éxito cuando suene la hora de los liderazgos. Los hay. Pocos pero suficientes. Se acerca su hora.
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