• Giro en la política exterior de EE.UU. hacia la región
Encendidos, los misiles nucleares israelíes apuntan a Teherán. Claro, no sin la venia de Washington y de Londres, que, según dice The Guardian, apresta a su Royal Navy. Así, mientras esas potencias dirigen su mira telescópica hacia el poder persa y éste, a su vez, se concentra en su defensa (la AIEA lo volvió a acusar de «estar a pasos de la bomba atómica»), ¿cómo queda la avanzada iraní para la colonización de Latinoamérica? ¿En qué punto está la «iranización» de Bolivia, Ecuador, Venezuela y Nicaragua? ¿Cómo seguirá, de aquí en más, la política de seducción de Teherán hacia Buenos Aires, Brasilia, Santiago y Montevideo?
Hay movimientos. Pero no en las trincheras del Gobierno de Mahmud Ahmadineyad sino en Washington. Mientras el tigre persa se cuenta las manchas antes de dar su batalla (¿final?) en Medio Oriente, el águila norteamericana pareciera haberse decidido a sobrevolar la región latinoamericana nuevamente.
Repasemos. El lunes, en Washington, EE.UU. y Bolivia anunciaron el restablecimiento de sus relaciones diplomáticas. Después de tres años sin diálogo entre el Tío Sam y el Gobierno plurinacional del altiplano (en septiembre de 2008, Evo Morales echó al embajador Philip Goldberg, luego de acusarlo de «operar» con la oposición; dos meses después cerraban las oficinas de la DEA), se firmó un «Convenio Marco de Relaciones Bilaterales» que, además de prometer intercambiar embajadores en 2012, busca «apoyar acciones eficaces de cooperación contra la producción y el tráfico ilícito de estupefacientes».
Sin embargo, estas rosas traen sus espinas: el 19 de este mes llega a La Paz una delegación oficial iraní para invertir u$s 300 millones en proyectos de riego y salud. Será, sin duda, una visita menos controvertida que la de mitad de año del ministro de Defensa Ahmad Vahidi. Éste, incluido en la lista de Interpol, acusado de estar detrás de la voladura de la sede de la AMIA en 1994, apareció entonces en la inauguración de un pabellón de la Escuela Militar del ALBA en Bolivia y fue echado del país luego de la furiosa reacción de la Cancillería argentina. En su breve escala en Santa Cruz de la Sierra, Vahidi incluso había ofrecido asistencia militar a Bolivia en caso de que la escalada con Chile por una salida al mar llegase a mayores.
Pero el acercamiento a Bolivia también puede ser más etéreo: como el de la señal televisiva persa HispanTV, coordinada en su versión en español por el chileno Marcelo Arismendi desde Teherán, que sería transmitida, a partir de 2012, desde El Alto, cerca de La Paz. Allí también ya funciona un hospital atendido por enfermeras iraníes, vestidas con chador y hiyab. Un complemento piadoso para los helicópteros y aviones de entrenamiento que los bolivianos le habrían comprado a los iraníes.
Según fuentes periodísticas, el Gobierno de Evo habría recibido u$s 1.200 millones en «ayuda iraní». Poco se lucen. No obstante, esa promesa de ayuda no habría sido desinteresadamente samaritana: a cambio y después de dos viajes de Evo a Teherán, el Gobierno de éste habría retrucado con el ofrecimiento de la explotación conjunta de los yacimientos andinos de litio y uranio y, a su vez, gestionado el desarrollo de una planta de energía nuclear para generación de electricidad con ayuda iraní. Esto último terminó por erizar las plumas en la nuca del Águila del Norte.
Demoradas una y otra vez las gestiones -incluso la de constituir un banco de fomento binacional- habrían quedado en meras quimeras. Prácticos, los bolivianos decidieron regresar al esquema «gringo» de antes (siempre «¡es la economía, estúpido!»). El mismo camino de los bolivianos estarían empezando a desandar, por estas horas, varios de los once países latinoamericanos en los que Irán tiene una embajada. La excepción, ni hay que señalarlo, es la Venezuela de Hugo Chávez, socia sólida de Teherán, adonde el bolivariano ya viajó nueve veces.
Brasil es el país que este año dio el primer golpe de timón. Después de los arrumacos propersas liderados por el ex presidente Luiz Inácio Lula da Silva y el papelón de mayo de 2010, cuando Brasilia y Ankara defendieron el plan nuclear de Irán frente a Naciones Unidas (avalaban que tenía fines pacíficos y medicinales), la administración de Dilma Rousseff cruzó al otro lado del pasillo y condenó la política de derechos humanos del régimen. Eficaz política de seducción implementada por Washington. El premio: la visita de Barack Obama y su equipo a Brasil en marzo.
La Argentina, mientras tanto, elegía otra ruta. La presidente Cristina de Kirchner ordenaba que se concediera un «waiver» de confianza a Teherán: le tocó a Jorge Argüello, representante ante Naciones Unidas y ayer designado embajador en Washington, permanecer sentado durante el discurso de Ahmadineyad ante la Asamblea General en Nueva York el 23 de septiembre. La primera vez, en ocho años de kirchnerismo en el poder, que la Argentina daba tal señal. Reflejo, se supuso, de la expectativa sobre un posible gesto para permitir un juicio a los iraníes acusados por AMIA.
Si a esto se le agregaba el incremento del intercambio comercial entre la Argentina e Irán saltó a u$s 1.660 millones en 2010, y el episodio (también en febrero) en Ezeiza del avión de la US Air Force con pertrechos para entrenamiento de fuerzas de seguridad, protagonizado por el mismo Héctor Timerman, se abría un espacio para la suspicacia de Washington.
Sin embargo, se puede escribir un «sin embargo» para esta relación: en la bilateral entre Cristina de Kirchner y Obama durante la reunión del G-20 en Cannes el pasado viernes, uno de los tópicos fue la presencia iraní en Latinoamérica. Y, especialmente, la probable revisión de esa paciencia crédula hacia los persas explicitada por Cristina en los últimos meses, durante los cuales dijo esperar muestras de voluntad de Teherán para esclarecer el caso AMIA, cuando todo apunta a la pista iraní.
Si bien el contenido de la reunión de Cannes no trascendió, basta repasar quiénes fueron los laderos de Obama en ella para sacar conclusiones sobre la misma.
Uno de los presentes en el cónclave fue Dan Restrepo, director de la oficina del Hemisferio Occidental en el Consejo de Seguridad de la Casa Blanca. Restrepo viene trajinado en el tema de la «colonización» iraní en Latinoamérica: en 2010 voló una y otra vez a Brasilia para tratar de disuadir al Gobierno de Lula. Mayor relevancia tuvo, sin duda, en esa bilateral, la presencia de Tom Donilon, consejero de Obama en Seguridad Nacional. Donilon, en el cargo desde octubre de 2010, viene de asesorar durante 25 años al vicepresidente Joe Biden en temas de relaciones exteriores.
Fue también un «top consigliere» del secretario de Estado Warren Christopher, y quien preparó a Obama durante la campaña para debatir contra el republicano John McCain. Y lo más importante: su especialidad es Irán y Medio Oriente.
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