19/12/11

Alfonso Cano: Repudiado en Colombia y celebrado en Venezuela

Alfonso Cano


Como un guerrillero y terrorista responsable o cómplice de algunos de los crímenes de lesa humanidad más atroces que se han cometido en Colombia, la muerte de Alfonso Cano en una selva del sur del país provocó en territorio neogranadino la euforia que debía seguir al fin del comandante que sustituyó a Manuel Marulanda Vélez en la conducción de las FARC.

Pauta que en todos los sentidos siguió el 95 por ciento de los países de la comunidad democrática latinoamericana, convencidos de que, con el deceso de Cano, se daba un paso decisivo, o para llegar a un acuerdo de paz, o culminar exitosamente el esfuerzo político y de guerra que cristalice en la reconciliación de todos los colombianos.

Y digo el 95 por ciento, porque aún queda en la región un residuo de países radicales, inspirados en el comunismo marxista y el estado totalitario que segrega, para los cuales, la lucha guerrillera, el terrorismo y su alianza con el narcotráfico, siguen siendo una estrategia y táctica correctas para conquistar el poder, destruir la democracia e instaurar una economía colectivista y un sistema político personalista, monopartidista y de pensamiento único que los sustituyan.

Y hablamos, en primer lugar, de la Venezuela de Chávez, de la Cuba de los hermanos Castro, la Nicaragua de Daniel Ortega, el Ecuador de Rafael Correa y la Bolivia de Evo Morales.

Que esos regímenes, durante los años 2007, 2008 y 2009 (pero principalmente el de Chávez en Venezuela), intervinieran descaradamente en los asuntos internos de Colombia y se aliaran, algunas veces para favorecer a las políticas de las FARC en sus intentos de asfixiar al gobierno de Álvaro Uribe Vélez, y otras, incluso, para amenazar con una declaración de guerra si el presidente neogranadino no retrocedía en su persecución “en caliente” de los grupos guerrilleros, es demostrativo de hasta dónde estaban dispuestos a llegar los países que, agrupados en el ALBA, abrigaron la fantasía de la restauración del comunismo en América latina.

Chávez y Correa, por ejemplo, llamaron “héroe” y pidieron “un minuto de silencio” por la muerte del comandante canciller de las FARC, Raúl Reyes, y en Venezuela, todavía puede verse en un populoso barrio de Caracas un busto construido en honor de Manuel Marulanda Vélez, así como una biblioteca pública edificada en una importante población del centro del país con el nombre de tan importante hombre “de letras”.

Hoy, 3 años después, la situación de Colombia y su enfrentamiento con la guerrilla ha experimentado un vuelco de 180 grados, con las fuerzas subversivas en un acorralamiento que no presagia sino su derrota, y el gobierno colombiano, presidido por quien fuera el ministro de Defensa de Uribe, Juan Manuel Santos, en una ofensiva política y económica que lo han posicionado entre los países con desarrollo más sustentable, diversificado y competitivo de la región.

Por el contrario, la organización que fundaron Chávez y los hermanos Castro para restaurar el comunismo en el continente, la llamada ALBA, hace tiempo que no es otra cosa que un cascarón vacío, sin otra iniciativa que apuntalar los neototalitarismos del subcontinente, y condenada al olvido sin gloria con que castiga la historia a todos los intentos fallidos, anacrónicos y desintegrados.

Porque, aunque sin admitirlo, Chávez, los hermanos Castro y sus aliados del ALBA, no buscaron otra cosa que instrumentar una suerte de mini “Guerra Fría”, no sustentada ahora en los rublos del imperio ruso, sino de los petrodólares venezolanos, pero que se propusiera el mismo objetivo que había quedado enterrado a finales de los 80 bajo los escombros del Muro de Berlín.

En definitiva, que al igual que el resto de los países de América latina (los de izquierda y los de derecha, los populistas y los capitalistas), también los socialistas de Chávez y el ALBA terminaron rendidos al esfuerzo político y de guerra de Juan Manuel Santos, y guardando un silencio más que elocuente ante la muerte de Alfonso Cano, que no es sino un anuncio de que la derrota de las FARC es, simplemente, cuestión de tiempo.

Claro, sin que ello nos lleve a olvidar que la violencia, la guerra de guerrillas y la subversión en todos sus términos, sigue siendo una herramienta válida para los radicales a la hora de sentirse asfixiados y acosados por movimientos populares que intenten expulsarlos del poder, o evitar que lo conquisten recurriendo a métodos no precisamente democráticos.

Como prueba de ello, tendríamos que señalar el homenaje que rindieron a Alfonso Cano en la parroquia “23 de enero” de Caracas, y ante el busto que celebra las glorias de “Manuel Marulanda Vélez”, grupos subversivos identificados con la revolución chavista y el presidente que la comanda el domingo antepasado, los cuales, no tuvieron ningún empacho en reconocer la vida “heroica” del comandante Cano que, como todo el mundo sabe, pero sobre todo la nación colombiana, estuvo dedicada a perpetrar atentados, dar cuenta de la vida de inocentes y procurar daños físicos y morales a hombres y mujeres humildes que no pueden ser justificados a nombre de ninguna causa por la igualdad, la liberación y la justicia.

Homenaje, que si no contó con el apoyo, tampoco contó con el repudio del gobierno venezolano, que en ningún momento se pronunció condenándolo, sino más bien rodeándolo de un silencio que puede interpretarse como una réplica del homenaje oficial que en un momento se le rindió a Raúl Reyes y Manuel Marulanda Vélez.

Así, por lo menos, lo percibieron observadores y analistas de Colombia y Venezuela, los cuales, volvieron a llamar la atención sobre la doble moral del gobierno chavista que, oficialmente, dice “no tener vínculos con las FARC”, pero tolera que grupos y bandas armadas de inspiración y financiamiento chavistas se le cuadren a 2 comandantes extranjeros que para ellos tienen la gloria que aún no ha conquistado Chávez: morir por la revolución.

Pero no lo ha visto así el gobierno del presidente colombiano, Juan Manuel Santos, quien, embriagado por las ventajas económicas que han significado para los empresarios neogranadinos la reapertura de relaciones comerciales entre Colombia y Venezuela, no solo ha bautizado a Chávez “como su nuevo mejor amigo”, sino que ha aceptado una suerte de reconversión del otrora aliado de las FARC, y otros grupos guerrilleros, en amigo de su gobierno y del pueblo colombiano.

Es, por supuesto, una relación peligrosa, que no tomó en cuenta la amistad, hermandad y solidaridad de Chávez con el verdugo del pueblo libio Moamar Gaddafi, ni con terroristas como “El Chacal”, ni con el asesino y genocida sirio, Bashir al Assad.

Y que siembra nubarrones, y sombras de todos los tamaños y calibres sobre si será cierto que ya no hay guerrilleros de las FARC en campamentos ubicados en territorio venezolano, o sobre si puede creerse que comandantes como Iván Márquez ya no son recibidos por autoridades nacionales y por Chávez en persona en el propio palacio de Miraflores, y el nuevo Comandante General de las FARC, el sucesor de Alfonso Cano, Timoleón Sánchez, no tiene sus guaridas en la raya fronteriza colombo-venezolana desde hace mucho tiempo.

Pero son asuntos de Santos y de la política exterior colombiana, que ojalá no tenga resultados parecidos a los que ya vivió su antecesor, Álvaro Uribe, y un presidente que también es muy amigo de Santos y se las ha jugado para que exista el Tratado de Libre Comercio Estados Unidos-Colombia: Barack Obama.

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