13/1/12

COMO CHÁVEZ AHÍ, CON NÁUSEA Y LENGUA DE CIEMPIES

El hombre es lo que haga de sí mismo. El solo responde por lo que haga de sí mismo. Y la responsabilidad trae consigo el tormento mayor de la culpa. Más cuando se engaña a sí mismo. No quiere sentirse culpable, pero al evitar responsabilidades puede escapar de la inquietud. Porque no hay manera de escapar de la propia responsabilidad... El autoengaño es muy común, y más cuando se acompaña de la mala fe...

COMO CHÁVEZ AHÍ, CON NÁUSEA Y LENGUA DE CIEMPIES


“Pero la ambición y la avaricia, casi más que cualquiera de las otras pasiones,

son los motivos del crimen.” Aristóteles

Aunque provenía de una familia de modestos recursos, había viajado ampliamente, hacía lo que quería y dormía donde eligiera. Pero no era realmente libre, era como una burla a la libertad, porque no se comprometía, como si huyera de la libertad. No era feliz. Tenía melancolía. Vivía apartado. Había tenido una amante, que lo había dejado, y su vida sexual era limitada. Sus días eran de aburrida depresión, con intermitentes espasmos de náusea, vértigo, ansiedad, tensión nerviosa. Al mirarse al espejo no entendía nada de su cara: “las caras de otros tienen algún sentido, alguna dirección. La mía no.” No tenía amigos. Pero su problema no era la “soledad”; era la “alienación” con la realidad misma.

Tenía consciencia del mundo exterior, lo sentía en sus nervios, lo enfermaba con náusea, pero no los objetos particulares, ya que le gustaba tocar cosas que disgustaban a otra gente, como papeles sucios, “quizás con excrementos”. Aunque le gustaba, ya no parecía capaz de hacer lo que quería; sentía que la libertad se le escapaba. El mundo exterior se le hacía más y más insoportable; creía que los objetos no deberían tocarlo, pero los siente tocándolos “como si estuvieran vivos”, como si fueran “bestias vivientes”. La náusea se hacía crónica: “...la náusea está dentro de mí. Yo soy quien está dentro de ella”. Y también la gente le parecía superflua, como los objetos, lo estorbaban, como él mismo se estorbaba.

La palabra “absurdo” se iba formando en su mente, pero él quiere controlar las cosas. Y cuando ve una negrura en la raíz de un árbol cree que es “una herida o una secreción”, un “olor”, como fibra masticada; siente un “horrible éxtasis”; entiende lo que la náusea significa, lo que es la existencia. La llama contingencia, porque “no puede definir la existencia como necesidad. Existir es simplemente estar ahí”.

¿De qué se trata todo esto? De que el descubrimiento de las layes de la ciencia o de la naturaleza no son leyes de acero; el futuro no tiene que ser como el pasado; en la naturaleza hay regularidades, pero no hay nexos entre causas y efectos; las leyes de la ciencia no son analíticamente ciertas, como las leyes de las matemáticas y de la lógica, que son uniformidades estadísticas; porque son contingentes, a veces equivocadas y que deben ser revisadas.

Por supuesto, no es para excitarse hasta un “horrible éxtasis”. Pero para que exista un nihilismo tal, la metafísica es de vida o muerte. En un universo de leyes contingentes, el hombre no tiene seguridad. Y se dice: “Si esto es así, mi lengua puede transformarse en un ciempiés”, porque se le da paso a una imaginación ansiosa, inquieta, donde todo es “posible” en un universo que no es gobernado por leyes necesarias, que se mueve de manera comprensiblemente uniforme, donde las leyes científicas son sólo probables, aunque confiables, y resulta fantástico y patológicamente mórbido que la lengua de uno se vuelva un ciempiés.

Para nuestro personaje resulta aterrorizante vivir con un sistema rígido y predecible, que se mueva con leyes inexorables. Así, con un universo impredecible, del susto pasa a la náusea, y aprende nuevas verdades. Si el mundo es contingente, también es libre, porque la contingencia es en sí misma el único absoluto, es “el regalo gratis perfecto”. Y se dice: “Todo es gratis, este parque, la ciudad, yo mismo”. Por lo tanto, la libertad se encuentra huyendo del compromiso, ya está ahí, en el universo, en su propio ser consciente.

Si un hombre es libre, lo que sigue es que es responsable de todo. No es una tuerca en una máquina, una criatura del destino, una marioneta o un robot. El hombre es lo que haga de sí mismo. El solo responde por lo que haga de sí mismo. Y la responsabilidad trae consigo el tormento mayor de la culpa. Más cuando se engaña a sí mismo. No quiere sentirse culpable, pero al evitar responsabilidades puede escapar de la inquietud. Porque no hay manera de escapar de la propia responsabilidad; es parte de la naturaleza de las cosas, una necesaria consecuencia del ser libre del hombre. El autoengaño es muy común, y más cuando se acompaña de la mala fe.

“Ninguna razón para vivir” es otra manera de poner el problema de nuestro personaje. El mundo no le ha dado nada por lo cual vivir. Ni siquiera ha preguntado por alguna razón. Escribe un libro y sobre un personaje dice: “era mi compañero; él me necesitaba para poder existir y yo lo necesitaba para sentir mi existencia. Yo proporcionaba el material crudo, el material que tenía que revender, con el que yo no sabía qué hacer: la existencia, mi existencia”.

Y así termina La Náusea, novela donde Sartre relata en primera persona la vida de Antoine Roquentin, cuya conversión finalmente es hacia la literatura, escribir un libro: “Naturalmente, el principio sería un trabajo problemático, cansón; que no me evitaría existir o sentir que yo existo. Pero llegaría el momento cuando el libro estaría escrito, cuando quedaría detrás de mí, y creo que un poquito de su claridad podría caer sobre mi propio pasado. Entonces, quizás, debido a él, podría recordar mi vida sin repugnancia”.

La Náusea es una novela de filósofo, donde se expone lo que siente Roquentin en una crisis de su vida. La moraleja de la obra es que cada quien debe encontrar su propia razón para vivir. En esta etapa de su vida, Sartre pensaba en términos de salvación a través del arte. Su ataque a la vida no comprometida está totalmente montado en esta novela; y su concepto de compromiso aun no está dado en contenido específicamente político. Es una novela existencialista y por ninguna parte se reconoce como la obra de un socialista.

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