Catón y Ahmadinejad |
El aplazado conflicto con Irán gana así pertinencia, sin que esto signifique que la guerra vaya a empezar mañana –como es de desear– para demoler definitivamente la insolencia de los ayatolás antes de que la empresa resulte mucho más costosa. Estados Unidos tiene la oportunidad de destruir al régimen iraní casi con absoluta impunidad y yo creo –ésta es una columna de opinión– que no debería dejar pasar un momento tan propicio como éste. Roguemos pues –ésta también puede ser una columna religiosa– que los iraníes, en un rapto de delirio mahometano, cierren la boca del petróleo del mundo, para que el mundo pueda terminar por salir de ellos.
Las ambiciones nucleares de los iraníes son en verdad peligrosas, pero es un peligro secundario si se le compara con la existencia misma de esa teocracia enemiga con ínfulas hegemónicas plantada en el mismo corazón de Asia. Corea del Norte también es un peligro, pero contenido por sus propias fronteras: una malignidad aislada y, en consecuencia, bastante controlada. Irán, en cambio, es un cáncer en plena metástasis que se replica abiertamente en el Líbano y en Palestina y, más solapadamente, en Venezuela, en Bolivia, en Ecuador… En este momento, es la mayor concreción de los enemigos de Occidente, la cara más visible de su hostilidad, y esa actitud –nos enseña claramente la historia– no merece la supervivencia.
Los pacifistas y los diplomáticos tendrán otro discurso: insistirán hasta última hora –y hasta una hora más allá de la última– en la necesidad de resolver los diferendos por el camino del diálogo y no sin cierta dosis de humildad. No me extrañaría que Jimmy Carter estuviese preparando ahora mismo un viaje a Teherán donde, con su habitual patetismo, diría que a Irán lo dirigen unos ancianos piadosos y que el país no constituye ninguna amenaza para el orden internacional.
La amenaza radica en las ideologías que hay detrás de las armas, en la cosmovisión de regímenes tiránicos que, bajo la bandera del comunismo o del islamismo, tienen una actitud hostil hacia el mundo occidental y sus valores, que son el único camino hacia la libertad individual y el progreso social. Sirva de ejemplo Rusia, poseedora aún hoy de inmensos arsenales nucleares que, sin embargo, no atemorizan al mundo como ocurría en tiempos de la difunta Unión Soviética. Que Francia, Gran Bretaña o la India tengan bombas atómicas no constituye una preocupación para la paz ni para el sistema globalizado que Estados Unidos preside.
La conclusión que se desprende es que el mundo necesita un cambio de régimen en Irán, con la consiguiente destrucción de su aparato militar y de su fundamentación ideológica, aunque ese país no tenga armas de destrucción masiva y de veras se proponga desarrollar energía nuclear para fines tan pacíficos como dicen sus dirigentes.
Catón el Viejo, a su regreso a Roma como parte de una delegación diplomática a Cartago, llegó convencido de que la prosperidad de la ciudad fenicia constituía, en sí misma, una amenaza para la república romana y, a partir de ese momento, siempre que hablaba en el Senado, no importaba sobre qué tema, concluía su discurso con esta suerte de muletilla: Ceterum censeo Carthaginem esse delendam (“Por lo demás, Cartago debe ser destruida”). Este insistente recordatorio se tiene por una de las principales motivaciones que, en el mismo año de la muerte de Catón (149 AC), llevó a Roma a la tercera guerra púnica que terminaría con la total destrucción de Cartago. Frente a las ambiciones de Irán, haría falta un político con la lucidez y persistencia de Catón en nuestro Senado.
Por eso es de celebrar el anuncio iraní sobre el posible cierre del estrecho de Ormuz. ¡Ojalá sea esta noche! ¡Ojalá el presidente Ahmadineyad no atienda el llamado a la prudencia que de seguro le han hecho este miércoles en La Habana!
No hay comentarios:
Publicar un comentario