30/1/12

La puñalada de Earle Herrera a la UCV

Como nunca sintió en sus lomos, ni el rolazo sutil, de una policía metropolitana que pueda contar, acerca de su participación en la lucha armada de los 60-70, para ganarse el respeto de los camaradas del relumbrón chavista al infeliz Earle Herrera, lo atormenta el resentimiento y ahoga ese complejo en alcohol, lo que incrementa su mediocridad..
Raya, que no es para menos porque en esos años el humilde muchacho de El Tigre era -un señorito enmantillado; de la aborrecida burguesía puntofijista y alumno mimado del profesorado, de la Escuela de periodismo de la UCV– los miserables lacayos del imperialismo, quienes violando las leyes racistas de la institución lo acogieron en su seno, para que no muriera de hambre porque a pesar de su pelo amarillo chicharron y sus rasgos negroides intuyeron en él un talento probo.
Pelón de bolas del Claustro, que aprovechó Earle porque el director de la Escuela de Periodismo, Héctor Mujica, quien también era de pelo chicha violó las elitescas leyes coloniales de UCV, que no aceptan en sus aulas a negros, ni mestizos en sus aulas. Sin embargo, el conmovido Negro Héctor, lo contrató como preparador para que comprara una ropita al verle las raídas hilachas, de su sudada franelita.
Mas la cruel discriminación racista del director no se detuvo aquí y por su mediación, el desvalido Earle ingresó como colaborador en el derechista diario El Nacional. Cara aspiración, de los estudiantes de periodismo en esa época donde el humilde muchachito, se dio a conocer en el país. Sus buenas notas y el don de la creación, le granjearon un cargo docente en la despreciable UCV que no se dejaba vencer por las sombras, de la bota militar. Faltaban muchos años, para que Belcebú intentara hacerlo y algunos más, para que Earle ofreciera al felón su puñal, para degollarla.
Entre tanto, el joven docente y escritor promisor, gozaba de los mimos de la oligarquía y de la adulancia de los camaradas intelectualosos, becados por el Conac o la UCV, que medraban con Earle el whisky de la derecha asidua a la República del Este, para escuchar las historias -reales o inventadas- de la guerrilla derrotada, que se emborrachaba sin pagar mientras esperaba la gran novela del siglo del promisor escritor.
Picado por tantas historias heroicas, Earle también inventó su propio mito y un día sorprendió a sus camaradas de bebida, con el cuento sensiblero de una infancia triste en los campos petroleros de El Tigre donde los niños gringos se divertían en las grandes reservaciones paradisíacas- mientras él; el niño mestizo los veía merendar, a través de las alambradas con la boca hecha agua.
Ese fue su primer encuentro, con el imperialismo yanqui y la cara cruel de la discriminación racial. Recuerdo devenido odio contra la UCV cuando Belcebú, le abrió los ojos porque a él, también lo discriminaron por ser bembón, en la casa de los sueños azules, la cuna de la peste militar que describió la pluma feroz, de Manuel Caballero.
Tanto, trasnocho y la vil caña a destiempo hicieron que Earle mandara al carajo, a la novela del siglo y su responsabilidad docente, a medida que se hundió, por más de diez años, en el tremedal de la bohemia. Tiempo en el que no dejó de cobrar ni un mes de su sueldo, a pesar de que abandonaba los cursos al apenas comenzar el año docente. Carga que asumió la UCV porque el profesor de marras aludía sufrir, de traumas existenciales.
Pero, la historia del Earle no culmina aquí. En una de sus rascas memorables, una prostituta en El Callejón de La Puñalada, lo arrastró a un hotelito de paso donde lo despojó, hasta de la ropa interior y los zapatos. De allí salió a la calle, descalzo y vistiendo un pantalón rojo, de mujer cuando lo encontró Pedro Espinoza Troconis, profesor de la Escuela de Periodismo, también de rasgos negroides. De esta aseveración puede dar fe, el ex rector sádico y asesino, Edmundo Chirinos; orgullo chavista, quien ordenó su reclusión en el Clínico Universitario y el posterior traslado a la Clínica Psiquiátrica El Cedral para curarlo, de su adicción etílica.
Episodio que pudo ser, otra Crónica de Caña y muerte como la de Orlando Araujo, o su ansiada novela del siglo. Una obra literaria, sino buena, tal vez, menos vergonzosa que el espectáculo miserable, escenificado por el diputado en la asamblea cuando gritó para jalarle bolas a Belcebú: ¡Señores, el Claustro ha muerto! Buscando argumentos, para degollar a su universidad en la hora más negra, de su historia de casi 300 años.
Después, del episodio del hotel, un nuevo director de la Escuela de Periodismo, Guillermo López, quien para mayor coincidencia también tiene el pelo malo, lo expulsó de su cátedra y lo transfirió a un carguito administrativo donde aguardó su jubilación, con todos sus beneficios y sólo el chavismo, ahora, sigue esperando su gran novela del siglo.
He aquí, la catadura moral y la razón; de la dentellada caníbal, a la garganta de la UCV, de este afro descendiente acusándola de racista, por impedir pedir en la reforma universitaria, el voto de los empleados administrativos de la institución. La mayoría una pandilla de sinvergüenzas, tan flojos para el trabajo y enemigos, de la UCV como Earle, que cobró 10 años de docente sin dar clases.
Además, pidió el voto estudiantil en pleno para dejar en minoría al cuerpo docente que elije a las autoridades universitarias. Todo, con el propósito de destruir la autonomía universitaria y así saciar su reconcomio, de escritor mediocre que jamás escribirá una buena novela.

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