4/4/12

El poder enfermo

Las estrategias de Hugo Chávez para evitar dar detalles sobre sus dolencias físicas no son sostenibles en un entorno con más medios independientes y herramientas de comunicación. En el pasado, otros mandatarios han ocultado sus problemas de salud para no enviar señales de debilidad, pero la transparencia gana terreno en el manejo de las crisis y fortalece a los líderes que informan
Las estrategias de Hugo Chávez para evitar dar detalles sobre sus dolencias físicas no son sostenibles en un entorno con más medios independientes y herramientas de comunicación
Las estrategias de Hugo Chávez para evitar dar detalles sobre sus dolencias físicas no son sostenibles en un entorno con más medios independientes y herramientas de comunicación | El Nacional / Archivo
"Chávez estuvo ayer aquí", dice un empleado del Hospital Militar Carlos Arvelo. El hombre, que está en una tienda de la institución donde venden el Chavecito ­el muñeco que luce y habla como el Presidente­ cuenta que el jefe del Estado acudió a ese lugar para recibir una terapia ­no sabe de qué tipo­ y también para asistir a una reunión con médicos. "Él ya está bien.

De aquí lo enviaron a Cuba para hacerse más estudios", afirma, días antes de que el propio Chávez anunciara el viaje a la isla el domingo pasado para continuar las sesiones de radioterapia con las que tratan el cáncer que lo aqueja. Allá, ha dicho el mandatario, se siente más tranquilo y seguro.

No revelar mayores detalles de su dolencia también ha sido parte del protocolo médico que ha seguido Hugo Chávez, el paciente-presidente, aunque su condición podría dejarlo fuera de la carrera electoral. Sin embargo, el 27 de agosto del año pasado debió hospitalizarse durante seis días en el Hospital Militar, la única institución venezolana ­que se sepa­ en la que ha sido ingresado para recibir parte del tratamiento para el cáncer que en junio pasado anunció que padecía. Detalles de su estadía se supieron pocos, pero se abrió el grifo de los rumores, que ya nadie es capaz de cerrar.

En octubre, el médico Salvador Navarrete pronosticó que a Chávez le quedaban dos años de vida. Esta fue la primera declaración pública hecha por un especialista venezolano sobre la salud presidencial y la sospecha de filtración de información de algún empleado de la institución militar estaba en el aire.

"Todos los que lo atienden a él son cubanos, es la manera que encuentra de protegerse. Por eso aunque estemos aquí adentro, no sabemos nada", asegura un empleado de seguridad."Es más el alardeo de que Chávez está aquí, que lo que le importa a la gente. Se escuchan rumores, pero sabemos que nadie sabe la verdad", expresa un joven cirujano del Hospital Militar en la que hay un ascensor exclusivamente para subir al piso 9, donde está todo acondicionado para recibir al Presidente cuando sea necesario. "Ahí hay de todo", dice una empleada que pide no revelar su nombre, como todos allí.

El binomio saludpolítica reúne historias como la que protagoniza Hugo Chávez en Venezuela, donde la poca transparencia de la información oficial podría afectar la imagen institucional del Gobierno, a la par que por Internet y, sobre todo, en las redes sociales se elaboran hipótesis de todos estilos y proveniencias. La lista de las maniobras comunicacionales usadas en el pasado por otros presidentes en el poder para ocultar o minimizar sus dolencias es variada, pero la tendencia es a informar claramente a la población, que cada día tiene más fuentes para aclarar sus dudas.

Secreto de Estado. En agosto de 1972, tres años después de llegar al poder en Francia y justo al finalizar un viaje a Londres, George Pompidou comenzó a sentir un extraño agotamiento que le impedía desarrollar con normalidad sus responsabilidades como Presidente de la República. Su médico personal le ordenó someterse a varios exámenes físicos y a los pocos días su equipo confirmó el peor diagnóstico: cáncer avanzado de médula ósea.

Pompidou era un dirigente reformista y ambicioso, heredero político del general Charles de Gaulle y líder de Francia en el camino de la modernización luego de ganar las elecciones de 1969, con casi 60% de los votos. Apostó por un acelerado desarrollo de las industrias, las infraestructuras viales y las telecomunicaciones, combinándolo además con una política exterior muy activa en la integración de Europa. El cáncer agresivo que sufría lo obligó irremediablemente a frenar su ritmo de trabajo, pero Pompidou creía que su tarea no estaba acabada y tomó una decisión: mantener su enfermedad como un secreto de Estado, oculto para los ciudadanos franceses, para su equipo más cercano y para su propia esposa, que no se enteró de la dolencia sino hasta un año después.

Durante los primeros meses Pompidou pudo mantener sin mayores dificultades sus actividades, combinadas con un agresivo tratamiento con esteroides que dejaron muchos efectos en su cuerpo, como una inflamación continua de su rostro que se hizo muy evidente a finales de 1973. Fue perdiendo facultades a causa de la fatiga y tenía dolores insoportables, así como las complicaciones derivadas del tratamiento. Los franceses se enteraron de que el Presidente había enfermado, pero su verdadera condición se mantuvo en secreto hasta el día de su muerte, sorpresiva para la mayoría, en abril de 1974.

Mantener en secreto el cáncer le permitió a Pompidou gobernar por varios meses sin que nadie pusiera en duda sus facultades. Pero los efectos de su decisión fueron mucho peores después de su muerte: se abrió un período de inestabilidad institucional que obligó a adelantar elecciones en 1974; el partido gaullista (Union des Démocrates pour la République, UDR) se dividió, y los ciudadanos franceses se sintieron engañados y reclamaron a su liderazgo mayor responsabilidad y transparencia.

De hecho, en las elecciones posteriores era habitual escuchar a los candidatos presidenciales prometer reportes médicos detallados durante el ejercicio de su gobierno para mantener a los franceses bien informados del estado de salud del Presidente. Uno de esos candidatos fue François Mitterrand, que ganó las elecciones de abril de 1981 con una holgada mayoría para el Partido Socialista francés, y el compromiso de hacer público un informe médico cada seis meses.

Mitterrand cumplió su palabra sólo una vez, la primera, en un documento público suscrito por su médico personal, Claude Gubler; pero el líder socialista no esperaba que su salud se resintiera tan pronto. A principios de aquel año comenzó a sentir fuertes dolores en la espalda y en la ingle. Gubler ordenó varias pruebas, y detectó una severa dolencia en su próstata. Eran imprescindibles más exámenes, pero Mitterrand se negaba a hacerlos públicamente para no levantar suspicacias, después de la experiencia con Pompidou. La solución fue organizar varios traslados clandestinos a un hospital militar, sin escoltas y bajo un nombre falso: Albert Blot.

Después de varios días de exámenes y diagnósticos, Gluber le comunicó oficialmente a Mitterrand que su condición era mucho más grave de lo esperado: cáncer de próstata en fase avanzada, con lesiones óseas visibles en radiografías.

El Presidente no había cumplido su primer año en el Elíseo y ya tenía sobre su escritorio un diagnóstico que casi parecía una sentencia de muerte.

La revista Paris Match publicó en noviembre de 1981 la historia sobre la visita clandestina de Mitterrand al hospital militar de Valde-Gracè, con un reportaje fotográfico incluido; pero los voceros del Elíseo negaron la veracidad de esa información.

Mitterrand y Gubler decidieron, al igual que lo hizo Pompidou, que la enfermedad presidencial sería un secreto de Estado.

Se desplegaron voceros de todo nivel que acallaron los rumores y el segundo informe sobre la salud del líder francés se publicó sin reportar novedades.

Comenzó así una de las operaciones de encubrimiento más complejas y eficaces del siglo XX, que permitió a Mitterrand mantenerse en el poder por 14 años, superar con éxito dos elecciones y entregar el poder en 1995, sin revelar la pérdida de sus facultades y excusando los duros tratamientos contra el cáncer como procedimientos rutinarios para un reumatismo.

Murió pocos meses después de completar su segundo mandato, y sólo después de su fallecimiento los franceses comenzaron a conocer detalles de su grave enfermedad.

Pompidou y Mitterrand son dos de los ejemplos clásicos de la estrategia del ocultismo. A lo largo del siglo XX hay varios casos de mandatarios enfermos, algunos en condiciones de extrema gravedad, que han decidido mantener bajo secreto sus dolencias por temor o prudencia, con el objetivo de superar elecciones y mantenerse en el poder sin que nadie cuestionara su capacidad de mando y su poder de decisión. Lo hizo el último sha de Irán, Reza Pahlevi, cuando en 1973 le fue diagnosticada una extraña leucemia, que fue tratada por un equipo médico francés en estricto silencio.

Lo hizo el líder comunista chino Mao Tse-tung, que padeció largas depresiones ­con signos de un trastorno bipolar­ que lo dejaron inhabilitado durante semanas en algunas ocasiones, a lo largo de los años cincuenta y sesenta. Lo hizo también John Fitzgerald Kennedy, electo en noviembre de 1960 por los estadounidenses como un joven y saludable presidente cuando, en realidad, sufría una larga lista de dolencias encabezada por la enfermedad de Addison, una insuficiencia adrenal crónica que estuvo muy cerca de matarlo en 1947, y que lo obligaba a un durísimo tratamiento que lo obligaba a largas ausencias y a no poder cumplir con su agenda en la Casa Blanca.

Más transparentes. La larga lista de ejemplos de líderes que han aplicado estas tácticas de ocultamiento va recortándose con el paso de los años. La tendencia que durante el siglo XX aconsejó a la mayoría de los dirigentes políticos esconder los efectos de tratamientos y dolencias físicas durante el ejercicio del poder ha perdido terreno, en una evolución que puede tener distintas lecturas.

La primera es que tenemos dirigentes más sanos: una investigación de la Universidad de Illinois, divulgada en 2011 por la revista Journal of the American Medical Association, demuestra que, cada vez más, los presidentes de Estados Unidos viven más que la edad promedio de los ciudadanos corrientes, en una tendencia que se relaciona con la natural evolución de los tratamientos médicos, el acceso a un mejor sistema sanitario y la conciencia cada vez mayor de la importancia de la salud preventiva en el liderazgo político.

En el siglo XXI la tendencia de los mandatarios a ocultar su condición cuando se enferman pierde terreno. El profesor británico David Owen, autor del libro In Sickness and in Power (En el poder y en la enfermedad) asoma en su obra tres razones que hacen cada vez más inconveniente la adopción de estrategias de encubrimiento en el caso de una dolencia grave presidencial: un entorno mediático más amplio (más medios, más independientes y con cada vez más herramientas de investigación, que frustran las tradicionales tácticas de ocultismo); un entorno institucional más sólido (con mecanismos que generan una mayor estabilidad y capacidad para afrontar la ausencia temporal o definitiva de un jefe del Estado y que, por lo tanto, disminuyen los incentivos formales para ocultar la información a los ciudadanos), y un entorno social más crítico (que exige cada vez mayor transparencia y penaliza electoralmente el engaño y el encubrimiento).

Uno de los primeros líderes en romper el ciclo de secretismo en medio de una crisis por una enfermedad fue el presidente Dwight Eisenhower, cuando el 25 de septiembre de 1955 sufrió una dolencia cardíaca grave. Al día siguiente, los portavoces de la Casa Blanca anunciaron el tratamiento médico y el pánico inicial fue considerable (el Dow Jones bajó más de 14 puntos, una caída mayor a la registrada luego del asesinato de John F. Kennedy o el atentado al presidente Ronald Reagan). Pero la calma se impuso pronto, el Presidente apareció a las pocas horas en los periódicos sonriente y con una camisa con una inscripción bordada ("Mucho mejor. Gracias"). La decisión de Eisenhower reforzó su imagen de hombre fuerte, que se sobrepuso con coraje a una dolencia grave, y además provocó una percepción generalizada de honestidad en su gestión.

Medio siglo después, el ejemplo del paraguayo Fernando Lugo (tratado de un cáncer linfático, detectado a mediados de 2010) ilustra también un ejercicio de transparencia en el tratamiento de una crisis desatada por la enfermedad de un presidente. Un proceso similar al del líder brasileño Luis Inácio Lula da Silva, aunque en su caso la detección de la dolencia (un cáncer de laringe) y su complicado tratamiento se ejecutaron después de haber abandonado el Palacio de Planalto. En ambos casos (así como el de la presidenta actual de Brasil, Dilma Rousseff, quien sufrió también un cáncer linfático antes de llegar al poder), la batalla contra la enfermedad ha representado un ejercicio de honestidad que ha sido recompensado por la opinión pública, y además les ha dado la oportunidad de reforzar el perfil de un liderazgo fuerte, aguerrido, batallador, que se sobrepone a las dificultades y sirve de ejemplo de superación personal.

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