Siempre vi similitudes entre el reclamo guatemalteco por Belice con el de Argentina por las Malvinas.
Yo
crecí como parte de la última generación de guatemaltecos que estudió
en el colegio la famosa frase de “Belice es nuestro”, exactamente como
lo establecían todas nuestras constituciones desde 1945, y también formé
parte de los miles de jóvenes que fuimos a inscribirnos al Ejército
cuando el presidente Kjell Eugenio Laugerud anunció en 1975 la
posibilidad de que se llegara a un conflicto armado con Gran Bretaña.
Ese fue un capítulo especial que tal vez no todos los lectores
recuerden o conozcan. Las amenazas de Laugerud, en el sentido de que
Guatemala podía recuperar Belice por las armas, fueron tomadas muy en
serio por los británicos, al extremo de enviar tropas y el famoso porta
aviones Ark Royal, equipado con los aviones Harrier de despegue
vertical, uno de los cuáles sobrevoló nuestro territorio como
demostración de fuerza.
En aquel entonces, había un nacionalismo tan marcado que el tema de
Belice se utilizaba también como un distractor político, y era tiempo
de intensas y permanentes negociaciones con Gran Bretaña, hasta que el
21 de septiembre de 1981, los británicos anuncian unilateralmente la
independencia del territorio de 11,030 km2, sin tomar en cuenta ninguno
de los argumentos planteados durante más de 150 años de reclamos
guatemaltecos.
Ya para entonces, nuestra diplomacia había demostrado gran incapacidad para llevar el tema,
a lo que hay que sumar que el poder británico, muchas veces
representado en nuestro continente por Estados Unidos, ha sido
gigantesco en el concierto de las naciones, en donde la voz de un país
pequeño y casi sin aliados, virtualmente se ignoró.
Siempre vi similitudes entre el reclamo guatemalteco por Belice con
el de Argentina por las Malvinas, pero el respaldo a uno y otro no ha
sido igual nunca. En fin, que la historia nuestra se ha marcado, para
ponerlo de manera muy sencilla, por dos factores fundamentales: el
reclamo entre dos naciones desproporcionadas en su poder (Guatemala y
Gran Bretaña), y la pobre habilidad diplomática nuestra.
Si bien Guatemala nunca ejerció soberanía sobre Belice, no se
necesita ser un gran jurista para comprobar que Gran Bretaña usurpó un
territorio que primero era de España y luego correspondía a Guatemala.
Entre tratados y tratados, nuestro país aceptó entregar el territorio a
cambio de la construcción de una carretera entre los dos océanos, pero
ni siquiera esto cumplieron los ingleses.
Belice independiente se fortaleció muy pronto en la comunidad
internacional y su reconocimiento en las Naciones Unidas, así como el
nacionalismo de su población hacen impensable hoy en día que el estatus
que se ha creado pueda modificarse, pero el reclamo guatemalteco ha
continuado y ahora deberá ser sometido, necesariamente y por mandato
constitucional, a una consulta popular para preguntar si los
guatemaltecos queremos que sea la Corte Internacional de Justicia (CIJ)
la que resuelva.
No queda otro camino. Si la usurpación británica se comprueba en
esa Corte, seguramente no habrá más que discutir la forma de
reivindicación para Guatemala. No hay que confundirse, porque Belice y
los beliceños seguirán siendo una nación independiente.
Lo único que nos queda es buscar ese reconocimiento a un derecho
pasado y crear una buena relación con nuestros vecinos beliceños, que
tienen una vida política, económica y cultural totalmente diferente a la
nuestra.
Ahora debemos ser realistas y avanzar hacia la consulta de 2013 con
la claridad de que no hay que crear tensiones ni revivir viejas
pasiones. Por supuesto que el papel de Jorge Serrano (Presidente) y
Álvaro Arzú (canciller), al reconocer en 1991 la independencia
de Belice debilitó las posibilidades de negociar de nuestro país, pero
ese no es más que otro de los capítulos vergonzosos de nuestra
diplomacia.
La Constitución ya no dice “Belice es nuestro”. Ahora el
camino es el que se ha acordado entre Belice y Guatemala en el seno de
la OEA. Debemos ir a consulta popular, luego, casi seguramente a la CIJ,
y finalmente, acatar el fallo y seguir construyendo una política de
buena vecindad con Belice.
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