¿En cuál Parlamento del mundo se puede llegar a tales extremos, para
negar una investigación reclamada por la ciudadanía y sostenida en
informaciones que se pueden corroborar o negar mediante análisis
equilibrado? ¿En cuál Congreso que se precie de tal se descarta la
posibilidad de unos delitos que claman al cielo, para terminar
distribuyendo indulgencia plenaria a quienes, probablemente, colaboraron
en su ejecución? En ninguno, sin duda.
La deplorable Asamblea Nacional
Una crítica que busque credibilidad no puede detenerse en el reproche a los diputados chavistas
Seguramente tuviera amplia sintonía el canal de la AN en días pasados, debido al interés suscitado por el caso Aponte. Tal vez millares de venezolanos esperaran con atención el debate, pendientes de la trascendencia de un episodio de degradación sobre el cual se apuntarían, de acuerdo con las expectativas, observaciones y novedades capaces de ofrecer luces sobre el crucial asunto. Es probable que lo que ahora se escriba sobre el episodio pueda ser apoyado o rechazado por una muchedumbre de personas que, si no estuvieron en la barra del Parlamento, siguieron la discusión desde su casa y desde sus personales atalayas. Sin embargo, supongo que, en líneas generales, compartirán la versión oscura que de seguidas se hará del espectáculo llevado a cabo por los representantes del pueblo en la que puede ser una de los actos más elocuentes de la decadencia que hoy distingue a nuestro republicanismo. La contundencia de lo que entonces sucedió permite registrar conclusiones de naturaleza panorámica sobre una instancia del Poder Público, colocada por sus miembros en un despeñadero cuya superación puede ser realmente trabajosa.
Los epítetos más fuertes deben orientarse a la crítica de la mayoría oficialista, que se aferró a la negación de uno de los testimonios más escandalosos de corruptela y mediocridad que se hayan conocido en nuestros días. No sólo descartó en bloque la posibilidad de un delito, pese a las señales suficientemente claras de que se hubiera cometido a mansalva, sino que también se atrevió a producir un documento mediante el cual se ofreció una bendición universal a quienes podían estar involucrados en su ejecución. En lugar de procurarse una hoja de parra que disimulara el espectáculo de sus vergüenzas, la mayoría oficialista rechazó de plano la posibilidad de que algo de verdad se encontrase en las abismales declaraciones de Aponte. De acuerdo con el documento promovido por los diputados del gobierno, sólo hay un delincuente en las altas esferas y sólo contra él debe dirigirse el anatema. Rodeado de querubines cuya santidad se proclama en documento público, hubo una fruta podrida, la única en el saco, que se debe expurgar para evitar el contagio. El Poder Judicial y el Poder Militar son impolutos, concebidos sin mancha de pecado original, con la excepción del magistrado y coronel Aponte. En los tribunales no hay trajines susceptibles de sospecha, los magistrados son la encarnación de la honradez y la sabiduría, la batalla contra el narcotráfico no cesa, Makled andaba de su cuenta con la única compañía de don Eladio y en los cuarteles se respira la santidad de las basílicas debido a la escrupulosa selección de quienes se encuentran en el mando, con la excepción de un magistrado y coronel. Ni una palabra sobre cómo ascendió el susodicho a los altares y se mantuvo en su centro antes de ser enviado directamente al infierno más solo que la una, pues ni siquiera una flaca compañía de ángeles malos lo acompañó en el derrumbe.
¿En cuál Parlamento del mundo se puede llegar a tales extremos, para negar una investigación reclamada por la ciudadanía y sostenida en informaciones que se pueden corroborar o negar mediante análisis equilibrado? ¿En cuál Congreso que se precie de tal se descarta la posibilidad de unos delitos que claman al cielo, para terminar distribuyendo indulgencia plenaria a quienes, probablemente, colaboraron en su ejecución? En ninguno, sin duda. Pero lo peor no se observa en la conclusión de la sesión, sino especialmente en la manera mediante la cual llegaron los diputados de la mayoría oficialista a su infeliz conclusión. Había que redactar el documento de marras porque el presidente Chávez, debido a su incontrovertible santidad, está libre de toda sospecha. La proclama de desagravio no sólo se justifica en las virtudes del resto de los jueces y de los oficiales injustamente mencionados por un traidor, sino en la necesidad de luchar contra el imperialismo, cuyos tenebrosos planes incluían la tentación de Aponte con el propósito de convertirlo en un vehículo desestabilizador de la revolución. Eso afirmaron los voceros de la mayoría, palabras más, palabras menos. Ni una sola idea relacionada con el deplorable caso que se ventilaba, ni un solo argumento capaz de aproximarse a la peculiaridad del asunto, sólo estereotipos y consignas que se relacionaban con el caso como se hubiesen relacionado igualmente con la conquista de la luna o con el conflicto de Siria, de tan socorridas que se han vuelto. La negación de un delito y la negación del parlamentarismo, en suma.
Pero una crítica sobre los diputados de la AN que busque credibilidad no puede detenerse en el reproche de los representantes chavistas. De allí la obligación de mirar también hacia la opacidad de los diputados de la oposición, quienes, con alguna excepción, no fueron capaces de desarrollar una conducta uniforme que demostrara la validez de sus posturas en un techo lleno de goterones en los cuales podían nadar a sus anchas. Apenas balbucearon los vocablos que tenían a mano, en una serie de improvisaciones debido a las cuales se delata que ni siquiera se tomaron un tiempo mínimo para coordinar el ataque en un caso de trascendencia para la república y para la sensibilidad de sus electores. Apenas salieron del paso. Cuando, en mejores tiempos, se redacte el obituario de la AN, a ellos también les tocará su parte.
La deplorable Asamblea Nacional
Una crítica que busque credibilidad no puede detenerse en el reproche a los diputados chavistas
Seguramente tuviera amplia sintonía el canal de la AN en días pasados, debido al interés suscitado por el caso Aponte. Tal vez millares de venezolanos esperaran con atención el debate, pendientes de la trascendencia de un episodio de degradación sobre el cual se apuntarían, de acuerdo con las expectativas, observaciones y novedades capaces de ofrecer luces sobre el crucial asunto. Es probable que lo que ahora se escriba sobre el episodio pueda ser apoyado o rechazado por una muchedumbre de personas que, si no estuvieron en la barra del Parlamento, siguieron la discusión desde su casa y desde sus personales atalayas. Sin embargo, supongo que, en líneas generales, compartirán la versión oscura que de seguidas se hará del espectáculo llevado a cabo por los representantes del pueblo en la que puede ser una de los actos más elocuentes de la decadencia que hoy distingue a nuestro republicanismo. La contundencia de lo que entonces sucedió permite registrar conclusiones de naturaleza panorámica sobre una instancia del Poder Público, colocada por sus miembros en un despeñadero cuya superación puede ser realmente trabajosa.
Los epítetos más fuertes deben orientarse a la crítica de la mayoría oficialista, que se aferró a la negación de uno de los testimonios más escandalosos de corruptela y mediocridad que se hayan conocido en nuestros días. No sólo descartó en bloque la posibilidad de un delito, pese a las señales suficientemente claras de que se hubiera cometido a mansalva, sino que también se atrevió a producir un documento mediante el cual se ofreció una bendición universal a quienes podían estar involucrados en su ejecución. En lugar de procurarse una hoja de parra que disimulara el espectáculo de sus vergüenzas, la mayoría oficialista rechazó de plano la posibilidad de que algo de verdad se encontrase en las abismales declaraciones de Aponte. De acuerdo con el documento promovido por los diputados del gobierno, sólo hay un delincuente en las altas esferas y sólo contra él debe dirigirse el anatema. Rodeado de querubines cuya santidad se proclama en documento público, hubo una fruta podrida, la única en el saco, que se debe expurgar para evitar el contagio. El Poder Judicial y el Poder Militar son impolutos, concebidos sin mancha de pecado original, con la excepción del magistrado y coronel Aponte. En los tribunales no hay trajines susceptibles de sospecha, los magistrados son la encarnación de la honradez y la sabiduría, la batalla contra el narcotráfico no cesa, Makled andaba de su cuenta con la única compañía de don Eladio y en los cuarteles se respira la santidad de las basílicas debido a la escrupulosa selección de quienes se encuentran en el mando, con la excepción de un magistrado y coronel. Ni una palabra sobre cómo ascendió el susodicho a los altares y se mantuvo en su centro antes de ser enviado directamente al infierno más solo que la una, pues ni siquiera una flaca compañía de ángeles malos lo acompañó en el derrumbe.
¿En cuál Parlamento del mundo se puede llegar a tales extremos, para negar una investigación reclamada por la ciudadanía y sostenida en informaciones que se pueden corroborar o negar mediante análisis equilibrado? ¿En cuál Congreso que se precie de tal se descarta la posibilidad de unos delitos que claman al cielo, para terminar distribuyendo indulgencia plenaria a quienes, probablemente, colaboraron en su ejecución? En ninguno, sin duda. Pero lo peor no se observa en la conclusión de la sesión, sino especialmente en la manera mediante la cual llegaron los diputados de la mayoría oficialista a su infeliz conclusión. Había que redactar el documento de marras porque el presidente Chávez, debido a su incontrovertible santidad, está libre de toda sospecha. La proclama de desagravio no sólo se justifica en las virtudes del resto de los jueces y de los oficiales injustamente mencionados por un traidor, sino en la necesidad de luchar contra el imperialismo, cuyos tenebrosos planes incluían la tentación de Aponte con el propósito de convertirlo en un vehículo desestabilizador de la revolución. Eso afirmaron los voceros de la mayoría, palabras más, palabras menos. Ni una sola idea relacionada con el deplorable caso que se ventilaba, ni un solo argumento capaz de aproximarse a la peculiaridad del asunto, sólo estereotipos y consignas que se relacionaban con el caso como se hubiesen relacionado igualmente con la conquista de la luna o con el conflicto de Siria, de tan socorridas que se han vuelto. La negación de un delito y la negación del parlamentarismo, en suma.
Pero una crítica sobre los diputados de la AN que busque credibilidad no puede detenerse en el reproche de los representantes chavistas. De allí la obligación de mirar también hacia la opacidad de los diputados de la oposición, quienes, con alguna excepción, no fueron capaces de desarrollar una conducta uniforme que demostrara la validez de sus posturas en un techo lleno de goterones en los cuales podían nadar a sus anchas. Apenas balbucearon los vocablos que tenían a mano, en una serie de improvisaciones debido a las cuales se delata que ni siquiera se tomaron un tiempo mínimo para coordinar el ataque en un caso de trascendencia para la república y para la sensibilidad de sus electores. Apenas salieron del paso. Cuando, en mejores tiempos, se redacte el obituario de la AN, a ellos también les tocará su parte.
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