No
viene a lugar valernos de la expresión modular “a estas alturas”
refiriéndonos a la evolución del proceso; más apropiado es el término
“bajuras”, porque el mentado proceso únicamente se ha movido hacia el
abismo; de modo que actualmente, a partir de la acumulación de hechos
repugnantes y delaciones, ya no cabe la menor duda de la “profunda
descomposición” del régimen; eufemismo indispensable, porque llegamos al
extremo de tener que escoger las palabras con pinzas, hasta tratándose
de crucigramas, para evitar vernos acosados.
Los motivos de ser chavista
No obstante, pese a las abrumadoras evidencias de pudrición sustantiva y moral, inútiles de repetir, todavía hay chavistas por montones. ¿Por qué?
Inicialmente, indagué la respuesta a esa pregunta en algunos de mis contados amigos de tiempos mejores que hoy comulgan con esa tendencia; suponía la existencia de un discernimiento esencial suficiente para justificar su postura, ignorado por mí; quiero decir que puse en tela de juicio mi actitud opositora, y hasta acaricié la esperanza de que sus argumentos me convencieran de hacerme chavista. Me acerqué a ellos con la humildad del discípulo, de ningún modo cuestionándolos, sino apelando a su sabiduría.
Asombrosas fueron sus respuestas; en la generalidad de los casos ¡se arrecharon!, como sintiéndose ofendidos; y ninguno expuso una razón coherente. Uno de ellos me dio la espalda y salió corriendo mascullando improperios; otro, hoy en la cúspide del poder, respondió a mi pregunta “¿Amigo mío, por qué respaldas al chavismo?”, con una frase críptica parafraseada de un título de Aldo Pellegrini: “¡Ah!, es para contribuir al caos”, y nada más añadió.
Improductiva esa vía, decidí recurrir a la observación del ambiente; sin pretender agotar la materia, creo que a estas bajuras del proceso, atendiendo a sus motivos para respaldar al régimen, los chavistas pueden clasificarse en la tipología expuesta a continuación.
─Beneficiarios: directos e indirectos, vale decir, la flor y nata del régimen; son quienes ejercen sustantivamente el control y sus asociados en la sombra; aquellos que se forran debido a su respaldo público irrestricto al régimen; o que además obtienen recompensas intangibles, como satisfacción de su necesidad de poder o inmunidad en sus práctica hamponiles.
─Ingenuos: aquellos creyentes con la “fe del carbonero” en el compromiso con el pueblo del régimen; por lo general, son individuos de ilustración primitiva, aunque no siempre, porque también los hay cultivados sometidos al influjo morboso del carisma; se caracterizan por ser personas temerosas de la libertad, milagreras, susceptibles al engaño mesiánico. Ejemplifican la categoría las buenas señoras que en su sincero esfuerzo de preservar la buena forma de su imagen del macho dominante, con lágrimas en los ojos declaran: “Es que él no sabe… No le dicen nuestras necesidades…”
─Ortodoxos comunistas: configuran una variante más o menos ilustrada, aunque en un espacio estrecho, del tipo precedente; son aquellos camaradas apegados a la tesis de que todo proceso revolucionario pasa por una etapa inicial de anomia, entropía y corrupción, que a cierto plazo se resuelve en otra de ajuste y reorganización del sistema, caracterizada por el orden, la igualdad y la prosperidad. Ante la evidencia de que han pasado, ¡coño!, trece años, y todo va de mal en peor, alegan que ese lapso es un instante en la Historia: es necesario “darle tiempo al proceso”. Omiten que las revoluciones comunistas de mayor duración hasta ahora ocurridas, la soviética y la cubana, no se ajustaron a esa predicción; en ellas tuvo lugar el ajuste y reorganización del sistema, pero en un marco de desigualdad, con la nomenklatura y demás miembros notables del partido como clase hegemónica, en condiciones de miseria y sometimiento vil del pueblo y de la más sangrienta represión.
─Resentidos: se trata de personas que en el curso de su vida acumularon odio de clase y al “imperio”. Son perdedores e inadaptados que no fueron capaces de utilizar los mecanismos de ascenso social vertical que pone a disposición de cualquiera una sociedad libre; que en lugar de quebrarse el pecho estudiando de noche alguna carrera en una universidad gratuita, de echarles bolas a un negocio, de trabajar con voluntad para mejorar su condición en una empresa, se resignaron a la marginalidad; entre ellos, individuos francamente sociópatas y hasta psicópatas. No les importa seguir en el caos y la miseria, en tanto los del poder jodan a los ricos y vociferen contra “el imperio”. Su beneficio por el apoyo es netamente psicológico: el régimen satisface una necesidad de venganza.
─Sometidos: los que son obligados a declararse chavistas debido al bozal de arepa: empleados públicos y dependientes de misiones y otros recursos paliativos demagógicos, cuyo compromiso suele ser formal, siendo in pectore opositores. Ejemplifica la categoría el caso de un señor, portador de una franela roja con un retrato del superlativo, ocupado barrer con desgano una calle, con quien me crucé una mañana. “¡Maestro!” ─le digo con simpatía─, “estamos muy viejos para andar con esas ridiculeces, ¡quítese esa camiseta!” El hombre me envuelve en una mirada lánguida y como respuesta hace el gesto de comer con la mano.
Ingenuos y sometidos son disculpables; aquellos, porque hasta cierto punto la sociedad en la que se formaron falló en su deber de aportarles la educación necesaria para hacerlos ciudadanos con conciencia crítica; los sometidos, ¡bueno!, porque como lo dijo Bertold Brecht, “primero es el estómago, luego la moral”.
Los motivos de ser chavista
No obstante, pese a las abrumadoras evidencias de pudrición sustantiva y moral, inútiles de repetir, todavía hay chavistas por montones. ¿Por qué?
Inicialmente, indagué la respuesta a esa pregunta en algunos de mis contados amigos de tiempos mejores que hoy comulgan con esa tendencia; suponía la existencia de un discernimiento esencial suficiente para justificar su postura, ignorado por mí; quiero decir que puse en tela de juicio mi actitud opositora, y hasta acaricié la esperanza de que sus argumentos me convencieran de hacerme chavista. Me acerqué a ellos con la humildad del discípulo, de ningún modo cuestionándolos, sino apelando a su sabiduría.
Asombrosas fueron sus respuestas; en la generalidad de los casos ¡se arrecharon!, como sintiéndose ofendidos; y ninguno expuso una razón coherente. Uno de ellos me dio la espalda y salió corriendo mascullando improperios; otro, hoy en la cúspide del poder, respondió a mi pregunta “¿Amigo mío, por qué respaldas al chavismo?”, con una frase críptica parafraseada de un título de Aldo Pellegrini: “¡Ah!, es para contribuir al caos”, y nada más añadió.
Improductiva esa vía, decidí recurrir a la observación del ambiente; sin pretender agotar la materia, creo que a estas bajuras del proceso, atendiendo a sus motivos para respaldar al régimen, los chavistas pueden clasificarse en la tipología expuesta a continuación.
─Beneficiarios: directos e indirectos, vale decir, la flor y nata del régimen; son quienes ejercen sustantivamente el control y sus asociados en la sombra; aquellos que se forran debido a su respaldo público irrestricto al régimen; o que además obtienen recompensas intangibles, como satisfacción de su necesidad de poder o inmunidad en sus práctica hamponiles.
─Ingenuos: aquellos creyentes con la “fe del carbonero” en el compromiso con el pueblo del régimen; por lo general, son individuos de ilustración primitiva, aunque no siempre, porque también los hay cultivados sometidos al influjo morboso del carisma; se caracterizan por ser personas temerosas de la libertad, milagreras, susceptibles al engaño mesiánico. Ejemplifican la categoría las buenas señoras que en su sincero esfuerzo de preservar la buena forma de su imagen del macho dominante, con lágrimas en los ojos declaran: “Es que él no sabe… No le dicen nuestras necesidades…”
─Ortodoxos comunistas: configuran una variante más o menos ilustrada, aunque en un espacio estrecho, del tipo precedente; son aquellos camaradas apegados a la tesis de que todo proceso revolucionario pasa por una etapa inicial de anomia, entropía y corrupción, que a cierto plazo se resuelve en otra de ajuste y reorganización del sistema, caracterizada por el orden, la igualdad y la prosperidad. Ante la evidencia de que han pasado, ¡coño!, trece años, y todo va de mal en peor, alegan que ese lapso es un instante en la Historia: es necesario “darle tiempo al proceso”. Omiten que las revoluciones comunistas de mayor duración hasta ahora ocurridas, la soviética y la cubana, no se ajustaron a esa predicción; en ellas tuvo lugar el ajuste y reorganización del sistema, pero en un marco de desigualdad, con la nomenklatura y demás miembros notables del partido como clase hegemónica, en condiciones de miseria y sometimiento vil del pueblo y de la más sangrienta represión.
─Resentidos: se trata de personas que en el curso de su vida acumularon odio de clase y al “imperio”. Son perdedores e inadaptados que no fueron capaces de utilizar los mecanismos de ascenso social vertical que pone a disposición de cualquiera una sociedad libre; que en lugar de quebrarse el pecho estudiando de noche alguna carrera en una universidad gratuita, de echarles bolas a un negocio, de trabajar con voluntad para mejorar su condición en una empresa, se resignaron a la marginalidad; entre ellos, individuos francamente sociópatas y hasta psicópatas. No les importa seguir en el caos y la miseria, en tanto los del poder jodan a los ricos y vociferen contra “el imperio”. Su beneficio por el apoyo es netamente psicológico: el régimen satisface una necesidad de venganza.
─Sometidos: los que son obligados a declararse chavistas debido al bozal de arepa: empleados públicos y dependientes de misiones y otros recursos paliativos demagógicos, cuyo compromiso suele ser formal, siendo in pectore opositores. Ejemplifica la categoría el caso de un señor, portador de una franela roja con un retrato del superlativo, ocupado barrer con desgano una calle, con quien me crucé una mañana. “¡Maestro!” ─le digo con simpatía─, “estamos muy viejos para andar con esas ridiculeces, ¡quítese esa camiseta!” El hombre me envuelve en una mirada lánguida y como respuesta hace el gesto de comer con la mano.
Ingenuos y sometidos son disculpables; aquellos, porque hasta cierto punto la sociedad en la que se formaron falló en su deber de aportarles la educación necesaria para hacerlos ciudadanos con conciencia crítica; los sometidos, ¡bueno!, porque como lo dijo Bertold Brecht, “primero es el estómago, luego la moral”.
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