Qué nos revela el hecho de que el fundador de Wikileaks, Julian Assange,
busque la protección de un régimen autocrático como el del Ecuador? –
un país cuyo gobierno se podría considerar como uno de los mayores
enemigos de la libertad de expresión- ¿Y qué ganaría el irascible
presidente Rafael Correa al otorgarle asilo a un hombre que, además de
haber emprendido una irresponsable campaña en la que reveló miles de
documentos robados, es buscado por la justicia sueca por los delitos de
violación y abuso sexual?
Los dos hombres son unos parias arquetípicos; fueron hechos el uno para el otro. Assange se esconde en la embajada de Ecuador en Londres como un criminal, no como un activista de Wikileaks. Mediante la búsqueda del asilo político ha esquivado a la justicia en un intento por evadir una solicitud de extradición del gobierno sueco que ya ha sido confirmada por la Corte Suprema británica.
Sin embargo, hay muchos que creen en la imagen autoperpetuada de Assange como luchador de la libertad de expresión y de la prensa. “Es el papel del buen periodismo retar a los abusadores del poder y cuando se agrede a los poderosos siempre hay una mala reacción. Vemos esa controversia y creemos que es algo bueno en lo que se debe participar”, dijo Assange al describir su visión de Wikileaks.
La hipocresía de Assange es impresionante. Coqueteó con la opción de recibir asilo político en el Ecuador hace unos 18 meses y se entrevistó con Correa en el programa del gobierno ruso “Russia Today” el mes pasado.
A pesar de que una vez criticó al gobierno de Obama como “un régimen que no cree en la libertad de prensa”, Assange nunca ha criticado al gobierno de Correa y su notoria campaña contra el periodismo independiente y la disidencia política. Tal vez Assange dimensiona su aproximación a Correa no como un periodista, sino como un fugitivo internacional.
Assange debe de saber que, desde que Correa asumió su cargo en el 2006, ha tratado a los medios de comunicación independientes como enemigos políticos a los que debe vencer a toda costa. Su modus operandi, caracterizado por la utilización sistemática de agentes del gobierno y jueces corruptos para perseguir a los medios de comunicación se remonta al 2008, cuando envió a la policía armada para hacerse cargo de dos estaciones de televisión y cerca de 200 empresas pertenecientes al grupo Isaías.
Según el Comité para la Protección de Periodistas, las dos estaciones que dan cobertura a cerca de 40 por ciento de la audiencia televisiva del Ecuador, fueron puestas bajo la gestión estatal y se les ordenó públicamente la adopción de “una nueva línea editorial”.
Correa y sus secuaces continúan con la persecución judicial de la familia Isaías, algunos de cuyos miembros han buscado refugio en los Estados Unidos y tienen la esperanza de que las autoridades estadounidenses no los regresen para enfrentar cargos fabricados en las cortes ecuatorianas. Irónicamente, incluso uno de los cables del Departamento de Estado publicados por Wikileaks criticaba el maltrato de Correa hacia una de la estaciones de televisión de la familia Isaías como un asalto a la libertad de prensa.
La agresión de Correa contra la libre expresión es implacable. La primavera pasada demandó a los editores del venerable diario El Universal de Guayaquil por la suma de $40 millones de dólares norteamericanos por la publicación de un artículo de opinión en febrero del 2011 que criticaba su mal manejo de una rebelión de protesta policial el año anterior. A la demanda le siguieron una sucesión de cuestionables decisiones judiciales a favor de Correa, entre ellas una larga opinión que parece haber sido escrita por el abogado del presidente.
En febrero pasado, 17 países destacaron a Ecuador por su pobre historial en materia de derechos humanos en el Consejo de Derechos Humanos de la ONU – muchas naciones expresaron su preocupación por la iniciativa de Correa para criminalizar la libertad de expresión. Sin desanimarse, la delegación de Correa lideró la carga en una reciente asamblea regional para neutralizar a una reconocida organización de derechos humanos que ha criticado los ataques a la libertad de expresión en el Ecuador y otros países controlados por regímenes autoritarios de izquierda.
Queda por ver si Correa le concederá el asilo político a Assange en el Ecuador. Si lo hace pondrá a su país en un curso de colisión con el Reino Unido, Suecia y los Estados Unidos, país que ha hablado públicamente de acusar a Assange por el delito de publicación de documentos clasificados de su gobierno. Este sería el tipo de confrontación que le ayudaría a Correa a pulir su imagen como sucesor ideológico del moribundo dictador Hugo Chávez. Correa es famoso por sus decisiones impulsivas y egoístas, por lo que nadie sabe si tiene el coraje para tomar en sus manos la controvertida causa de Assange. En cuanto a Assange, si establece su residencia en el Ecuador de Correa, tendrá que hacer lo que todos los defensores de la libertad de expresión tienen que hacer en ese país: morderse la lengua o sufrir las consecuencias.
Los dos hombres son unos parias arquetípicos; fueron hechos el uno para el otro. Assange se esconde en la embajada de Ecuador en Londres como un criminal, no como un activista de Wikileaks. Mediante la búsqueda del asilo político ha esquivado a la justicia en un intento por evadir una solicitud de extradición del gobierno sueco que ya ha sido confirmada por la Corte Suprema británica.
Sin embargo, hay muchos que creen en la imagen autoperpetuada de Assange como luchador de la libertad de expresión y de la prensa. “Es el papel del buen periodismo retar a los abusadores del poder y cuando se agrede a los poderosos siempre hay una mala reacción. Vemos esa controversia y creemos que es algo bueno en lo que se debe participar”, dijo Assange al describir su visión de Wikileaks.
La hipocresía de Assange es impresionante. Coqueteó con la opción de recibir asilo político en el Ecuador hace unos 18 meses y se entrevistó con Correa en el programa del gobierno ruso “Russia Today” el mes pasado.
A pesar de que una vez criticó al gobierno de Obama como “un régimen que no cree en la libertad de prensa”, Assange nunca ha criticado al gobierno de Correa y su notoria campaña contra el periodismo independiente y la disidencia política. Tal vez Assange dimensiona su aproximación a Correa no como un periodista, sino como un fugitivo internacional.
Assange debe de saber que, desde que Correa asumió su cargo en el 2006, ha tratado a los medios de comunicación independientes como enemigos políticos a los que debe vencer a toda costa. Su modus operandi, caracterizado por la utilización sistemática de agentes del gobierno y jueces corruptos para perseguir a los medios de comunicación se remonta al 2008, cuando envió a la policía armada para hacerse cargo de dos estaciones de televisión y cerca de 200 empresas pertenecientes al grupo Isaías.
Según el Comité para la Protección de Periodistas, las dos estaciones que dan cobertura a cerca de 40 por ciento de la audiencia televisiva del Ecuador, fueron puestas bajo la gestión estatal y se les ordenó públicamente la adopción de “una nueva línea editorial”.
Correa y sus secuaces continúan con la persecución judicial de la familia Isaías, algunos de cuyos miembros han buscado refugio en los Estados Unidos y tienen la esperanza de que las autoridades estadounidenses no los regresen para enfrentar cargos fabricados en las cortes ecuatorianas. Irónicamente, incluso uno de los cables del Departamento de Estado publicados por Wikileaks criticaba el maltrato de Correa hacia una de la estaciones de televisión de la familia Isaías como un asalto a la libertad de prensa.
La agresión de Correa contra la libre expresión es implacable. La primavera pasada demandó a los editores del venerable diario El Universal de Guayaquil por la suma de $40 millones de dólares norteamericanos por la publicación de un artículo de opinión en febrero del 2011 que criticaba su mal manejo de una rebelión de protesta policial el año anterior. A la demanda le siguieron una sucesión de cuestionables decisiones judiciales a favor de Correa, entre ellas una larga opinión que parece haber sido escrita por el abogado del presidente.
En febrero pasado, 17 países destacaron a Ecuador por su pobre historial en materia de derechos humanos en el Consejo de Derechos Humanos de la ONU – muchas naciones expresaron su preocupación por la iniciativa de Correa para criminalizar la libertad de expresión. Sin desanimarse, la delegación de Correa lideró la carga en una reciente asamblea regional para neutralizar a una reconocida organización de derechos humanos que ha criticado los ataques a la libertad de expresión en el Ecuador y otros países controlados por regímenes autoritarios de izquierda.
Queda por ver si Correa le concederá el asilo político a Assange en el Ecuador. Si lo hace pondrá a su país en un curso de colisión con el Reino Unido, Suecia y los Estados Unidos, país que ha hablado públicamente de acusar a Assange por el delito de publicación de documentos clasificados de su gobierno. Este sería el tipo de confrontación que le ayudaría a Correa a pulir su imagen como sucesor ideológico del moribundo dictador Hugo Chávez. Correa es famoso por sus decisiones impulsivas y egoístas, por lo que nadie sabe si tiene el coraje para tomar en sus manos la controvertida causa de Assange. En cuanto a Assange, si establece su residencia en el Ecuador de Correa, tendrá que hacer lo que todos los defensores de la libertad de expresión tienen que hacer en ese país: morderse la lengua o sufrir las consecuencias.
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