Tristeza
produce el convencimiento de la poderosa fuerza de la ignorancia sobre las
decisiones políticas que afectan el ejercicio de nuestra ciudadanía: Un
pueblo aplastado por el peso histórico del paternalismo, que siente profundo
terror ante la posibilidad de perder su cordón umbilical que lo conecta a la
supervivencia basal, es fácil presa de la codicia de quienes buscan el poder
como fin y cuyo discurso incentiva las falencias que lo mantienen en la
precariedad, bien alejado de la cultura liberadora, con el fin de generar de
manera espontánea la sumisión a la mítica figura del “gendarme necesario”,
burda copia del déspota ilustrado, cuyas credenciales más importantes son la
codicia desmedida y la absoluta falta de escrúpulos para satisfacerla.
“Un pueblo ignorante es instrumento ciego de su propia
destrucción… - se canso Bolívar de gritar mientras araba en el mar - …la
ambición, la intriga, abusan de la credulidad y de la inexperiencia de hombres
ajenos de todo conocimiento político, económico o civil; adoptan como
realidades las que son puras ilusiones; toman la licencia por la libertad;
la traición por el patriotismo; la venganza por la justicia”, tal cual, vívida
premonición de la actualidad, con mas ignorancia porque hay más población que
en su deprimente entonces que dio al traste con sus anhelos de una patria
grande y lo hizo exclamar: “Este país
caerá infaliblemente en manos de la multitud desenfrenada, para después pasar a
tiranuelos casi imperceptibles, de todos colores y razas. (…) Si fuera posible
que una parte del mundo volviera al caos primitivo … “. (A Juan José Flores,
Barranquilla 9 de Noviembre de 1830).
Y es que en este tierrero sin conceptos en el cual ha
convertido la codicia a Venezuela, produce vergüenza que a estas alturas de la
evolución social un gran porcentaje de nuestro pueblo continúe aferrado a
la idolatría política que lo mantiene en la dependencia propia de la minoría de
edad – “muchacho” aplicado a hombre significa inferioridad y subordinación – lo
que pensamos habíamos enterrado junto al cadáver de Boves, el primer demagogo
de estas tierras, hasta que Chávez nos demostró que no estaba muerto, estaba de
parranda, a pesar de los ingentes recursos invertidos en la educación, que a la
vista presenta su estruendoso fracaso, pues no ha logrado formar ni la
conciencia inteligente ni el espíritu crítico imperativos para generar una
ciudadanía emprendedora, capaz de crear y transformar desde las potencialidades
naturales, en el ejercicio pleno de su libertad, como espacio impune para el
pensamiento ascensional.
La escuela, como totalidad, da tristeza, con las
honorables excepciones que logran la proeza de evadir su mediocridad: Ni el
simple destello de una promesa se vislumbra. En sus baños se devela la verdad
en toda su magnitud: El hombre de Neanthertal de toga y birrete con una
banderita “uh, ah” en una mano y una garrafa de “trago bueno” en la otra,
invocando desesperadamente a su gendarme necesario que le prohíba caer en la
tentación de ser: La libertad le produce vértigo.
Cultura es conciencia de libertad
Por eso creo que hay que dar paso a la cultura - limitada
en estos predios a “bailecito nicaragüense”, como ácidamente escribiera
Cabrujas - talento sin inteligencia es artesanía - como el compendio de
herramientas intelectuales fundamentales para el desarrollo de las
potencialidades del individuo para lograr el progreso colectivo.
Si no hay cultura, es decir la conciencia necesaria para
determinar el objetivo real y apelar a la fuerza interior, llámese voluntad o
interés propio, parta hacer lo conducente para el logro, inútil será
tratar de educar para la productividad: Se puede enseñar carpintería pero
solamente la cultura creará el ser eficiente carpintero.
Cuando el ser humano toma conciencia de sí, rompiendo el
yeso que lo sujeta a la sumisión por la supervivencia, comienza a
edificar el ser interno que lo posicionará por encima del banal “estar” de los
conformistas y desidiosos que nutren las estadísticas de la marginalidad,
que en su síntesis es exclusivamente mental, pues también la habitan altos
niveles salariales, y por ello la parálisis que los encierra en el mito
de la pobreza – “son pobres – y viven como pobres - porque son ignorantes”, no
al revés. La idiotez romántica de la igualdad, que se estrella una y otra vez
contra la realidad de la naturaleza humana, insiste en convocar a una
transformación imposible - cual vendedores de parcelas en el cielo - obviando
que a los hombres para hacerlos honrados y felices hay que practicarles un
severo cerebriqiur. Porque, señores, no solo lo que “natura no da no lo
gradúa Salamanca”, sino que nadie es lo que no ha sido.
Y lo lamentable es que esta modorra enchinchorrada afecta
a portadores de talentos en bruto que se marchitan tirados en una acera por
falta de voluntad o de la fuerza poderosa de una escuela capaz de interpretar
la dinámica de los tiempos y formar para insertar en ellos oleadas
generacionales con los sentidos debidamente adiestrados.
La escuela japonesa ha dado el primer paso para edificar
al hombre del futuro, eliminó los viejos paradigmas y asumió el reto de educar
a sus pobladores, ya tecnologizados, en idiomas y diversidad cultural, para
convertirlos en ciudadanos del mundo. Y aquí seguimos tapuzando los cerebros
infantiles con necedades como que la tierra es redonda, una vaina que se ve en
vivo por televisión.
En conclusión
Porque la patria es la gente, este pueblo solamente
tendrá salida cuando la escuela deje de ser una cabina de información, que
puede obtenerse hoy por Internet, y se transforme en una incansable
localizadora de potencialidades individuales para dotarlas de la energía
necesaria para transmutarlas en fuentes de desarrollo, estimulando la cultura
del trabajo, del estudio y de la responsabilidad. De lo contrario, pásame la
banderita y la garrafa y dile al gendarme que voy pa´llá.
No hay comentarios:
Publicar un comentario