5/8/12

Antídoto contra el fraude


El fraude electrónico es relativamente fácil de ejecutar, pero también de detectar. Capriles puede solicitar ciertas medidas al CNE para impedirlo. El arbitro no puede ignorarlas o negarse a adoptarlas sin auto-denunciarse como organismo al servicio del candidato oficialista. 
 El fraude electrónico, del cual hemos venido hablando con propiedad técnica que no ha sido desmentida, es un procedimiento para cambiar los resultados electorales mediante la manipulación de los paquetes de data que es enviada desde las mesas electorales hasta la sala de totalización del CNE. Esta manipulación puede hacerse fuera de los centros electorales, en salas situacionales ilegales. La tecnología existente  permite esta vagabundería sin presencia y aun sin conocimiento del CNE, ni de la Oposición. Esta artera maniobra cibernética escapa también a los controles manuales de los testigos de mesa.
El ardid es técnicamente posible, pero hay varias maneras de frustrarlo:
1) mediante el conteo en tiempo real de los resultados a medida que van llegando al CNE;
2) a través del conteo manual de las mesas no auditadas;
3) cortando físicamente el acceso a centros ilegales; y
4) asignando llaves o contraseñas divididas que permitan descifrar los datos solo a personas autorizadas.
Empezaré por las dos primeras contramedidas antifraude, que son las más sencillas.
Es difícil entender por qué el CNE adquirió un complejo y costoso sistema computarizado para acelerar el conteo y totalización de los votos para luego tener que  esperar varias horas antes de dar los primeros resultados. Esta sospechosa antesala  ha pasado a ser parte de la picaresca venezolana. Es natural suponer que el CNE está esperando instrucciones “de arriba” para dar resultados producidos en algún lugar secreto. Las plañideras explicaciones de los rectores simplemente no son creíbles. Sorprende que hasta ahora, en sucesivas elecciones, la Oposición no haya exigido la aplicación de una medida que impida este innecesario y sospechoso período de espera. El “tiempo de guiso” debe ser eliminado.
Las triquiñuelas informáticas son difíciles de detectar durante su ejecución, pero  es fácil descubrirlas a posteriori mediante auditorías hechas a las actas finales de votación emitidas por las máquinas electorales. Las auditorias informáticas previas no son confiables porque las instrucciones a los sistemas pueden ser cambiadas en cualquier momento.  Mientras el CNE no autorice los requerimientos que presentará Capriles para impedir el fraude, entonces no es aconsejable que se repita la nefasta experiencia de Manuel Rosales declarándose derrotado a las primeras de cambio. El 0-7 es probable que sea necesario solicitar un conteo manual y una nueva totalización actualizada, seguida de una auditoría computarizada de los nuevos resultados manuales. En esta auditoría cada mesa debe estar en capacidad de “bajar” la data que utilizó el CNE en la hoja de cálculo definitiva que contiene la tabulación global de todas las mesas, para luego hacer en cada mesa la comparación correspondiente.
El nuevo conteo  debe hacerse al día siguiente de las elecciones. Si el CNE autoriza esta solicitud y la Oposición tiene testigos en todas las mesas durante esa actividad, el fraude será casi imposible de cometer. (Esto da idea de la importancia que tienen y la responsabilidad que cargan los testigos de la Oposición, quienes deben darse enteros en su tarea).   Si el CNE no lo autoriza esto significa darle luz verde al fraude.
Si este procedimiento de conteo manual de las mesas no auditadas es hecho en forma transparente, el país debe aceptar el triunfo del candidato que salga ganador. Esa es la única forma en que el Gobierno y el CNE pueden evitar el estigma histórico de haberse robado las elecciones. Si el CNE no acepta estas comprobaciones, quedaría en evidencia su sesgo y la masa de votantes engañados se darían cuenta que se intenta robar la elección. Las consecuencias de este desmán serían impredecibles. De intentarlo la trampa estaría clara y el riesgo de una revuelta social por una ciudadanía indignada sería incontrolable.

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