La gestión de Chávez es un inmenso fracaso que ha destruido todo lo que ha
administrado, expropiado o simplemente tocado, porque la estupidez pretende
producir eficacia con incompetentes. No entiende que si en el pasado estaban
excluidos de puestos de dirección o gerencia era porque no servían sino para lo
que ejercían y no por racismo, injusticia o cualquier otra zarandaja
revolucionaria. Y ahora, después de 14 años de desaciertos los resultados les
dan la razón a aquellos líderes.
Las
empresas de Guayana son un asco físico, administrativo y gerencial, las plantas
desmanteladas, derruidas, sucias, cochambrosas, malolientes, improductivas, con
sus alrededores asaltados por basura, maleza y hampa, que lanzan al aire la
toxicidad criminal de las excrecencias de sus procesos de reducción,
contaminando el medio ambiente de la ciudad exponiendo a sus pobladores y
trabajadores a enfermedades de la piel, del sistema respiratorio y de carácter
crónico, como el Parkinson, y al nacimiento de niños con autismo cuya morbilidad
es alarmante, se han encontrado trazas de alúmina en la caja craneana de
algunos de estos niños. Y esto a nadie parece importar.
Sencillamente
porque no existe ni ética ni mística ni excelencia profesional alguna y, por lo
tanto, responsabilidad. Su gerencia se sortea entre una mediocridad exasperante
-cualquier raspiñao adulante y patibulario sirve- en un ascenso vertiginoso de
nulidades y maniobreros políticos, de la más excelsa ignorancia, exclusivamente
interesados en los privilegios del cargo, por las resultas corruptas, pivotados
en un mendaz “control obrero”, imposible por su carácter antagónico con la
productividad y la eficiencia. Y Pdvsa, la fuente de ingresos de la nación, se
convirtió en un parapeto politiquero “dojodojito”, en manos de ineptos de toda
laya que han provocado por su ineficiencia, negligencia, desidia e
irresponsabilidad, una seguidilla inusitada de desastres, con víctimas y
pérdidas pecuniarias importantes.
En el
Complejo Refinador de Paraguaná, acaba de ocurrir otro de estos “accidentes”
-los accidentes no existen, ni tampoco fue cosa del destino ni decisiones de
Dios, como aseguran los imbéciles- ocasionado por falta de mantenimiento,
palabra que parece causar fobia en el oficialismo patronal, enemiga, también,
de la voz “productividad”, por considerarla propia del capitalismo, en los
cuales no es posible negar la responsabilidad moral de Chávez -“Chávez tiene la
culpa de todo” se sacude sarcástico- en esta tragedia -bautizada “evento” por
el desprecio oficial- causada por negligencia, imprevisión y desidia, pues es
suya la decisión de colocar la incondicionalidad por encima de la eficiencia y
de la probidad -los trabajadores son obligados a descuidar sus obligaciones
técnicas, utilizados como relleno para actos electorales- “primero el partido y
la reelección del presidente que las instalaciones” comentan los petroleros.
Y, el colmo
del cinismo oficialista, temeroso del daño electoral que ha producido este
crimen, es que están gestando una matriz para culpar a la oposición del
siniestro de Amuay: Si la oposición tuviera el poder de lesionar la industria
petrolera proveedora de dólares imperiales que financian la revolución, o de
derribar aviones, colapsar el sistema eléctrico nacional, hundir plataformas
petroleras, encallar súper patrulleras, destruir la vialidad del país, poner a
podrir miles de toneladas de alimentos, derribar puentes, desbordar ríos,
cargar aviones de cocaína desde los principales aeropuertos de la nación, entre
otros muchos desastres producidos por la ineficiencia gubernamental, Chávez y
su pésimo gobierno estarían hace años en el degredo de la historia.
Las
víctimas exigen justicia
Chávez, con un discurso que pretendió cauterizar el alma del pueblo, se encarama sobre esa pila de dolientes cadáveres humeantes de personas inocentes, que dormían ajenas al peligro que les acechaba, para despachar el drama de las consternadas familias que perdieron a sus seres queridos en ese dantesco escenario producido por falta de probidad gerencial de quienes deben y tienen que ser destituidos y enjuiciados por este crimen, declarando duelo nacional -opacado por las infelices frases “la función debe continuar” y “mi victoria hará eternas estas muertes”, que reflejan tal desprecio por la vida humana que hasta en un funeral nacional hace campaña electoral practicando la más repulsiva demagogia- entregando casas y pensiones vitalicias a los sobrevivientes -¿cómo será tasada cada vida?- declarando a las víctimas “héroes de la patria”, como si su sacrificio hubiera sido producto de una invasión imperial y no de las chapucerías de un patrono obsesionado por el poder como fin. Y, como guinda de la “plasta”, para usar un vocablo del exquisito léxico de Chávez, pretende erigir un monumento a los oficiales y guardias nacionales absurdamente incinerados con sus esposas e hijos, en aquel infierno en el que se convirtió el aire. ¿Cómo será ese monumento? ¿Rafael Ramírez con una caja de fósforos en la mano?
En conclusión
La realidad es la fuente de verificación de la verdad, y Chávez, el presidente saliente, el candidato de los Castro, personalmente se ha encargado de inducir a sus seguidores a un comportamiento irresponsable, violento y antipatriota -la patria es la gente- que coloca lo político, en este caso la conservación del poder, para seguir regalando la plata de los venezolanos, por encima de la vida misma de la nación, tapando, como los gatos, la inmensa corrupción y la irresponsabilidad en el manejo de la cosa pública de sus compinches en el sarao procesal bolivariano, con la ruina de la república y la ranchificación del gentilicio como consecuencia lógica. Sale pa’llá. 7 de octubre ya.
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