La interpretación clásica del fascismo parte de la idea de
que ese modelo fue una respuesta a la crisis del capitalismo de la Italia de
principios del siglo XX. Una crisis que abarcó los más diversos aspectos de la
vida nacional, desde el económico, hasta la moral social, desde lo político
hasta lo cultural, desde lo militar hasta lo educativo. Fue una crisis sin
precedentes en el desarrollo histórico del capitalismo y donde el fascismo
representó una alternativa al capitalismo ante la incapacidad del bloque en el
poder de asegurar la continuidad del proyecto hegemónico explotador.
En el caso particular de Venezuela, el ascenso del fascismo
bolivariano se debió igualmente a una profunda crisis económica, política y
social que se generó producto del fracaso del bipartidismo adeco-copeyano,
expresión del proyecto hegemónico capitalista. Los sectores de la burguesía que
gobernaron durante las últimas décadas del siglo pasado implantaron planes
neoliberales de ajustes económicos (impuestos regresivos, congelación de
salarios, endeudamiento externo, privatizaciones), restringieron los planes
sociales a los trabajadores, fracasaron en la generación de empleos, etc., lo
cual generó una profundización de las crisis política, económica y social
gestadas durante todos esos años.
El facho-chavismo representa la adaptación del capitalismo
ante la crisis histórica que carcome sus cimientos. Expresa de manera
caricatural la descomposición de la burguesía en el país y representa un modelo
autoritario, represivo e intolerante que ha acentuado las condiciones de
explotación de los trabajadores, masificando la miseria, repartiendo migajas
entre los sectores más empobrecidos (misiones) a fin de mantener el control
social y generar una falsa redistribución de la riqueza. Todo ello utilizando
un discurso “socialista” y haciendo uso de un populismo asqueante. Más allá de
ese falso discurso contrahegemóminco, el socialfascismo bolivariano reoxigena al
proyecto capitalista explotador con su añadido autoritario y militarista.
Un aspecto interesante es que el perverso modelo explotador
del vocinglero de Miraflores se ha mantenido gracias al uso de una violencia
sistemática, racionalizada, y organizada. La violencia ha sido utilizada por el
régimen como instrumento para acabar con aquellos que no están dispuestos a
aceptar su ideología facha-bolivariana. No sólo persiguiendo la eliminación
física de los enemigos internos (adversarios políticos), sino también
intentando neutralizar cualquier tipo de disidencia política mediante un
terrorismo de Estado orquestado desde el Palacio de Misia Jacinta. Para el
fachochavismo, no cabe disentimiento político alguno con el líder o con el
partido. Esta alienante política le ha permitido al tte coronel la unificación
interna y la obediencia cuasi-religiosa de sus seguidores en función de
eternizarse en el poder
Pero además, la violencia facho-chavista cumple otra función
muy importante a la cual se refería el ministro de propaganda de la Alemania
Nazi Joseph Goebbels: la simbolización de las acciones. Lo que la violencia
simboliza es la idea de que el poder de Miraflores llega a todas partes, de que
la arbitrariedad con que se conduce el régimen puede alcanzar a cualquier opositor,
a cualquier disidente, e incluso a cualquiera que no supiera ajustar
adecuadamente su conducta, sus actos y hasta sus pensamientos a los intereses
de esta fantasmal revolución, representada por el iletrado de Miraflores. En
esta medida, la violencia genera mecanismos que la convierten en un eficaz
instrumento de propaganda del régimen del tte coronel.
El socialfascismo bolivariano no es más que la implantación
de un voraz capitalismo de Estado excluyente y militarizado que conlleva a la
imposición de un pensamiento único, a una mayor explotación y precariedad
laboral para los trabajadores, a la militarización de todas las instituciones
del Estado, a la pérdida de la sociedad plural, y al sometimiento de la
población a los dislates del líder del proceso.
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