5/10/12

COMO ESCUECE LA VERDAD



Capriles ha logrado arrinconar a Chávez de tal manera, que ahora este antiguo vituperador de incendiaria verborrea indetenible - acostumbrado a ser el que más hacía pipí en el gallinero en el que la sumisión al dinero fácil convirtió a Venezuela - se la pasa ahora en una sola quejadera, tratando de sacarse el lazo cachiquijá caprilero, con sus lenguaradas deprimentes añejas – hasta las amenazas tienen telarañas - llenas de insultos por la falta de realizaciones que mostrar  - habla en futuro como si no fuera el presidente en ejercicio desde hace ¡catorce años! -  demuestra estar aterrorizado con el
tsunami de votos que lo sacará de Miraflores, directo a la Corte Penal Internacional.
La última andanada contra su seguro vencedor, fue en defensa de, y que, “los trabajadores de Guayana” a quienes supuestamente Capriles llamó jalabolas, lo que no es cierto, pues lo que había en ese acto, era precisamente trabajadores a montón, y bien
claritos y sin miedo, que regalaron a Capriles su emblemática chaqueta de faena.
Pero fue bien bueno que saliera a relucir este desagradable tópico, porque este cronista está harto de advertirles a estos lacayos del poder - ¡revolucionarios con el gobierno!, ¡vaya pa´la auyama! - que su actitud los definía como jalabolas, sobre todo a los comisarios del régimen disfrazados de sindicalistas - uno de estos llegó a decir  impúdicamente que cuando se paraba frente a Chávez las piernas le temblaban y las lágrimas le brotaban espontáneamente, ¡dígame usted! - que entregaron los beneficios de los trabajadores, HCM, seguros de vehículos, préstamos para viviendas, bonos especiales de productividad, implementos de seguridad, hasta la sagrada puntualidad en el pago de los salarios, en un largo etc. 

Mientras Chávez, un patrono despiadado y mentiroso, que tiene el cinismo de exigir a los empleados públicos, humillados por  las imposiciones politiqueras de su régimen, que “confíen en la revolución”, alegremente regalaba 170 mil millones de dólares a países extranjeros.
Pero también me he referido a los esbirros voluntarios, dizque “revolucionarios” – que confunden con ideales la ignorancia supina de su violenta agresividad y su codicia ratera  -  que le brotaron como hongos al cuerpo laboral guayanés, que, mientras vejan y amedrentan a los humildes trabajadores honestos,  se hacían los locos con las vagabunderías de toda clase que ocurren en sus barbas – allí está el caso de las cabillas de Sidor y de los barcos de Ferrominera como ejemplo, y para nada les importa el  estado de indefensión de las familias de los trabajadores a merced del hampa en los barrios por culpa de Chávez.
Jalabolas les dicen sotto voce las víctimas de sus desmanes adulantes, a quienes espiaban para meterlos en listas “contrarrevolucionarias” y así quitarles el pan de sus hijos. Y es el pueblo el que los señala como jalabolas. A ellos. No a los “trabajadores de Guayana”, sino a los cuatro gatos que se han prestado para disolver su dignidad ante un patrono poderoso que ha dicho hasta el cansancio que “los trabajadores no tienen derecho  a querer vivir como ricos” (22 de septiembre 2006), y el desprecio de la masa trabajadora quedó demostrada al negarse a participar en esa infeliz marcha que convocó Rangel Gómez y que Venezuela entera bautizó como “la marcha de los jalabolas”.
Capriles dijo, y fue aplaudido por ello, que no quiere trabajadores serviles, pues lo que las empresas del Estado requieren son trabajadores comprometidos con la productividad para sacar adelante a sus empresas, y no  mercenarios políticos jalabolas, sapos, sigüices, que, en lugar de trabajar como hombres dignos, anden malponiendo a sus compañeros de trabajo, obligándolos a ponerse una franela colorá a punta de amenazas, y que lo que han hecho en estos catorce años de complicidad canalla con los
hermanos Castro, a quienes Chavez no solo jala sino que se guinda, en su misión de destruir esas empresas – su estado físico produce lástima, su ruina moral angustia y su corrupción indigna - degradando los beneficios contractuales tan duramente ganados, en luchas sindicales de verdad, no por generosidad del patrono, y, por consiguiente, las posibilidades de progreso de sus trabajadores, que vivían aterrorizados por las amenazas, incluso contra sus vidas, como me contara la esposa de un obrero del aluminio para hacerme entender el porqué de la pasividad ante tanta injusticia, abuso y maltrato.

Pero todo tiene su final. Y el miedo - que ahora anda haciendo de las suyas por los predios del jalabolismo - ha dado paso a una posición vertical del movimiento obrero guayanés, que superó a sus supuestos líderes sindicales, desnudando su miseria moral, al asumir personalmente las exigencias por la discusión de su contrato colectivo, postergado porque socialismo no paga prestaciones sociales, que aquellos no tuvieron el coraje de reclamar por su postración al patrono, que les debe los beneficios del contrato vencido, y que ahora pretendió encandilarlos con la discusión de un nuevo contrato de utilería – fotos para la campaña - creyendo que todavía los trabajadores de Guayana siguen comiendo sus embustes.

Un gobierno sin jalabolas Y tiene razón Capriles al decir, también, que en su gobierno no quiere jalabolas, porque esa es una plaga maléfica que altera la capacidad de raciocinio de los gobernantes y Chávez es un ejemplo de ello, un ídolo de arcilla que se creyó su mito fundamentado en la adulancia más procaz – “el dedo de Chávez es el dedo del pueblo” - de que se tenga noticia en esta tierra proclive a la sumisión por la subsistencia, la corrupción o el brillito social temporal. Y la única vacuna contra ese jalabolismo indignante es rodearse de hombres probos, meritorios, éticos, pues un jalabolas incondicional solamente puede ser un ladrón o un hombre inservible colocado en una posición para cuyo ejercicio no está capacitado. Sale pa´llá.

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