Con sus ideas
retrógradas y absurdas en materia de agricultura los leninistas han
desatado terribles catástrofes humanas en muchos países.
La peor
hambruna que haya conocido el mundo fue causada precisamente por los
comunistas. Durante el famoso Gran Salto Adelante (1959 -1961), mediante
el cual Mao creía que iba a hacer de China, en diez años, una potencia
industrial como la Gran Bretaña, entre 30 y 40 millones de campesinos chinos murieron de inanición.
Según indican
los archivos descubiertos en los últimos años, la dictadura de Stalin
hizo otro tanto años atrás. Entre 1932 y 1933, en efecto, las falsas
soluciones agrarias y la masiva represión en el campo, llevaron a la muerte a 12 millones de personas.
Como
las mismas ideas fueron aplicadas en los otros países donde el
comunismo tomó el poder, las economías fueron devastadas y los desastres
se extendieron. Durante el régimen de Pol Pot en Cambodia hubo 800 000
muertos de hambre. Recientemente, en Corea del Norte decenas de miles
de personas, sobre todo niños y ancianos, murieron de desnutrición. Toda
Europa del Este se hundió en el marasmo económico y su atraso respecto
de Europa Occidental es visible aún hoy, a pesar del derrumbe del
comunismo y del ingreso de esos países a la Unión Europea. Etiopía, Cuba
y Vietnam siguen siendo países en ruina.
La
colectivización de los medios de producción fue el dogma generador de
esas tragedias. Como la tierra era el principal medio de producción en
países como la Rusia de 1917 y la China de 1949, fue decretada allí su
expropiación sin indemnización. La supresión de la agricultura privada y
de los mercados libres, la creación de grandes unidades estatales de
producción, regentadas por burocracias ineptas y violentas, y el
monopolio de la distribución de los bienes agrícolas, desembocaron en
tremendas crisis agrarias, humanitarias y ecológicas.
Los
señores Timochenko e Iván Márquez, herederos de ese sistema atroz,
están fanáticamente convencidos de que esas son las “soluciones” para el
campo colombiano y que ello nos llevará a la sociedad perfecta
(socialista). Ellos tienen desde luego el derecho a pensar así. Lo malo
es que ellos están ahora en posibilidad de ir mucho más lejos: de
“dialogar” e imponer ciertas tesis en materia agraria a un gobierno que
parece dispuesto a firmar acuerdos con ellos en cuestiones claves para
el equilibrio del país.
El
tema agrario, que Santos aceptó como el primero de la agenda del
tinglado de La Habana, sin duda ha sido calculado para que tenga un
alcance más que peligroso. No es sino oír lo que advertía, con no poca
angustia, el senador Juan Lozano en días pasados: “Por falta de una
oportuna presentación al Congreso de la ley de desarrollo rural el
asunto vital de las tierras se va a discutir primero con las Farc que
con la sociedad colombiana que no ha participado en la violencia.
Llevamos más de dos años esperando a que radiquen la ley para concertar
con campesinos, industriales, gremios y ciudadanía, así que el diálogo
agropecuario arrancará primero con la guerrilla que en su escenario
natural, el Congreso.”
¿Ese
retraso en la redacción de la ley agraria fue deliberado o se trata
sólo de una demora técnica? La alarma es legítima cuando se sabe que la
negociación secreta con las Farc duró casi dos años.
A
pesar de que Iván Márquez expuso sus ideas agrarias en Oslo, en medio
de una retahíla de insultos y amenazas contra Colombia, algunos
analistas tratan de hacernos creer que las Farc tienen un programa
razonable sobre la cuestión.
El matutino conservador La República dio
a conocer, por ejemplo, un documento: la “cartilla agraria de las
Farc”. Ese texto que dos de sus redactores acogieron sin mayores
objeciones de fondo (por fortuna incluyeron algunas tímidas críticas del
sector privado) pretende resumir la política “verdadera” de las Farc
sobre el campo.
Llena
de acentos ecologistas y de amabilidades hacia los campesinos e incluso
hacia los propietarios nacionales del sector, ese texto se muestra
intratable y brutal con la inversión extranjera. En realidad,
esa simpática “cartilla” no es más que un chorro de humo que disimula
otras intenciones.
La
verdadera concepción marxista de la “reforma agraria” no es la que
dicen sus textos sino la que esa corriente aplicó en otros países,
incluida Cuba, y la que Hugo Chávez trata de implantar por la fuerza en
Venezuela: la colectivización de la tierra, la destrucción de los
propietarios, de los campesinos medios, de la agroalimentación y la
liquidación de toda resistencia popular.
Sin embargo, La República afirma
que las Farc proponen una serie de bellezas: la “gratuidad de la tierra
para los campesinos” y la extinción de dominio sólo para “las tierras
inexplotadas o explotadas con vulneraciones al medio ambiente”.
¡Maravilloso! ¡Qué respeto de la propiedad privada! Agrega que esa
propuesta prevé dar tierras productivas “a mujeres campesinas jefes de
hogar, abandonadas, viudas”. Excelente. Igual tratamiento tendrán “las
víctimas de desplazamiento forzado y los profesionales del agro
dispuestos a poner su conocimiento al servicio del desarrollo rural”.
¿Quién puede oponerse a eso?
Días
después, las Farc hicieron saber que la discusión en La Habana no será
sólo sobre la propiedad de la tierra pues, para ellas, “el elemento
tierra es componente esencial del territorio” y que "a partir de este
concepto se han de dar las consideraciones fundamentales". Explicación:
amalgamar conceptos diferentes como “tierra” (suelo natural no cubierto
por el mar) y “territorio” (la extensión que depende de un poder
constituido: una ciudad, un departamento, una nación, un reino) busca
deslizar la discusión más allá de los cinco puntos aceptados por
Santos. Es decir, que en Cuba la discusión comenzará por el problema
crucial de la “soberanía en general”, de “la soberanía alimentaria” y
del “bienestar social”.
Las
Farc se niegan pues a cumplir lo firmado con los plenipotenciarios de
Santos y buscan llevar a éste a que negocie lo que el ex vicepresidente
Humberto de la Calle Lombana había dicho que no se podría ni discutir:
la propiedad privada, el modelo económico, la inversión extranjera y el
ordenamiento territorial (sin hablar de la acción de las Fuerzas Armadas
y la política de defensa).
Ocultar
el verdadero sentido de la “revolución agraria” es obligatorio para los
comunistas. El proyecto de reforma agrario elaborado por Fidel
Castro en la Sierra Maestra, que incluía cambios con el acuerdo de los
grandes propietarios, cubanos y extranjeros, fue barrido en junio de
1959 cuando éste ordenó el proceso de colectivización de la tierra, bajo
la forma de “cooperativas” controladas por el Estado, incluso contra el
querer de los campesinos. Las indemnizaciones a los propietarios nunca
fueron pagadas. Ese proceso arbitrario se agravó en octubre de 1963 con
la ley que extendió la colectivización al 74% de las tierras. La
producción cayó desde entonces y nunca se recuperó realmente.
En
2005, un economista y consejero ministerial cubano, Alfredo González
Gutiérrez, admitía en un artículo ese fracaso: “El sector primario
(agricultura, ganadería y producción azucarera) no produce [en Cuba] un
excedente de divisas, requiere por el contrario del aporte de otros
sectores para poder satisfacer las necesidades alimentarias de la
población”.
Con
tales maestros, las Farc hacen temblar a muchos colombianos cuando
pretenden que su “revolución agraria” garantizará un “desarrollo
sostenible” en materia alimentaria. Ojo
pues, señores negociadores del gobierno colombiano, con las presiones y
propuestas beatíficas que saldrán de la boca de los negociadores de la
narco-guerrilla en La Habana.
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