Hay noticias que me dejan el cuerpo como si le hubieran
arrancado el espíritu de cuajo. Es la una de la madrugada y no he podido
conciliar el sueño. Hay imágenes que me golpean en la cabeza más fuertemente
que un porrazo. La historia de lo vivido por María Afiuni narrada
resumidamente en una escueta nota de prensa basada en el libro de Francisco
Olivares me retumba en la mente, me eriza la piel, me anega los ojos y me agua
los mocos.
Es que no puedo entender, no
quiero ni siquiera intentar entender cómo es posible que en Venezuela, a estas
alturas del siglo XXI una mujer tenga que, además de sufrir cárcel, en las
condiciones en que literalmente se sufre la cárcel en este país, tenga que
pasar por torturas, humillaciones, sufrimientos, vejaciones, que parecen de
mediados o finales del siglo XVIII o principios del XIX.
En la cabeza se me cruza la
imagen de la jueza con la de Luisa Cáceres de Arismendi. Presa, torturada,
enferma, preñada.
Cierro los ojos y puedo verla
tocada por esas cochinas manos, de asquerosos hombres que se suponía tendrían
que velar por la vida y la integridad de la prisionera. Me la imagino inerme,
impotente, con los ojos cerrados derramando lágrimas y los puños apretados
hasta hacer sangrar con sus uñas las palmas de las manos, mientras los enfermos
guardias sacian su lascivia, calman su animalidad, con el cuerpo tenso y
aterrado de la pobre mujer indefensa.
En mi cabeza masculina no
cabe que en una prisión que tiene al frente de su administración a una mujer
pueda pasar semejante atrocidad sin que esa mujer directora saliera indignada,
ofendida y aterrada a clamar justicia para los victimarios. Cómo puede poner
esa mujer la cabeza en la almohada todas las noches y conciliar el sueño
sabiéndose cómplice de ese horror.
¿Cómo puede el Presidente
Chávez mirar a la cara a sus hijas, a su madre, hablarles, sin sentir
vergüenza, sin pensar al verlas que cualquiera de ellas podría haber sido la
que en una cárcel fuese violentada? Si yo fuese Chávez y mis hijas o mi madre
me hablasen después de conocer los hechos sucedidos en el INOF contra la
humanidad de Afiuni, tendría que voltear a mirar a otro lado porque, si las
mirase a la cara, vería la imagen mancillada de la jueza y en sus pupilas vería
el horror que se debió reflejar todos los días en los ojos de la jueza.
¿Es que Chávez, Tarek, los
fiscales del Ministerio Público, los jueces, los guardias que no participaron
de los hechos; nacieron de una mata de yuca? ¿No tienen madre, hijas, hermanas,
tías, sobrinas? ¿Serán capaces de cerrar los ojos por un segundo e imaginar que
a quien violan, a quien atacan con hojillas, quien pierde una criatura tras las
rejas es una de ellas? ¿Qué el cuerpo que se enferma hasta producir miomas como
muestra y reacción ante el horror sufrido es el de una de las mujeres queridas
de su familia?
¡Coño! Yo no sé si María
Afiuni es culpable de lo que se le acusa. Lo que sí sé es que ningún ser humano
se merece pasar por la tortura y la violación.
No cre0 que el cuerpo me dé
para leer el libro de Olivares; pero quisiera que quien lea este grito de
desahogo que escribo para ver si después puedo conciliar el sueño sin que me
persiga en pesadillas el horror de María Afiuni en el INOF, piense, por un solo
segundo, qué sentirían si la Jueza torturada fuese su mamá. Me gustaría que mis
amigos y, especialmente, mis amigas que son chavistas, me digan si, después de
conocer lo que pasó la jueza en su encierro, una historia de la que el
presidente tiene conocimiento desde hace tiempo, pueden seguir apoyándolo a él
y a su gobierno sin sentir un poco de vergüenza y piedad.
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