RAYMA.
Si los transeuntes dejaran morir
desangrado a un ser humano, tirado en la calle, se hablaría de insensibilidad,
de desprecio por la vida, de negligencia criminal. Como llamar a quienes
obervan morir, día trás día, a la Venezuela democrática? El continente entero
ve la muerte progresiva de Venezuela con macabra curiosidad, como quien ve a un
agonizante animal o a un ser extra-terrestre. En los organismos
internacionales, en los gobiernos de la región, existe esa actitud de
contemplación de un país otrora importante, agonizando bajo las pezuñas de la
bestia socialista. Hay hasta secreta satisfacción en algunos de aquellos países
que en el pasado resintieron la arrogancia de los viajeros venezolanos,
cargados de dinero petrolero, la gente
del “ta barato, dáme dos” que los definía como nuevos ricos incultos. Y hay
alborozo en aquellos países donde mandan los Castro, Ortega, Correa, Morales o
Kirchner que le chupan a Venezuela la
mayor cantidad de dinero posible, mientras puedan.
La indiferencia y hasta alborozo
por la agonía de la sociedad venezolana no está limitada a los observadores
externos. Asombrosamente, es compartida por los mismos venezolanos. Con pocas
excepciones ven morir al país en silencio, con indiferencia. Son muchos que ni
siquiera se dan cuenta de lo que les sucede y creen que viven en el mejor de
los mundos. Unos porque todavía reciben las limosnas, otros porque aun no han
sido víctimas del hampa en esa lotería que es la vida en las ciudades
venezolanas o, más sencillamente, porque ayer encontraron leche en el mercado. Día
a día se va muriendo el país mientras sus habitantes se van conformando con lo bueno que todavía les
queda, un bueno que se hace más pequeño a cada amanecer.
Esta pasividad ante la propia
agonía no es inexplicable. El ser humano posee una gran capacidad de adaptación
al sufrimiento, a la carencia, a la humillación. Así como Abraham Maslow
postulaba que el ser humano, una vez satisfechas sus necesidades básicas,
desarrolla expectativas cada vez más altas de educación y auto-realización,
también parece ser capaz de irse acostumbrando a transitar en la dirección
contraria, a aceptar la indignidad, si esta llega de manera progresiva, casi al
ritmo cotidiano. Un día es el apagón, otro día es la falta de agua, otro la
carencia de alimentos, hasta un asalto del malandraje que “pudo ser peor”. Hay
sociedades que han estado o están en niveles muy inferiores de indignidad y aun
permanecen en silencio. En el GULAG, el sistema de prisiones y campos de
concentración de Stalin, murieron más de dos millones de presos entre 1930 y
1950 que comían basura y ratas para sobrevivir. En Corea del Norte, en 2012,
murieron de hambre más de 10.000 personas y se han comenzado a documentar casos
de familias que se comen a los hijos pequeños.
En Venezuela todavía no se ha
llegado a eso. Pero, quien ha dicho algo sobre el anuncio de un inminente
cierre de SIDOR? Hubiera sido esto motivo de silenciosa aceptación hace 20
años? Es que acaso no ha acatado en
silencio la sociedad venezolana, apenas utilizando el ridículo como unguento espiritual
para su humillación, el reciente fraude
del cual ha sido objeto con el asunto del muerto, agonizante, mudo o como se
quiera llamar al personaje que protagoniza la gran telenovela? Me temo que
todavía falta mucho maltrato, mucha indignidad, mucha humillación a ser sufrida
en silencio. El continente entero contempla fascinado este denigrante
espectáculo de una sociedad que se resigna cada día a vivir en un país progresivamente
degradado.
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