En
1960 Louis Pauwels y Jacques Bergier escribieron un libro muy influyente sobre
esoterismo y conocimiento alternativo que trataba sobre temas como la alquimia,
civilizaciones desaparecidas, fenómenos parasicológicos y la conexión entre el
nazismo y el esoterismo. El título de la obra en español era muy sugestivo: El Retorno de los
Brujos y en su momento recibió tremendos elogios en un mundo que
buscaba una nueva espiritualidad y nuevas rutas de conocimiento después de la
hecatombe de la segunda guerra mundial y el colapso de los sueños de las nuevas
ideologías. Eventualmente El Retorno de los Brujos se convirtió en una especie
de libro maldito que despertó tantas críticas como elogios, algunos de ellos provenientes
de destacados cultores del esoterismo que veían en el mismo una gran distorsión
de sus espacios y conocimientos.
Recuerdo
la lectura de este libro hace muchos años, cuando pienso en la Venezuela de
estos días. Un país que parece estar extrañamente poseída por un clima de
experiencias religiosas y esotéricas cercanas al paroxismo colectivo. La
interpretación que emana de los más altos niveles del gobierno y que se
transmite de diversas maneras al sentimiento popular es que un Elegido de Dios
habitó esta tierras, y que sus herederos, especialmente El Ungido, se
convirtieron en una especie de Oráculos de los mensajes que el Comandante dejó
en vida y a los cuales ellos todavía tienen acceso en otra realidad, en otro
universo, cercano a la corte celestial. Declaraciones como las del embajador
Isaías Rodríguez sobre la comunicación extrasensorial que sintió con Chávez; o
las expresiones de Maduro sobre la intervención del finado presidente ante
Cristo para asegurar la elección del primer Papa latinoamericano, se unen a las
imágenes que todavía retumban en nuestros ojos de Cilia Flores y Elías Jaua
cargando unas vírgenes de madera para llevarlas a Cuba mientras el presidente
estaba en tratamiento en la isla.
No intento de ningún modo el descalificar la religiosidad de nuestro
pueblo, ni tampoco las creencias que alguien tenga respecto a la vida en el más
allá, la reencarnación o la conciencia universal. Todos ellos temas que
acompañan a la reflexión sobre la existencia humana misma y sobre los cuales
nuestro conocimiento, o la ausencia del mismo, nos puede deparar muchas
sorpresas.
Creo que todos hemos sentido en algún momento, inclusive quienes como yo
se dedican a la ciencia, la perturbación íntima de que hay muchas cosas, que
denominamos genéricamente espirituales, para las cuales no tenemos ninguna
explicación.
De hecho, temas tan complejos como la conciencia, que hasta hace poco se
consideraba como un concepto esencialmente sicológico y filosófico, ha retomado
un sitial de primera línea en la investigación científica donde se intenta
entender como la misma está conectada con procesos específicos ligados a la
plasticidad cerebral.
Hecha esta aclaratoria sobre lo que creo y no creo, paso a que lo
pretendo criticar: a uno le queda la amarga sensación de que la recurrencia
obsesiva a los argumentos religiosos y la pretensión de secuestrar garantías
constitucionales específicas bajo el argumento de haber recibido un legado
eterno del Comandante ido y siempre presente es una grosera manipulación de
nuestro pueblo. A mí me quedan pocas dudas de que un grupo de gente se reunió,
quizás en Cuba, quizás en Venezuela, eso no es importante, y decidió usar para sus
fines últimos de permanencia en el poder, la muerte de Hugo Chávez. Primero
para arrastrarlo a una elección a pesar de su precaria salud, algo que luego
sería presentado como su sacrificio último para supuestamente impedir que la
burguesía regresara a Miraflores; y luego para convertir las circunstancias de
su muerte y sus exequias en un calvario de desinformación mientras en la
trastienda se planeaba cada detalle del asalto contra la Constitución que
finalmente permitiría que Maduro fuera Presidente Encargado y candidato al
mismo tiempo.
Perturba el uso impúdico del sentimiento religioso de nuestra gente para
ejecutar una operación de ventajismo electoral que viola el espíritu, y
seguramente la letra, de la Constitución. A la puesta en escena de esta artera
conducta contribuyeron decenas de mandatarios de otros países que se prestaron
con su presencia a convalidar toda la acción de imposición de una oligarquía
sobre el país. El argumento para esta conducta no puede ser más brutal: está en
el interés de muchas naciones que Venezuela, un país con enormes reservas de
petróleo y que se presta literalmente a comprar cualquier cosa o a regalar
dinero a manos llenas, siga “estable” en manos de quienes amenazan con
desestabilizarlo si salen del poder.
Una lógica impecable que para nada tiene en cuenta a los venezolanos.
Esperemos que en algún momento muchos de estos acomodaticios gobiernos y
mandatarios paguen su conducta de desapego a los valores éticos fundamentales
de la democracia.
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