21/4/13

EL GOLEM DE JORGE RODRÍGUEZ

 De allí la danza del vientre que intentan la Oblitas y su carnal Lucena, que se niegan a hacer lo que en rigor están obligadas por ley... ir a encontrar lo cierto y verdadero allí donde están la carne, el pan, el queso, la verdad de la milanesa: cuadernos, huellas, actas, urnas, votos...
En eso estamos. Las maquinitas han perdido la primacía y deben ser confrontadas con la realidad real, efectiva, material de esta historia. Por mi parte, no aceptaré barajitas, fotos trucadas, birlibirloques y números de lotería. Quiero la verdad. Como los millones de millones que le dimos la victoria al flaco. O aquí se armará un trancazo.


Antonio Sánchez García @sangarccs
EL GOLEM DE JORGE RODRÍGUEZ

               Conocí a Jorge Rodríguez en una celebración de año nuevo en casa de nuestra querida amiga Chana Uzcátegui, en Margarita. Lo he contado en detalles en una carta abierta que le dirigí algún tiempo después, cuando de las dos versiones que me fueran dadas para caracterizarlo, la de un amigo entrañable jurista de una honestidad fuera de toda duda y la de otro gran amigo, un médico prestigioso al que hemos tenido en mi familia en la más alta estima, se demostró como correcta la de nuestro querido amigo médico.

                Según aquel, Jorge Rodríguez, compañero de estudios de uno de sus hijos, era un excelente muchacho, serio y muy responsable. Según el médico, con quien conversé a pocas horas de haber conocido a Rodríguez durante esa cena del 31 de diciembre de 2003, el hijo del guerrillero muerto en las dependencias de la DIGEPOL a raíz del caso Niehaus, era de una maldad, un cinismo y una doblez tan pérfida, que sus compañeros de universidad decían preferir dormir con una mapanare antes que compartir su lecho.

                Al poco tiempo, y habiendo seguido sus ejecutorias al frente del CNE, del que desaparecería para reaparecer súbitamente en Lima junto a Ollanta Humala en su primera comparecencia presidencial comprendí que Rodríguez era muchísimo más que un talentoso psiquiatra egresado de la UCV, amante de la literatura y capaz de ganarse un premio literario en un importante periódico nacional gracias a un cuento que dejaba traslucir sus traumas identitarios, su ambigüedad sexual y su fascinación por el morbo de la represión política y la criminalidad policial. La propia mapanare.

                Durante su paso por el CNE, travestido de hombre absolutamente imparcial y ajeno a ambiciones políticas o crematísticas – brutalmente desmentidas por la carrera política que emprendería y lo llevaría a la vicepresidencia de la República, así como por su manoseo del tesoro público del que sacaría las manos con propiedades hoteleras y otras aventuras millonarias dignas, por su vertiginosidad,  de un narcotraficante protegido por el ejército venezolano y las FARC. Como en efecto.
                Cuento estos hechos para demostrar que he llegado a conocer al personaje que divide la historia del CNE en dos: el del acta mata voto, tan delictivo como para garantizar la victoria de un concejal en Guasdalito, pero tan conmovible como para reconocerle una clamorosa victoria al golpista que debió morirse en la cárcel.

                El de Jorge Rodríguez supuso un tránsito glorioso de ese CNE aparentemente aldeano y artesanal – aunque a su metódica siguen aferradas todas las grandes democracias del mundo -  y un CNE “automatizado”, “digitalizado”, “up to day”, provisto de artilugios capta huellas, de transmisión instantánea y de control en tiempo real por las autoridades pertinentes. “El mejor sistema electoral del mundo”, como lo caracterizara el mismo Jorge Rodríguez, aunque muy pronto saltarían las alarmas por el hecho de que tales maquinitas eran vulgares tragaperras, rechazadas en varios estados de la Unión  y sus vendedores unos estafadores de buena familia mantuana, súbitamente enriquecidos, uno de los cuales trágicamente desaparecido del negocio por un accidente de aviación.
                Con el primer envión el sistema demostró ser en los hechos una maquinaria de falsificar procesos electorales, un monstruo que vomitaba los resultados que le dictaba su amo, en capacidad de saber cuánto y qué había comido y hacerle excretar a gusto y a disposición de sus manipuladores la plasta que estimaran más conveniente.

                Cuenta la tradición judía que a fines de la Edad Media a unos judíos alzados se les ocurrió la peregrina idea de crear un ser vivo que les sirviera para los fines que a bien tuvieran: desde mantenerles limpias sus moradas hasta obedecer encargos muchísimo mayores. Una suerte de anticipo literario del que probablemente se serviría Mary Shelley para escribir siglos después la trágica historia del Dr. Frankenstein. Le llamaron el GOLEM. A quien les interese: Jorge Luis Borges le dedicó un hermoso poema y el maestro Gerschom Scholem un bello ensayo.

                Pero al tema: el Golem de Jorge Rodríguez, la maquinaria fantástica que junto a la cirugía de multicedulados, inscripciones ilegales, circuitos amañados y muchas otras yerbas de extraño cariz han permitido 14 años de pesadillas frankensteinianas, se encuentra de pronto trancada. Su aparato digestivo colapsó. Le entró demasiada comida no prevista, votos ajenos a las órdenes impartidas, cantidades desmesuradas de lo que nadie previó ni imaginó. Y al exigírsele más de la cuenta : excretar otros resultados que los que la lógica cibernética le predispone,  hizo crisis, sufrió una crispación mecánica y se derrumbó. Igualito al Golem, amasado en barro, que por la ambición y voracidad de sus amos terminó desintegrándose y cayéndoles encima, matando a sus creadores. Castigo divino por pretender imitar al Gran Creador.

                De allí la danza del vientre que intentan la Oblitas y su carnal Lucena, que se niegan a hacer lo que en rigor están obligadas por ley. Dejar de lado los estertores del Golem de Jorge Rodríguez e ir a encontrar lo cierto y verdadero allí donde están la carne, el pan, el queso, la verdad de la milanesa: cuadernos, huellas, actas, urnas, votos.

                En eso estamos. Las maquinitas han colapsado y deben ser confrontadas con la realidad real, efectiva, material de esta historia. Por mi parte, no aceptaré ilusiones ópticas, espejismos, barajitas, fotos trucadas, birlibirloques y números de lotería. Quiero la verdad. Como los millones de millones que le dimos la victoria al flaco. O aquí se armará un trancazo.
                 Que la UNASUR se quede quieta. Por ahora ni a Pepe, ni a la vieja ni al tuerto nadie les está apretando el pescuezo para que se bajen de la mula. Habrá tiempo para que se pongan a derecho. Y los cubanos, que se escondan por un tiempo. Pueden salir muy mal parados.






--
Alberto Rodríguez Barrera

No hay comentarios:

Publicar un comentario