18/4/09
Chávez se dio cuenta que la Cumbre del ALBA era un desastre
Chávez se dio cuenta ayer cuando se inició la reunión del ALBA, que aquello era un desastre. Y eso que no veía todavía la lastimera imagen que estaba dando la vuelta al mundo. Zelaya, de Honduras, acusado internacionalmente de corrupto, con aquel sombrero de héroe de telenovela; Daniel Ortega, con un expediente de violador de su propia hijastra, con veinte años circulando también globalmente; Evo Morales, cursi y mendingando como siempre, tras una huelga de hambre decadente; el ex Obispo Lugo, de Paraguay, que mintió todo el tiempo al Señor (que era el único que sabía que lo engañaban) y anuncia ahora un hijo concebido cuando oficiaba el celibato exigido, o sea, otro que está bien ubicado en el ALBA. ¡Y Raúl! ¡Raúl Raúlito! ¡Había que verle la carota a Chávez! La ira se la hinchaba más y más. Raúl se remontaba por allá, por aquellos tiempos cuando el Ché no lo dejaba abrirse espacio para llegar donde su hermano, por esos tiempos cuando con el mismo uniforme era “el esposo de Vilma Espín”, y entre mojito y mojito escuchaba aquello que era el consuelo y también la desesperanza: “Cuando Fidel se muera, sube Raúl”. Pero Fidel no se muere. Sube al podium. Pero Fidel está lúcido. Sabe que Hugo Chávez es el ejecutor de su obra inconclusa, porque Chávez manda un pueblo manso y un petróleo que es el dueño del mundo. Entonces, Raúl cumple. El pueblo cubano lo acepta como suerte señalada, Cuba no puede seguir así, ajuro con crisis y globalización y Chávez, habrá que tomar medidas que jamás contarían con la aprobación del hombre que ahora tiene poder sobre el poderoso. Lo que puede, de repente, tumbar todas esas fichas mil veces planificadas, es Raúl. ¿Cómo? Enredándose en sus propias debilidades. Y eso fue lo que la carota iracunda de Chávez dijo ayer cuando el cubano, disminuido en aquel uniforme desteñido, pequeño, mucho más pequeño que Fidel, cantinflérico y decadente, como si de repente hubiera regresado a aquellos momentos felices con su gente de confianza, en Varadero, o Santiago, se hubiera pasado de “tragos” para reír, contar cosas y ser el "Raulazo" que esperaba sin impaciencia que el pueblo cubano tras el “¡Muera Fidel!” gritara “¡Viva Raúl!” El rostro zambo estaba crispado. Aquel adefesio que siguió a la reunión morisqueta con Uribe no salía como él soñó. En Cumaná suena el Himno Nacional. Aq¡uella figura redonda, tanto como Rosendo una vez, se lleva la mano rígida a la frente. ¡Raúl lo vé y cae! Se dice: “¡Oye, tú, si yo también soy militar!” Y con un tumbaíto hace lo mismo. Y los otros allí, ¡ni el sombrero se movió! ¡La cómica perfecta! Allí estaban vetando desde ya, a ultranza, el documento que producirá la Cumbre de las Américas. Chávez tuvo que mencionar al Rey de España, al que visitó a juro y colmó de elogios y abrazos. Afuera, sucrenses protestando. Arriba, Sucre, el digno Mariscal tantas veces golpeado por la suerte, que asesinaran en Berruelos, y después su hija Teresa, su única hija, con la ligera Marquesa de Solanda, caería de un balcón donde uno de sus asesinos, casado después con su viuda, la dejaría caer, se preguntará abrumado: “¿Hasta cuándo, Señor? ¿Cuándo se ponen de moda los hombres buenos?"
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