No faltarán los pusilánimes de siempre, aquellos para los cuales el régimen no terminará siendo dictatorial sino cuando envíe al paredón abiertamente a los primeros disidentes, que mantengan porfiadamente su opinión de que el gobierno del teniente coronel Hugo Chávez es “tendencialmente” dictatorial. Enfrentados al monstruo con patas de cochino, rabo de cochino y orejas de cochino se negarán a aceptar que es un cochino hasta que lo tengan sobre la mesa convertido en jamón.
De entre ellos, el más conspicuo es el editor de TalCual Teodoro Petkoff. Que aún después de que el teniente coronel haya desatado a todos sus mastines tras Manuel Rosales y ordenado a sus vasallos de la justicia del horror condenar a nuestros comisarios, encarcelando de paso al general Baduel y disponiendo a sus Gauleiter - el término del nazismo hitleriano fue recordado por el propio Petkoff - por sobre las máximas autoridades regionales, insista en darle al déspota el certificado de buena conducta de la democracia y la institucionalidad es simplemente insólito e incomprensible. Tal pusilanimidad no hace más que retardar la debida reacción ante este gobierno de facto y maniatar a importantes sectores de la oposición ante los abusos, atropellos y tropelías dictatoriales del militar que usurpa el Poder.
Para nuestra inmensa fortuna, así suene en verdad a desgracia y tragedia, caen las máscaras. Ni Petkoff ni Borges ni el mismo Rosales ni nadie con dos dedos de frente podrá negar que nos encontramos ante la brutal ofensiva de un régimen dictatorial. Que aplasta la constitución, hace mofa de los principios democráticos y utiliza a la Fuerza Armada Nacional para aplastar definitiva y frontalmente a nuestras tradiciones democráticas y entronizar una dictadura vitalicia.
Digámoslo sin ambages: sufre Venezuela de una dictadura. Es la nueva, la propia, la inédita dictadura del siglo XXI. Y salvo que la dirección opositora lo comprenda y ponga en acción todas nuestras fuerzas y movilice con todas sus fuerzas a todos nuestros recursos, esa dictadura de nuevo cuño se impondrá por décadas, sumirá a la república en una aterradora tragedia, hará tabula rasa de nuestra economía, nuestra cultura y nuestra convivencia social, sumiéndonos en una verdadera pesadilla. Permitirlo es criminal. La hora de la reacción viril y definitoria ha llegado.
La infamia cometida contra nuestros comisarios por una jueza que avergüenza el gentilicio y deberá pagar más temprano que tarde por su ominoso comportamiento, así como el encarcelamiento de Baduel y la persecución desatada contra Manuel Rosales son apenas la punta del iceberg. Esas acciones, calculadas por el déspota para arrinconar a la oposición y provocar nuestra apatía, son pruebas más que fehacientes de la naturaleza criminal, gansteril y dictatorial del régimen.
Constituyen formas fascistoides y criminales de provocar a la oposición democrática y empujarnos al abismo de un enfrentamiento sangriento. Suponen la creencia en nuestra debilidad intrínseca y parten del principio de un desprecio ilimitado por los valores de nuestra nacionalidad. Puede que en esa falsa creencia radique el riesgo que corre el régimen. Podría llevarlo al abismo. Lo más probable es que así sea.
2
¿Qué ha llevado a Chávez al convencimiento de que llegó la hora de imponer su “tercera fase”, es decir, un régimen totalitario en Venezuela? Chávez ha comprendido que por la senda de la normalidad democrática y encauzando las diferencias por la vía pacífica y electoral se encuentra perdido y condenado a dejar el poder nada más cumplir el período para el que fuera electo. Por esa vía sufrió las dos derrotas estratégicas del 2 de diciembre de 2007 y del 23 de noviembre de 2008. Dejado el país liberado a sus pulsiones democráticas, era perfectamente previsible una victoria electoral en las próximas elecciones de concejales y la conquista de la mayoría parlamentaria en las elecciones respectivas que debían tener lugar en 2010. Y tras esa victoria estratégica, perfectamente imaginable de respetarse la tendencia histórica que vivimos, estaríamos ante una muy probable victoria electoral del candidato opositor en las presidenciales de 2012. Fin de la pesadilla. Vuelta a la Venezuela pacífica y democrática.
En ese camino asumido por las fuerzas democráticas, la mayoría parlamentaria conquistada por nuestros mejores representantes arrasaría con un congreso que no representa más que al 13% de la ciudadanía y que ha demostrado en el curso de estos años la más insólita y vergonzosa mediocridad. Jamás parlamento alguno fue más servil, más indigno y más mediocre que el que sesiona bajo la presidencia de una señora que está lejos de poder dirigir una junta de condominio. Cilia Flores, Mario Isea y Carlos Escarrá, no mencionemos a la pandilla que los secunda, son indignos de representar nada ni a nadie. Puestos ante la verdad de unas elecciones como Dios manda, saldrían del hemiciclo barridos de la existencia política nacional para siempre.
No es distinta la situación de quienes usurpan los otros cargos de la institucionalidad nacional. Jueces y escabinos representan la escoria de la ética nacional y secundan con su inmoralidad y su indecencia la entronización del régimen dictatorial que nos aplasta. No es distinta la situación del contralor, de la fiscal, de la defensora del pueblo. El país se encuentra ocupado por la criminalidad, la mediocridad y la obscena perversión del fascismo cotidiano.
Todas esas fuerzas, enfrentadas a la verdad de un país en creciente mayoría, indignado por tanto abuso y tanto atropello y sacudido por una grave crisis económica y social, se han confabulado con el déspota mayor para empujar hacia el establecimiento abierto y descarado de una dictadura brutal. Desde Luisa Estela Morales hasta Cilia Flores y desde Clodosvaldo Russian hasta Luisa Ortega Díaz, la pandilla que ha asaltado y usurpa el Poder ha unido sus voluntades con el teniente coronel para liquidar nuestra democracia y arrasar con nuestras tradiciones. Brotan del fondo de una izquierda marxista, retrógrada y fascista.
Es la situación que vivimos. Una camarilla de asaltantes de camino usurpa todos los poderes y aterroriza a la ciudadanía con la intención de entronizarse para siempre en el Poder. Chávez los dirige. Pero solo no avanzaría un centímetro. Los mayores responsables por el crimen de lesa humanidad que hoy se comete son esos jueces, esos diputados, esos funcionarios, esos escribientes y académicos unidos a la cruzada de la inmundicia. Giordani acaba de dar prueba cabal de su canallería. José Vicente Rangel y la perversa familia que encabeza la da a diario. Cuando se conozcan en su cabalidad los crimines, robos y estupros cometidos por el hijo de Rangel y Juan Barreto, por Diosdado Cabello y Bernal, por el ministro Ramírez y Aristóbulo Istúriz - ladrones todos ellos y a niveles aterradores - se verá cuan vergonzoso y nazifascista ha sido el comportamiento de nuestra justicia. Cuan repulsiva la acción de los intelectuales del proceso. Cuan repugnante la verdad de sus periodistas. La hora se aproxima. Será inevitable.
3
Chávez no es el único, si bien el principal culpable. Culpable es la mitad de un país inmoral y desvergonzado. Culpables son los millones de ciudadanos que anteponen sus miserables apetencias a la dignidad de la patria. Culpable la Fuerza Armada que ha perdido toda dignidad y todo respeto por su propia tradición, haciéndose cómplice del atropello a los principios de nuestra constitución. Culpable los empresarios que se arriman a la protección del Poder para seguir medrando. Culpables los cagatintas del Poder.
No es la Venezuela de hoy mejor que la descrita con sangre y lágrimas por Pío Gil o José Rafael Pocaterra. Es la Venezuela decadente, podrida en su esencia, vil y ruin en su naturaleza. La Venezuela que el esfuerzo de la generación del 28 y la democracia puntofijista no fue capaz de vencer y superar para siempre, borrándola del mapa. La ignominia cometida contra nuestros comisarios desnuda una aterradora realidad. En Venezuela no hay justicia. ¿Cabe, bajo estos parámetros de la vergüenza, esperar que Manuel Rosales o el general Baduel se enfrenten a una justicia recta y, valga la redundancia, verdaderamente justa?
Venezuela se enfrenta a su más grave y trascendental desafío desde su fundación como república. Debe alzarse ante la ignominia e impedir que se impongan la brutalidad y la deshonra. Debe sacar fuerzas de flaqueza y oponerse con virilidad y coraje, con ética y decencia a la maldad, al estupro, al latrocinio que hoy la infecta.
Es una tarea compleja y difícil, pero no imposible. A la orden del día se pone la revolución cultural, moral y democrática que deben asumir estudiantes y trabajadores, académicos y dueñas de casa, universidades e iglesias, militares decentes y fieles a sus principios, periodistas, profesores universitarios, obreros y campesinos.
El país incontaminado por el robo y el estupro, el latrocinio y la deshonra debe ponerse de pie y salir a la calle a combatir la maldad, la represión, la persecución y la dictadura. Sin dejar de lado el cumplimiento de nuestras obligaciones constitucionales y preparados a todo evento, inclusive el participar en todos los procesos electorales que se nos pretenda escamotear.
Salgamos a la calle y luchemos contra la dictadura. Es un imperativo categórico.
De entre ellos, el más conspicuo es el editor de TalCual Teodoro Petkoff. Que aún después de que el teniente coronel haya desatado a todos sus mastines tras Manuel Rosales y ordenado a sus vasallos de la justicia del horror condenar a nuestros comisarios, encarcelando de paso al general Baduel y disponiendo a sus Gauleiter - el término del nazismo hitleriano fue recordado por el propio Petkoff - por sobre las máximas autoridades regionales, insista en darle al déspota el certificado de buena conducta de la democracia y la institucionalidad es simplemente insólito e incomprensible. Tal pusilanimidad no hace más que retardar la debida reacción ante este gobierno de facto y maniatar a importantes sectores de la oposición ante los abusos, atropellos y tropelías dictatoriales del militar que usurpa el Poder.
Para nuestra inmensa fortuna, así suene en verdad a desgracia y tragedia, caen las máscaras. Ni Petkoff ni Borges ni el mismo Rosales ni nadie con dos dedos de frente podrá negar que nos encontramos ante la brutal ofensiva de un régimen dictatorial. Que aplasta la constitución, hace mofa de los principios democráticos y utiliza a la Fuerza Armada Nacional para aplastar definitiva y frontalmente a nuestras tradiciones democráticas y entronizar una dictadura vitalicia.
Digámoslo sin ambages: sufre Venezuela de una dictadura. Es la nueva, la propia, la inédita dictadura del siglo XXI. Y salvo que la dirección opositora lo comprenda y ponga en acción todas nuestras fuerzas y movilice con todas sus fuerzas a todos nuestros recursos, esa dictadura de nuevo cuño se impondrá por décadas, sumirá a la república en una aterradora tragedia, hará tabula rasa de nuestra economía, nuestra cultura y nuestra convivencia social, sumiéndonos en una verdadera pesadilla. Permitirlo es criminal. La hora de la reacción viril y definitoria ha llegado.
La infamia cometida contra nuestros comisarios por una jueza que avergüenza el gentilicio y deberá pagar más temprano que tarde por su ominoso comportamiento, así como el encarcelamiento de Baduel y la persecución desatada contra Manuel Rosales son apenas la punta del iceberg. Esas acciones, calculadas por el déspota para arrinconar a la oposición y provocar nuestra apatía, son pruebas más que fehacientes de la naturaleza criminal, gansteril y dictatorial del régimen.
Constituyen formas fascistoides y criminales de provocar a la oposición democrática y empujarnos al abismo de un enfrentamiento sangriento. Suponen la creencia en nuestra debilidad intrínseca y parten del principio de un desprecio ilimitado por los valores de nuestra nacionalidad. Puede que en esa falsa creencia radique el riesgo que corre el régimen. Podría llevarlo al abismo. Lo más probable es que así sea.
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¿Qué ha llevado a Chávez al convencimiento de que llegó la hora de imponer su “tercera fase”, es decir, un régimen totalitario en Venezuela? Chávez ha comprendido que por la senda de la normalidad democrática y encauzando las diferencias por la vía pacífica y electoral se encuentra perdido y condenado a dejar el poder nada más cumplir el período para el que fuera electo. Por esa vía sufrió las dos derrotas estratégicas del 2 de diciembre de 2007 y del 23 de noviembre de 2008. Dejado el país liberado a sus pulsiones democráticas, era perfectamente previsible una victoria electoral en las próximas elecciones de concejales y la conquista de la mayoría parlamentaria en las elecciones respectivas que debían tener lugar en 2010. Y tras esa victoria estratégica, perfectamente imaginable de respetarse la tendencia histórica que vivimos, estaríamos ante una muy probable victoria electoral del candidato opositor en las presidenciales de 2012. Fin de la pesadilla. Vuelta a la Venezuela pacífica y democrática.
En ese camino asumido por las fuerzas democráticas, la mayoría parlamentaria conquistada por nuestros mejores representantes arrasaría con un congreso que no representa más que al 13% de la ciudadanía y que ha demostrado en el curso de estos años la más insólita y vergonzosa mediocridad. Jamás parlamento alguno fue más servil, más indigno y más mediocre que el que sesiona bajo la presidencia de una señora que está lejos de poder dirigir una junta de condominio. Cilia Flores, Mario Isea y Carlos Escarrá, no mencionemos a la pandilla que los secunda, son indignos de representar nada ni a nadie. Puestos ante la verdad de unas elecciones como Dios manda, saldrían del hemiciclo barridos de la existencia política nacional para siempre.
No es distinta la situación de quienes usurpan los otros cargos de la institucionalidad nacional. Jueces y escabinos representan la escoria de la ética nacional y secundan con su inmoralidad y su indecencia la entronización del régimen dictatorial que nos aplasta. No es distinta la situación del contralor, de la fiscal, de la defensora del pueblo. El país se encuentra ocupado por la criminalidad, la mediocridad y la obscena perversión del fascismo cotidiano.
Todas esas fuerzas, enfrentadas a la verdad de un país en creciente mayoría, indignado por tanto abuso y tanto atropello y sacudido por una grave crisis económica y social, se han confabulado con el déspota mayor para empujar hacia el establecimiento abierto y descarado de una dictadura brutal. Desde Luisa Estela Morales hasta Cilia Flores y desde Clodosvaldo Russian hasta Luisa Ortega Díaz, la pandilla que ha asaltado y usurpa el Poder ha unido sus voluntades con el teniente coronel para liquidar nuestra democracia y arrasar con nuestras tradiciones. Brotan del fondo de una izquierda marxista, retrógrada y fascista.
Es la situación que vivimos. Una camarilla de asaltantes de camino usurpa todos los poderes y aterroriza a la ciudadanía con la intención de entronizarse para siempre en el Poder. Chávez los dirige. Pero solo no avanzaría un centímetro. Los mayores responsables por el crimen de lesa humanidad que hoy se comete son esos jueces, esos diputados, esos funcionarios, esos escribientes y académicos unidos a la cruzada de la inmundicia. Giordani acaba de dar prueba cabal de su canallería. José Vicente Rangel y la perversa familia que encabeza la da a diario. Cuando se conozcan en su cabalidad los crimines, robos y estupros cometidos por el hijo de Rangel y Juan Barreto, por Diosdado Cabello y Bernal, por el ministro Ramírez y Aristóbulo Istúriz - ladrones todos ellos y a niveles aterradores - se verá cuan vergonzoso y nazifascista ha sido el comportamiento de nuestra justicia. Cuan repulsiva la acción de los intelectuales del proceso. Cuan repugnante la verdad de sus periodistas. La hora se aproxima. Será inevitable.
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Chávez no es el único, si bien el principal culpable. Culpable es la mitad de un país inmoral y desvergonzado. Culpables son los millones de ciudadanos que anteponen sus miserables apetencias a la dignidad de la patria. Culpable la Fuerza Armada que ha perdido toda dignidad y todo respeto por su propia tradición, haciéndose cómplice del atropello a los principios de nuestra constitución. Culpable los empresarios que se arriman a la protección del Poder para seguir medrando. Culpables los cagatintas del Poder.
No es la Venezuela de hoy mejor que la descrita con sangre y lágrimas por Pío Gil o José Rafael Pocaterra. Es la Venezuela decadente, podrida en su esencia, vil y ruin en su naturaleza. La Venezuela que el esfuerzo de la generación del 28 y la democracia puntofijista no fue capaz de vencer y superar para siempre, borrándola del mapa. La ignominia cometida contra nuestros comisarios desnuda una aterradora realidad. En Venezuela no hay justicia. ¿Cabe, bajo estos parámetros de la vergüenza, esperar que Manuel Rosales o el general Baduel se enfrenten a una justicia recta y, valga la redundancia, verdaderamente justa?
Venezuela se enfrenta a su más grave y trascendental desafío desde su fundación como república. Debe alzarse ante la ignominia e impedir que se impongan la brutalidad y la deshonra. Debe sacar fuerzas de flaqueza y oponerse con virilidad y coraje, con ética y decencia a la maldad, al estupro, al latrocinio que hoy la infecta.
Es una tarea compleja y difícil, pero no imposible. A la orden del día se pone la revolución cultural, moral y democrática que deben asumir estudiantes y trabajadores, académicos y dueñas de casa, universidades e iglesias, militares decentes y fieles a sus principios, periodistas, profesores universitarios, obreros y campesinos.
El país incontaminado por el robo y el estupro, el latrocinio y la deshonra debe ponerse de pie y salir a la calle a combatir la maldad, la represión, la persecución y la dictadura. Sin dejar de lado el cumplimiento de nuestras obligaciones constitucionales y preparados a todo evento, inclusive el participar en todos los procesos electorales que se nos pretenda escamotear.
Salgamos a la calle y luchemos contra la dictadura. Es un imperativo categórico.
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