El aprendiz de Hugo Chávez puso al descubierto la fragilidad de la región centroamericana y el avance inminente de un populismo que no respeta la ley.
La grave crisis de institucionalidad que atraviesa Honduras ha hecho estallar una olla de presión que desde hace años estaba activada en la región centroamericana. Quizás, uno de los puntos más importantes es observar cómo presidentes corruptos y populistas, al estilo de Manuel (Mel) Zelaya, llegan a creer que son dioses y puede ser superior a la ley. Creen, como lo ha hecho Hugo Chávez, en Venezuela, Daniel Ortega en Nicaragua, Evo Morales en Bolivia y Rafael Correa en Ecuador, que pueden cambiar la Constitución a su sabor y antojo para reelegirse.
Luego, es preocupante ver a Chávez amenazando impune con una invasión de sus tropas en territorio hondureño, en caso se impida el regreso de Zelaya. A todas luces, esta situación es ilegal, abusiva y raya en el absurdo.
Lo peor del caso, es que hemos visto como los gobiernos populistas centroamericanos, apoyados por ineptos e irresponsables de la talla de José Manuel Insulza, secretario General de OEA, se unen al populismo para hacer creer a la comunidad internacional que la salida de Zelaya es un golpe de Estado, cuando está demostrado que Zelaya violó la ley e ignoró dictamenes de las cortes, jueces y las instancias legalmente constituidas que impedían sus afanes de reelección. No hay duda, el populismo es el cáncer del siglo XXI para nuestra región.
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