El vacío de poder. La muerte de un burócrata. Este último es el título de una película cubana dirigida magistralmente por Tomás Gutiérrez Alea. La trama de la cinta es una copia al carbón de la realidad imperante en la Administració n Pública venezolana. Les cuento: el trabajador de una fábrica de bustos cae dentro de la máquina que él mismo inventó y ésta lo despedaza y lo devuelve convertido en el busto que servirá para su propia tumba. Sus compañeros deciden rendirle homenaje enterrándolo con su carnet laboral. Cuando la viuda acompañada de un sobrino va a reclamar la pensión, el funcionario de turno le pide el fulano carnet.
Para lograr la exhumación del cadáver, con miras a recuperar el carnet, el sobrino inicia un peregrinar por las oficinas públicas. Ustedes no se imaginan el rosario de vicisitudes que vivió para que le dieran el permiso para recuperar el bendito carnet que le permitiría a la viuda cobrar su pensión. Buscando una analogía con nuestro Gobierno, tenemos que su tragedia radica en el pronunciado burocratismo que lo caracteriza. Amén del abusivo ejercicio del poder (el uso desmedido de los bienes del Estado para satisfacer intereses particulares) , a la hora de enfrentar los problemas, los funcionarios auto etiquetados de socialistas, son invisibles. No hay manera de dar con ellos. Inicialmente eran los ministros y los burócratas de alto rango quienes no atendieron ni atenderán siquiera el teléfono, pero después la conducta cobró fuerza y se extendió hasta los funcionarios más modestos. Por ello, gracias a esa odiosa práctica, cada día es mayor la insatisfacció n de los ciudadanos que buscan apoyo en la Administració n Pública.
Que el director del combo no esté al tanto de lo que pasa, no indica que no tenga responsabilidad. Ahora, el meollo del asunto está en cómo por ignorarlo, el problema se ha agravado. La actual Administració n Pública es un cadáver que pretendimos enterrar con su identidad, sin saber que para darle paso a un nuevo orden se requiere de la misma y que, por ende, hoy se requiere ordenar su exhumación. El detalle está en que son tantos los requisitos que el drama enfocado en la película de Gutiérrez Alea quedaría apenas como una comiquita. Los burócratas de hoy, por más que se disfracen de rojo, son todavía muchísimo más reaccionarios que los del pasado.
Quien vaya al sector público esperando ser servido, saldrá totalmente desilusionado. No hay manera que el ministro tal, o quien sea, se haga eco de los requerimientos de nadie. El bostezo del Estado venezolano es eterno. No indague por cualquier empleado un día viernes porque (en el mejor de los casos) le dirán que está dedicado a una práctica religiosa; de esa de las tantas que han tomado por asalto las oficinas públicas. La contradicción está a la orden del día. El embuste es cotidiano. La desidia es común. La prosopopeya de los funcionarios actuales no tiene comparación alguna.
Se manifiesta a los cuatro vientos que el sistema de salud se recupera y una funcionaria de Pdvsa (antes ex ministra) confiesa que ella no acude a tratarse una dolencia en un hospital público porque no le tiene confianza al sistema… Si lo dice ella. El Presidente considera a las FARC como un cuerpo beligerante y un subalterno (el ministro del Interior y Justicia), lo deja en ridículo calificándola de terrorista. Es evidente que no hay coherencia entre los funcionarios de esa vieja maquinaria que sigue siendo el Estado venezolano. El modelo de desarrollo en ejecución está plagado de costosos ensayos y no se vislumbran los resultados.
Imposible con tanta ineptitud. Por ejemplo, nuestro ministro de Agricultura, que sabe de cosechas lo que sabe un veterinario de astronomía, ha resultado ser una versión criolla del kremer rojo. Ni se diga de otros miembros del Ejecutivo que aparecen de vez en cuando como zombies. Ojalá y esta comedia negra no termine como La muerte de un burócrata, con el pueblo disparatado con tanto trámite imposible, estrangulando al administrador del cementerio.
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