3/8/09
Nicolás Maduro, de conductor de Metro en Caracas a canciller de Chávez
LUDMILA VINOGRADOFF | CORRESPONSAL EN CARACAS
El caraqueño Nicolás Maduro, de 47 años, ha sabido trepar desde temprana edad, veloz y sin quemarse mucho las pestañas en los estudios, hasta alcanzar la cartera del rimbombante Ministerio del Poder Popular de Relaciones Exteriores -lo del Poder Popular es una coletilla de la que gusta Chávez desde hace una década, para distinguir su V República, la bolivariana, de la IV República, «la de la democracia representativa», como la califica despectivamente en chavismo-.
Este sensible alargamiento del nombre oficial de los ministerios le cuadra bien a su 1,90 de estatura, así que Maduro se siente como pez en el agua desde que accediera al cargo en 2006. Desde entonces se precia de ser el canciller más joven, y el que más tiempo ha permanecido en el cargo en este país caribeño que ahora se llama República Bolivariana de Venezuela.
Jefe del sindicato del ramo
Su llegada al mercado laboral y su bautismo en política fueron casi simultáneos. Siendo muy joven entró como conductor en el Metro de Caracas, y a los pocos meses ya dirigía el sindicato del ramo. Quedó fascinado con el fallido golpe de Estado que encabezó Hugo Chávez en 1992. Así que se alistó en el Movimiento V República, con el que concurrió a la campaña electoral de 1998, la que llevó a Chávez a la Presidencia como el dios de la democracia manda, por las urnas.
En su biografía oficial no constan ni su año de nacimiento ni su nivel de estudios. Hay que recurrir a la wikipedia para saber, con el correspondiente grado de incertidumbre, que nació en Caracas el 26 de noviembre de 1962. Está casado con Cilia Flores, de 56 años, presidenta de la Asamblea Nacional, un cargo que también ocupó Maduro antes de acceder a la Cancillería. Su relación sentimental con la señora Flores antes de casarse, hace un año, fue la comidilla durante muchos meses en la sobremesa de los venezolanos.
Si a la Flores se le critica su exagerado nepotismo al frente de la Cámara -se dice que ha colocado en ella a 37 de sus parientes, todos de apellido Flores-, su esposo, el señor Maduro, no le va a la zaga. Del canciller se cuenta -lo hace el periodista Miguel Salazar en su última edición de «Las verdades de Miguel»- que contrató los servicios de un psiquiatra para entrevistar, y cesar, a buen número de funcionarios de carrera en el Ministerio de Relaciones Exteriores. La ciencia le ayudo a hacer limpieza.
La voz de su amo
A Maduro no se le puede comparar con sus antecesores en el cargo, José Vicente Rangel y Alí Rodríguez Araque, cuya veteranía y «savoir faire» dieron glamur a la diplomacia venezolana. La tarea del actual canciller es ejercer como la voz de su amo en política exterior: «Ser útil al régimen desde los supuestos del chavismo», señala a ABC Rosario Orellana, ex funcionaria de la Cancillería.
«Maduro no es en absoluto un prohombre de la diplomacia... Sigue el dictado de Chávez, a veces añadiendo chabacanería y violencia al lenguaje, lo cual no siempre es fácil -apunta a este diario la experta en relaciones internacionales Maruja Tarre-... El canciller es mediocre y carece de ideas propias, tanto que ante cualquier capricho de Chávez se limita a responder con un «sí, mi comandante»... Es tragicómico».
El ex conductor del Metro sí se ha revelado, en cambio, como un brillante agitador, un «operador político» a la medida del presidente Chávez. Y tal vez no necesite de otras virtudes, porque si brillase y le hiciera sombra a su comandante, no duraría mucho en el cargo.
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