1/9/09

DIARREA OFICIALISTA, SIN GENTE

“Porque el hombre, cuando se perfecciona, es el mejor de los animales,
pero cuando se separa de la ley y de la justicia, es el peor de todos,
ya que la injusticia armada es la más peligrosa, y si está de nacimiento con armas,
previstas para ser usadas con inteligencia y virtud, podría él usarla para las peores causas.”
Aristóteles


Por todos los medios y a través del uso de todas las armas tácticas del confusionismo, nuestra arrinconada e ineficiente monocracia se llena de girondinas para desviar la atención de su gigantesco fracaso. No se reconocen en su “alienación”.

Es un hecho que la “desalienación” no coincide con la “revolución”. Para adquirir un dinamismo revolucionario, la liberación cultural debe ser creadora, reformadora de políticas, con despegue económico. Porque la mezcla más contrarrevolucionar ia entre nosotros es el pasatismo y el comunismo.

La variedad de comunismos del pasado se recubrieron del más profundo conservadorismo; todos sólo ofrecieron un consuelo “patriótico”, incapaces de afrontar las dificultades del desarrollo. El chavismo –con su fraseología prestada- no ha aportado soluciones para que los pobres salgan de la miseria.

El subdesarrollo es diferente a la penuria, en la cual vivió la casi totalidad de la especie humana hasta que apareció en fenómeno del crecimiento.

Hoy, una vez penetrados por la civilización tecnológica, estamos condenados a ser un participante activo y creador de ella, para no desaparecer o formar un coro cantarín del pasado prometiendo estrellas futuras.

El uso tecnológico debe suponer la reconstitució n de las condiciones sociales, culturales y políticas que permitieron la aparición de esa tecnología. No es cantándole cancioncitas regresivas al peor de los estudiosos que lograremos subir la montaña, es llamándolo hacia arriba.

Porque la originalidad cultural no consiste en recalentar el pasado; trata de exaltar una diversidad de nuevo cuño, no dependiente de ninguna tradición pintoresca, fría, rígida.

La diversidad resulta de la libertad y la invención, objeto de una elección verdadera y no de un espectáculo turístico, o de imposición autoritaria. La originalidad es el derecho a la diversidad de culturas y a los géneros de vida.

Nuestro autoritarismo se equivoca, una vez más, en su exigencia de uniformidad y formas de vida heredadas de viejos y fracasados sistemas de producción y organización. Conjurando la defensa del pasado, castra lo más valioso implícito en el aumento de la creatividad individual que facilita la civilización y la vida en sociedad.

Y el chavismo imita el pasado cariado, preindustrial, rechazado por los comportamientos nacidos de la revolución industrial, hoy tecnológica y en plena etapa postcapitalista. Como campeones de las copias, parecen estar diciendo hoy “Pienso, luego confundo...” Es una brujería regada con Cocacola.

Sólo los diletantes y ociosos pueden negar que los mejores productos siempre vencieron a los demás, siendo preferidos por razones imposibles de ignorar; no es mejor cocinar con leña si hay gas; los utensilios de piedra desaparecieron al fabricarse de metal... Y no fue necesaria ninguna “publicidad alienante” para imponerlos.

Los mejores materiales en impresión, construcción, transporte, etc., que ahorran el trabajo humano con un resultado superior, representan un bien de uniformidad. Pero una uniformidad cultural impuesta a la cachimberra nada hace en las sociedades que buscan evolucionar. La abundancia tecnológica abre caminos de reconstitució n de las minorías culturales, diversifica los modos de vida...

El temor del chavismo a la complejidad saca con pinzas el “imperialismo” antinorteamericano, pero los avances tecnológicos de Estados Unidos, sus objetos, su estilo para arreglar espacios y sus mismos usos, han invadido a todos los países por su efectividad; y la multiplicidad de estilos que allá reina se han diferenciado a partir de la realidad industrial; no son bolsas residuales de un pasado dinosáurico.

La diversidad norteamericana no es sólo defensiva, sino que también más importante que las bolitas de plastilina que el chavismo y Cuba lanzan. En norteamérica hay –antes que lo lúgubre intangible del castrochavismo- una diversidad que incluye hasta las artes plásticas, musicales, audiovisuales, y que se hacen con una libertad e imaginación no sumisa, no dictada por el “mandamás”, y capaz de habilitar –entre ellos mismos- hasta el más recio antinoficialismo gringo.

La verdad puede dolerle a algunos, pero qué carajo se hace en la carretera con los mojones de mentira...

Existe un “arte de vivir” accesible y real donde el chavismo nada tiene que ver, ya que entre ellos la originalidad no tiene lugar, como tampoco la diversidad de invención, puesto que la prioridad es la preservación de minorías descarriadas no fundadas en la elección, de hábitos pasatistas, cultores de una personalidad.

La uniformidad de los individuos es pasado comunista; hoy los individuos crean culturas no condicionadas por el sistema de producción y sin despotismos, sin prisiones existenciales.

Toda civilización, todo grupo, hasta el más humilde o el más bárbaro, ha actualizado una virtualidad humana que ciertas sociedades ahogan o dejan dormir. No es posible cambiar de cultura sin cambiar de sociedad, o sin ser –como Montaigne- un rarísimo privilegiado capaz de comparar entre sí varias costumbres.

Una perfecta revolución mundial debe ser –precisamente- la de liberar al individuo de la esclavitud cultural con que ciertos grupos –como el chavismo- quieren atarlo, al azar y a la diabla.

Ahí el uniformismo planetario de la sociedad desembocaría en un poliformismo cultural de opción e invención en el interior de esa sociedad, un policentrismo cultural proveniente de las imposiciones de creencias y hábitos superados, fracasados, inútiles.

El chavismo no ha sido ni es capaz de transformar los órdenes políticos, psicológicos, culturales, sociales y económicos porque no ha comenzado siquiera la previa revolución cultural necesaria para ello, y porque la necesaria ayuda global, masiva y desinteresada, de los países superdesarrollados, supone –siempre la misma conclusión- una revolución de nuevo cuño en esos mismos países superdesarrollados.

Mientras tanto, allá en la selva del autoritarismo, el abuso corriente de la palabra revolución ha tornado habitual su empleo para calificar toda clase de agitaciones menores e intenciones impotentes.

Siguen allá en una tierra de prehistóricos volcanes sin gente...

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